La bella y la bestia - by H. Link P.

VII

Stella seguía acurrucada en la celda, procesando su despertar, hasta que un soldado, apenas apareció, la sacudió cual saco de harina. La doncella poco pudo responder, en especial tras sentir cómo los hombres la empujaban hasta llegar a los jardines del castillo. Desde su alcoba, Belia vio cómo Stella era atada a una carroza, esperando arrastrarla como si fuera un ternero. Una enfermiza satisfacción se dibujaba en sus labios, mas se esfumó con la repentina aparición de Bastian.

—Sir Bastian, ¿a qué se debe tu presencia?

—Majestad, traigo terribles noticias. Las hermanas Vaillard están muertas.

—¿Muertas? ¿Qué ha pasado? —interrogó Belia, entrando en preocupación.

—Las mellizas fueron liquidadas en un bar, y madame Camille…

—Dime la verdad. Sabes que ninguna mentira escapa de mí —dijo Belia, acercándose con firmeza.

—Ella quiso saber más…

—¿A qué te refieres?

—Ambos sabemos lo que usted oculta, ¿acaso habría sido bueno que ella lo supiera?

—Tal vez no, pero ahora me he quedado sin embajadora para una provincia tan próspera como la Béni. Me has fallado, Bastian.

—No piense que esto no me pesa, Majestad.

—Te daré una oportunidad, a costa de tu servicio en las sombras —dijo Belia, tras un inquietante silencio.

—¿De qué habla?

—A partir de ahora, brindarás tu servicio a todo ojo, ya no en anonimato. Después de todo, la situación actual es favorable para eso, ¿no crees?

—Comprendo, señora mía.

—Bien. Ahora retírate, y vigila con detalle lo que sucede en el pueblo.

Apenas Bastian se esfumó, Belia permaneció en el balcón, contemplando el humo en algunas zonas de Saint-Roux. Mientras tanto, Camille estaba recuperando el conocimiento, notando que se hallaba en otro sitio. Tras procesarlo, la dama vio que estaba en el interior de una pequeña tienda de acampar.

Cuando salió, se llevó una gran sorpresa, pues encontró a Wilfried preparando su desayuno. Asumiendo que él la salvó, se quiso acercar.

—Por fin despertaste, ¿estás bien?

—S-sí, pero, ¿qué haces aquí?

—Me veo en la triste necesidad de ocultarme.

—¿Por qué?

—Por los ataques en Saint-Roux.

—Ya veo… anoche también estaba huyendo de eso, incluso en compañía, pero…

—Quien te haya dejado así, fue un cobarde. Menos mal que te encontré.

—Sigo sin creer que él haya sido capaz de hacerme eso —dijo Camille, recordando con amargura el acto de Bastian—. Por cierto, ¿y tu biblioteca?

—La perdí —respondió Wilfried, exhalando con pesar—. De no haber encontrado los túneles, hubiera corrido el mismo destino.

—No puede ser.

—No me queda nada más, y la verdad no sé a dónde ir. Pero no quiero pensar en eso, por el momento —concluyó el bibliotecario, mientras servía el desayuno.

—Si de algo sirve, gracias por salvarme.

—De nada. Soy Wilfried, por cierto.

—Camille.

A pesar de lo sucedido, ambos pudieron comer y descansar con tranquilidad. Con el corazón envuelto en empatía y gratitud, Camille se acercó para sentarse junto a Wilfried, mientras ambos contemplaban el ambiente que los rodeaba, uno que no había sido profanado por el conflicto. Sin embargo, no se podía decir lo mismo de Stella.

Por su parte, tanto ella como los soldados llegaron al sitio donde su padre había sido asesinado. La doncella poco y nada bueno podía esperar, no por la bestia, sino por los soldados, quienes se acercaron para desatarla. Aunque uno quiso continuar con el plan, otro procedió a tomar del cuello a Stella.

—¿Qué estás haciendo?

—Ejecutando el plan —respondió el soldado—. Dijeron que usáramos a la chica como carnada para la bestia, pero no especificaron a qué bestia se referían.

—Suélteme —gritó Stella.

—No te resistas, corderita. No te resistas a los encantos de esta bestia.

—¡Basta!

En respuesta a aquel acto, Stella gritó y forcejeó tanto que Giosuè pudo escucharla, corriendo a su ayuda. Su oído era fuerte, pero la frondosa vegetación le impedía decidir a dónde ir, hasta que las ramas de los árboles se sacudieron en determinadas direcciones, indicándole el camino que debía tomar. De ese modo, pudo hallar un tronco hueco que, tras cruzarlo, lo ayudó a dar con Stella y sus captores.

Cuando los soldados vieron cómo la bestia saltó frente a ellos, quedaron aterrados, tanto que no vieron cuando uno de los hombres salió arrojado contra los árboles. En respuesta, el otro empujó a Stella contra la criatura, dándose a la fuga, mas Giosuè lo alcanzó para tomarlo del cuello y arrojarlo, como castigo por su ultraje.

En un comienzo, la chica se asustó tanto que no podía ponerse de pie. Además, la actitud de la bestia le generó inseguridad, pues no dejaba de olfatear y alzar sus orejas cual depredador, hasta que se acercó a Stella. Ella cerró los ojos con fuerza, temiendo lo peor, mas la bestia solo pasó una garra por su cabello, logrando calmar a la dama.




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