Andrew.
Cuando llegué a la casa estaba más que furioso y mis hombres lo supieron inmediatamente al verme. Nadie dijo nada, no se atrevían. Ni siquiera Saimon, quién era mi sarcástico mayor domo y compañero de plática; él siempre tenía algún comentario mordaz como respuesta si era ofendido. Cada vez que yo llegaba a la casa él me recibía con algún comentario casual o trivial, pero no está noche. Mis pasos hacían eco por el pasillo vacío, sombrío y solitario que conducía a la sala donde solíamos tener las reuniones para discutir asuntos de suma importancia. Tenía la ligera esperanza de que los cobardes de Barckat y De Luca estuvieran allí con una buena explicación de porque habían desobedecido una orden.
No fue sorpresa para mí, cuando al entrar solo encontré a Rizzo esperando pacientemente sentado en el sofá leyendo un viejo periódico ruso. Al escucharme entrar en la habitación hizo a un lado el periódico y se puso de pie. Con dedos ágiles se arregló la corbata e hizo su cabello negro y entrecano hacia atrás. Era un hombre de edad avanzada, pero aún conservaba rasgos que en su juventud le habían hecho conocido entre las mujeres; como por ejemplo sus ojos azules de un temple serio y juvenil a la vez, o su sonrisa fácil y contagiosa, pero en los momentos y lugares adecuados. En sus años de juventud había sido un gran pianista en su madre tierra al norte de Rusia; y podría haber sido reconocido mundialmente, pero un usurero que apareció una noche de invierno a saldar una deuda con su padre se aseguró de que eso jamás pasara. Le rompió los dedos de ambas manos, desde ese momento sus sueños de pianista murieron y nació un fiel y leal ayudante a mi padre. Rizzo se convirtió en la mano derecha de mi padre y en su socio más confiable luego de que mi padre lo salvará de los usureros.
-Sr. ¿Quiere que ponga un precio por ambos? O ¿Quizá prefiere encargarse usted mismo?
-No. Corre la voz entre las bandas y que ellos se ocupen. – Le dije mientras me dirigía al escritorio. Él sabía que la traición de esos dos no quedaría impune. – Nosotros debemos hacer un trabajo de investigación ya que al parecer la hija no es la debilidad del viejo.
Rizzo me miró, pero no cuestionó mi decisión y simplemente asintió para irse a informar al resto sobre los dos traidores. Era mejor así, si yo era quien los encontraba, entonces ellos desearían no haberse cruzado nunca en mi camino.
Suspiré y cruce los brazos por detrás de mi cabeza al tiempo que cerraba los ojos. Inmediatamente la imagen de una bella mujer con cabello castaño, ojos cafés y unos labios dignos de ser besados. Sonreí al recordar que ella era muy parecida a Saimon: siempre está con un comentario audaz y mordaz para quién cometa la estupidez de provocarla, pero eso era algo que me agradaba. Aunque para ser honestos, todo en Isabella Anderson me cautivaba, y eso era algo peligroso. Lo había comprobado está noche cuando esos dos imbéciles intentaron secuestrarla, pero antes, fue el pánico que sentí al salir del edificio luego de la pelea y no haberla encontrado junto a la moto como habíamos quedado. Y luego, su rostro. Verla con el ojo morado y el labio roto…. Cuando creí que esos dos animales eran los responsables tuve un deseo incontrolable de salir tras ellos y sacarles la cabeza.
Sacudí la cabeza para aclarar mis ideas. Debía dejar de pensar en ella de esa forma, se suponía que era mi objetivo, pero ¿Y si ella me dijo la verdad está noche? ¿Qué tal si en realidad ella no significa tanto como pensé para su padre? Entonces, nuestra relación no sería un problema; en parte.
Miré la fotografía que había sobre el escritorio y entonces mis pensamientos se nublaron. En ella estábamos Matthew y yo abrazados festejando el triunfo de nuestro equipo en la secundaria. Éramos muy parecidos, demasiado para su desgracia.
-Lo siento hermanito. Sé que debí ser yo esa noche, pero no te preocupes. Tu muerte será vengada; a cualquier precio.
Y con esas palabras, mi determinación se fortaleció y en mi mente solo quedó espacio para pensar en una sola cosa.
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Editado: 20.09.2024