El sol saludó a una herida Saint-Roux. Tanto la plaza central como todo símbolo asociado a la reina estaban repletos de escombros, cenizas y uno que otro cuerpo caído. Algunos ciudadanos se preguntaban qué había pasado, otros lloraban por la pérdida de sus hogares, mientras los escapes continuaban. Por su parte, los soldados vigilaban todos los accesos al pueblo, intentando frenar los ataques.
Cuando la reina Belia apareció, todos pensaron que la situación se calmaría, mas fue todo lo contrario. Cambiando su sonrisa por seriedad, Belia dio un pequeño, pero firme comunicado.
—Pueblo de Saint-Roux, sé que todos tienen miedo, pero aún viene lo peor. Desde que una bestia apareció, nuestra seguridad ha sido deshonrada.
—¿Una bestia? ¿Acaso se ha vuelto loca? —murmuraron un par de aldeanos.
—¡Más respeto a mi palabra! —gritó Belia, dando órdenes de dispararle a aquellos hombres— ¿Tienen algo más que decir?
—Continúe, reina nuestra.
—Debemos estar preparados para lo que ha de venir. Soldados, damas, caballeros, tengan fe en que nuestra unión hará frente a tan cobarde ataque, ¿quién luchará conmigo? ¿quién peleará en nombre de la justicia, el respeto y la verdad?
—¡Nosotros no! —gritaron varios rebeldes, apareciendo en la multitud.
Resguardada por sus hombres, Belia se retiró, pero el resto del pueblo quedó atrapado en un violento evento. Entre mosquetes y espadas, civiles y soldados perdieron la vida, estropeando las palabras de la reina. Pasado un rato, Belia recorrió las rojizas y solitarias calles, ambiente favorable para que Bastian apareciera.
—Lo lamento mucho.
—Mi error fue subestimar esos rumores, sir Bastian. Nada de esto es tu culpa.
—Comprendo. Sin embargo, no es tiempo de lamentos.
—¿De qué habla?
—Hemos hallado la guarida de los rebeldes.
—Llévame —gruñó Belia—. Si quieres que una acción se ejecute bien, debes hacerlo tú misma.
Atendiendo el edicto de la reina, Bastian y varios soldados partieron, contemplando el desastre en la ciudadela. Sin embargo, su paso se vio aturdido por los estragos, pues algunos hombres no dudaron en arrojar escombros e incluso balazos al carruaje real.
En respuesta, los soldados de Belia se dispersaron. Algunos no dudaron en quemar casas y negocios, mientras otros se dispusieron a pelear con la propia gente. A pesar de todo, Belia y Bastian pudieron dar con un acceso bajo un puente, mismo que conducía a los ductos que el soldado ya había tomado.
—¿Está seguro de lo que afirma, sir Bastian?
—Que sus hombres nos acompañen, pero sean cautelosos.
—Bien.
Al ingresar, el eco de sus pasos resonaba, mas era un ruido minúsculo en comparación con el canto de varios refugiados, quienes descansaban tras tantos ataques. Al darse cuenta de que estaba en un punto muy alto para apreciar semejante espectáculo, Belia tomó una ballesta y, tras dar el primer tiro, incitó a sus hombres a disparar, desatando una masacre en lo más profundo de la ciudad.
Algunos aplaudían tal hazaña, otros reclamaban por lo sucedido, pero algo era cierto, el ataque previo generó un resultado desconcertante. Resignada al desprecio que comenzó a recibir, Belia volvió a su palacio, manteniendo su deseo principal. Dado que no había rastro de Stella o la bestia en Saint-Roux, solo quedaba un sitio que Belia podía encontrar.
—Señora, ¿qué nos queda por hacer?
—Saint-Roux puede ahogarse en su propia sangre —dijo Belia—. Poco me importa si mi labor no es agradecida.
—¿Acaso no teme por su cabeza?
—Temo porque sea la bestia quien me despoje de ella. De hecho, temo que Stella use esto para que su pueblo también se levante en armas.
—¿Qué asume?
—Si Stella sigue viva, y realmente sirve a la bestia, es prioritario frenar la amenaza antes de que nazca, soldados —añadió Bastian.
—Entonces queda claro, señora.
—Preparen al resto de nuestras tropas. Una vez listas, partiremos a la Béni.
Tras dar la orden, Belia fue cediendo a la sed de sangre. Mientras Bastian se encargó de dirigir y preparar los ejércitos, la desesperación de la reina fue creciendo al punto que ya no le bastaba despedazar rosas. En su lugar, cada flor que tomaba, la quemaba para arrojarla desde su alcoba, acompañando el ademán con incesantes carcajadas.
Mientras tanto, Camille y Stella, en compañía de sus criados, seguían tratando de mantener la casa. Stella no podía borrar esa sensación de ausencia, misma que se reforzó cuando ella y su hermana fueron las únicas presentes, no sólo en la hora del almuerzo, sino a todas horas. Durante la noche, la dama pensó que era buena idea visitar a Giosuè , así que se introdujo en los bosques. Recordando el camino que tomó, la doncella pudo dar con aquel acceso de piedra, viendo cómo la bestia se sentaba sobre el suave césped. Sin decir nada más, Stella se sentó junto a él.
—¿Cómo te sientes?
—Aún lidio con lo sucedido.
—Te entiendo —respondió Giosuè .
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Editado: 27.03.2025