Cuando me duche pude verificar en el espejo que el haberme colocado hielo durante la noche sí había funcionado. Ahora solo debía preocuparme por tapar el corte en la ceja, disimular el ojo morado y el labio partido. Aunque esté último era más fácil de explicar, podía simplemente decir que se había resecado. Lo que no podía camuflar eran los músculos doloridos y los nudillos en igual estado, supuse que era la falta de costumbre.
Cuando salí de mi habitación: al fondo del pasillo a la izquierda; el último rincón de la casa, pasé por frente a la puerta del dormitorio de mi madre. La abrí sin hacer ruido y como había imaginado ella aún estaba acostada a pesar de que él reloj marcaba las siete y media de la mañana. Las cortinas pesadas y oscuras estaban cerradas herméticamente para impedir la filtración de cualquier rayo de sol por minúsculo que fuera. Las criadas se tomaban muy enserio esa tarea; recuerdo a una chica nueva muy simpática a la cuál le encargaron las cortinas, pero cometió el error de dejar una rendija abierta. Fue su último día de trabajo en la casa.
-No la despiertes.
El susurro de Eleonor en mi oído me provocó cosquillas y tuve que taparme la boca para contenerla. Cerré con cuidado la habitación del cuarto de mi madre para no despertarla de su sueño profundo; más parecido a un estado de coma, pero era mejor así. Una vez que despertara nadie podría soportarla en su estado de resaca.
-Te aseguro Elo, que esa no era mi intención. – Dije a modo de broma mientras evitaba sus ojos. – Pero tendré que irme pronto o llegaré tarde al examen.
-¿Era hoy?
-Sí. Saliendo de allí iré a practicar.
Ella caminaba junto a mí mientras escuchaba atentamente, pero como era de esperarse notó que estaba evadiendo su mirada.
-¿Pasa algo Bella?
-No. ¿Por qué?
Una simple e inocente pregunta, pero que delataba mi mentira. Intenté distraerla mientras tomaba una manzana de la cesta de fruta del pasillo en el recibidor, pero por supuesto no funcionó.
-Isabella. Quizá logres engañar a tus padres, pero te recuerdo que yo paso la mayor parte de mi tiempo contigo y te conozco bien. ¿Qué me estás ocultando?
Cerré los ojos con fuerza y recé para que no fuera capaz de ver a través de mi maquillaje. Me voltee a verla y sus ojos me analizaron completamente, pero no hizo ningún gesto extraño. Eso demostraba mis grandes dotes con el maquillaje. Ojalá Andrew estuviera aquí para verlo.
-Muy bien – dijo al fin convencida – te voy a creer, pero, te estoy vigilando jovencita.
-Que sí Elo. ¿Mi padre llegó anoche a la casa?
Ella negó con la cabeza y vi la tristeza en sus ojos mezclada con la compasión. Era extraño que aún siguiera preguntando, pero era aún peor que siguiera importándome tanto. Además, era horrible sentir como Eleonor me miraba igual que cuando ves a un perro en la calle y sabes que no te lo puedes quedar. Se sentía realmente patético, pero creo que yo era la patética por preocuparme por mis figuras paternas. Esos para los cuales, yo ni siquiera existía, o al menos eso desearían ellos.
-Lo siento pequeña, pero está en un viaje de negocios en Tokio. Regresa la semana entrante.
-No importa. – Dije restándole importancia, pero ambas sabíamos que me dolía. – Con tantos negocios en el extranjero e llegado a pensar que lleva una doble vida, o, quizá tiene otra familia de la cuál no sabemos nada.
-¡Isabella!
-¿Qué? – La acuse con mis ojos y sonreí. – ¿Ahora me vas a decir que esa idea jamás se te cruzó por la cabeza?
Ella miró a los lados de manera inquieta y me correspondió la sonrisa mientras me apresuraba hacia la salida.
-Ya calla niña y por lo que más quieras, asegúrate de que tú madre jamás escuche semejante barbaridad. Qué tengas un excelente día y suerte en tu examen. Y con la práctica.
Abrí la puerta y estaba saliendo cuando me gire una última vez.
-Se que es poco probable que ocurra, pero si mi madre pregunta, solo dile que estoy estudiando en la biblioteca para el próximo examen.
-Se lo haré saber querida.
Ambas sabíamos que eso significaba que le haría el comentario vagamente mientras mi madre tomaba su tercera tasa de café para combatir los efectos de la resaca. Abecés sentía curiosidad, no, necesitaba y quería saber porque bebía tanto; que podía ser tan terrible para desear escapar de la realidad, momentáneamente de ese modo aún sabiendo lo que venía después. Pero jamás obtendría la respuesta a eso y en el fondo algo me decía que era mejor así. Descubrir los secretos de mis padres y el motivo por el cuál me despreciaban tanto sería como abrir la caja de Pandora. Y aún no estaba lista para eso.
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Editado: 20.09.2024