La Bella y su Mafioso.

Capitulo 8

Traté de gritar, pero la presión de la mano sobre mis labios aumento haciendo que el corte en éste doliera y las lágrimas se derramaron. De pronto el tipo que sostenía mis pies cayó al suelo sosteniendo su mejilla; una sombra que se movía a gran velocidad vino y logró zafarme de mi atacante.
Me aparté de su camino para que pudiera moverse con libertad y me hice un pequeño ovillo contra la pared. Me fijé en la complexión de la persona que había llegado en mi auxilio y me pareció conocido, pero no fue hasta que vi su perfil que confirme mis sospechas: era Andrew.

Sus movimientos eran ágiles y precisos. Cada golpe iba con la fuerza suficiente para aturdir a su contrincante. Cuando los secuestradores confirmaron que habían tenido suficiente por el momento, decidieron retirarse. Uno de ellos fue cojeando hasta un auto negro que no había notado estacionado a dos metros de dónde estábamos. El que tenía ambos pies sanos se subió del lado del chófer y se fueron. Regresé mis ojos a Andrew y vi cómo sus hombros subían y bajaban con rapidez, su respiración agitada se notaba en su pecho, su remera antes blanca, ahora tenía un color carmesí cubriéndola en casi su totalidad, su cabello era un remolino y sus ojos emitían furia mientras el sudor los surcaba. A un lado de él, tirada en el suelo, estaba su campera negra. Noté que algo estaba goteándole arriba por lo que seguí la trayectoria del goteo y ahogue un grito cuando descubrí que provenía del brazo de Andrew.

Me puse en pie rápidamente y en pocos pasos estuve junto a él sujetando su brazo llamando su atención, cuando sus ojos conectaron con los míos vi una tormenta arremolinándose en esas dos esmeraldas, pero se dulcificaron cuando identifico mi presencia.

-Estas herido.

Entonces la dulzura fue reemplazada por preocupación y enojo cuando recorrió mi rostro. Tomo mi mentón en su mano derecha y comenzó a moverlo en todas direcciones mientras lo analizaba.

-¿Cómo…? ¿Fueron ellos?

-¿Qué?

-Tu ojo está morado y tu labio roto además tienes un moretón en el mentón, mi pregunta es ¿Cómo te hiciste eso?

-Ah, eso. No, no fueron ellos.

Aparté el rostro tratando de evitar que continuará viendo. Esperaba que la oscuridad del callejón fuera suficiente para camuflar el rubor de mi rostro. Por alguna extraña razón sentía vergüenza de haberme peleado y la sola idea de que él lo supiera hacia que mi rostro adoptará todos los tonos posibles de la vergüenza.

-Si no fueron ellos, entonces dime quién.

En ese momento el haz de una linterna perfilo la pared del callejón y sentí mi estómago revólveres de los nervios.

-Vamos. Salgamos de aquí y hablemos en otro sitio.

La moto arrancó justo cuando uno de los oficiales asomaba su cabeza. Andrew aceleró y nos perdimos en la noche.




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