Bella.
Sentía mis pulmones ardiendo y el aire que entraba por mi nariz me hacía toser y llorar a la vez. Lo único que alcanzaba a distinguir era el rojo y naranja de las llamaradas que subían trepando por las cortinas y paredes de la cabaña. Él humo lo había invadido todo privándonos de la visibilidad del lugar. Junto a mí, Laura abrazaba su peluche de conejo al cuál ahora tenía una oreja chamuscada; por poco fui capaz de rescatárselo de las hambrientas llamas que ahora, lamian nuestros cuerpos a unos metros de distancia. El calor era insoportable y abrazador. Junto a Laura también estaban Ana y Lena: las mellizas.
De las cuatro yo era la mayor en esa cabaña y por tanto la responsable de que todas allí salieran ilesas de la situación. Algo bastante complicado ya que el fuego lo estaba devorando todo a su paso; aquello que tocará se desvanecía rápidamente. Mis compañeras comenzaron a gritar cada vez más fuerte a medida que el fuego y el humo avanzaban. Desde el exterior de la cabaña los gritos de los educadores y encargados se hacían escuchar junto a las órdenes que los bomberos nos gritaban. Yo era consiente de que su intención era ayudarnos, pero solo éramos niñas asustadas y los nervios nos impedía pensar con claridad. Me voltee a ver los rostros de mis compañeras y amigas; en ellos, bajo las manchas de hollín, vi el miedo y la desesperación por encontrar un salvavidas. Un héroe que nos rescatara; y yo, yo sería su salvavidas.
Miré en todas direcciones y logré divisar una ventana; era de doble hoja y sus ventanales eran del tamaño adecuado, cabrían en ellas para pasar. El fuego la había rodeado, pero aún se podía acceder a ella. Tome las mantas que habían junto a nosotras y envolví con ellas a mis amigas. Luego les pedí prestadas las cantimploras a las mellizas. Ellas no dudaron en dármelas al ver que yo era la única que estaba bajo control. Vacíe el agua que estás tenían en las mantas de las tres; era poca, por lo que solo me centré en mojar la parte de la cabeza, manos y pecho. Junto a nosotras había una pequeña mesa de luz a la cual le quité una de las patas y la usé para romper los cristales.
-¡Vamos! ¡Es su oportunidad de salir!
Ellas me miraron un segundo y sus ojos enrojecidos por el humo me estaban agradeciendo, pero sabía lo que ellas estaban tratando de preguntarme. ¿Qué haría yo?
-¡No sé preocupen, iré justo detrás de ustedes!
-¡Pero no tienes una manta!
La pequeña Laura, siempre tan atenta a los detalles. Abrazaba con tal fervor su pequeño peluche que creí que jamás lo soltaría, pero entonces lo extendió hacía mí para que lo tomara.
-¡Él es el Sr. Zanahoria y es mi mejor amigo. Se quedará contigo a ayudarte a salir y cuando salgan juntos, él volverá conmigo!
-¡Por supuesto! – Le aseguré con una sonrisa. – Gracias.
Una lámpara reventó por la alta temperatura y las chicas gritaron.
-¡Vamos, apresúrense a salir!
El fuego estaba avanzando hacia la ventana y no podía permitir que eso ocurriera. Las mellizas ayudaron a Laura para que pudiera trepar hasta el borde del marco y así saltar fuera. Yo tomé una almohada de la cama donde había sacado las mantas e intenté sofocar el fuego que avanzaba hacia ellas. Pero fue inútil, este avanzaba velozmente y alcanzó el ventanal. Afortunadamente solo faltaba que Ana saltará hacia el exterior y lo logró, ya podía respirar tranquila; todas estaban a salvo. Yo simplemente me senté en el pedazo que estaba libre del fuego y abracé al Sr. Zanahoria y observé las grandes llamaradas, esperando lo inevitable. Y justo cuando creí que todo estaba perdido para mí, el agua comenzó a entrar por el ventanal y logró apagar el fuego allí.
-¡Vamos niña! ¡Sal ahora!
Escuché la voz de un hombre, probablemente un bombero tratando de ayudarme. Así que me apresure a salir con su ayuda, pero una llama alcanzó a tocar mi pie y yo grité de dolor. Estuve a punto de caer dentro de nuevo, pero el bombero me tomó con fuerza y terminó de sacarme. El pie me ardía mucho y el dolor era insoportable.
Me desperté jadeando y con el sudor recorriendo cada parte de mi cuerpo. El pie derecho me ardía y lo destapé rápidamente temiendo que se estuviera quemando nuevamente, pero solo era un dolor fantasma. Suspiré y me pasé las manos por el pelo, solo había sido una pesadilla sobre el incendio que había ocurrido en el campamento de exploradoras cuando tenía 10 años.
Aún recordaba cuando al fin habían logrado calmarme el dolor y curarme el pie. Aquello era un caos y los padres de mis compañeras estaban allí para consolar a sus hijas y verificar que estuvieran bien. Eleonor fue quien llegó corriendo a mi encuentro cuando supo del incendio, ella fue quién lloro conmigo y la que viajó junto a mí en la ambulancia hasta el hospital para que me hicieran una curación mejor. Los otros padres pasaban junto a nosotras y sacudían la cabeza y me miraban con lastima en sus ojos; ellos sabían que mis padres no irían. Laura se acercó a mí para agradecerme haberle salvado la vida y a cambio me regaló su pequeño peluche a pesar de reiterarle varias veces que no era necesario, pero ella insistió.
Miré hacía la mesa de luz junto a mi cama, allí estaba cómodamente sentado el pequeño conejo con una oreja calcinada por las llamas. Me servía como recuerdo de lo importante que en realidad era para mis padres.
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Editado: 20.09.2024