La Bella y su Mafioso.

Capitulo 27.

Bella.

Andrew estaba fuera de control cuando se llevó al tipo al callejón junto al club, pero no podía ir tras él sin antes asegurarme de que mis amigos estarían bien.

-Debes llevar a Erick al hospital para que atiendan sus heridas.

-¿Y tú? – Me pregunto preocupada Kassy. – ¿Cómo harás?

-Yo estaré bien, iré a buscar al idiota de Andrew para evitar que cometa una estupidez; bueno, otra más. Y de paso que me lleve a mi casa.

Ella dudó unos segundos mientras Erick se apoyaba sobre su hombro para mantener el equilibrio, aunque debía estar medio agachado ya que ella era más baja que él.

-Ve, te prometo que estaré bien.

-Llámame cuando llegues a tu casa.

-Y tu cuando salgan del hospital.

Me aseguré de que ambos salieran por la puerta antes de ir tras Andrew hacia el callejón. Cuando salí el aire frío de la noche me golpeó en la cara, era totalmente diferente al aire caliente, espeso y pegajoso que se aspiraba en el interior del club. Busque con la mirada a Andrew y cuando lo encontré no lo reconocí. No era el Andrew que yo conocía, este era un animal salvaje y fuera de control que golpeaba sin cesar a un hombre que ni siquiera se estaba defendiendo.

-¡Andrew! ¡Ya basta! ¡Lo vas a matar!

Le grité varías veces, pero estaba tan cegado que no era capaz de escucharme, entonces el llanto, la angustia se apoderaron de mí. La desesperación por tratar de llegar a él era tal que no pude aguantar las lágrimas. De repente él se detuvo y me miró, detecté el dolor en su mirada y la angustia, pero yo no era capaz de hablar con él, no ahora.

-Bella…

Negué cuando se quiso acercar, no podía ni quería tenerlo cerca. No ahora. Solo quería irme a casa y dormir para que él día siguiente comenzará. Al salir del callejón detuve un taxi que iba libre y le pedí que me llevará a casa.

Cuando llegué a mi casa vi la luz del recibidor encendida y me pareció extraño ya que eran cerca de las diez de la noche por lo que la mayoría debían estar acostados. Entré tratando de no hacer ruido, pero en cuanto cerré la puerta fui sorprendida abruptamente por la voz tronante y enfadada de mi padre.

-¿Te parece adecuado llegar a estas horas a la casa Isabella?

El susto fue tal que las llaves se resbalaron de mis manos y cayeron en el suelo de baldosas lustradas. Me voltee a verlo y sus ojos, dos esferas negras como la noche eterna estaban serios tras los cristales de sus lentes de leer. Su ceño fruncido solo empeoraba el mirar enfadado que tenía y su puño apretaba con fiereza unos documentos que antes eran lisos.

-¿Y bien? Te hice una pregunta.

En ese momento, creí haber perdido la cabeza por completo y lo único que se me ocurrió hacer fue reírme histéricamente. El peso de años de soportar su ausencia, los desprecios de mi madre, saber sobre su enfermedad y ahora el hecho de que el hombre que me gustaba al parecer tenía problemas de carácter, fueron demasiado y se colmó mi paciencia. Así que la risa broto desde lo profundo de mis entrañas: estruendosa, imparable e imposible de ser ignorada. Mi padre acortó la distancia que nos separaba en dos simples pasos y me abofeteo. Fue cuando mi risa se detuvo en seco.

-¿¡A caso te dije algo gracioso!?

Lo miré a los ojos sin demostrar cuánto me había dolido esa bofetada, no flaquearía, no frente a él.

-Si. La verdad es que toda tu actitud me parece un chiste. Este circo que armaste del padre del año es un fiasco. ¿Te preocupa la hora en la que llegó a mi casa? ¡Pero si no son ni las diez de la noche y para colmo tengo casi 20 años! Si fueras una figura paterna a la cuál respetará, entonces te habría dado la razón, pero para que sienta respeto por ti primero debes ganártelo y eso solo lo consigues comportándote como un padre todo el año. Pero por supuesto tu solo sabes actuar como uno ausente, uno que desaparece todo el año con la excusa de que siente culpa por la enfermedad de su esposa; o, sí padre, ya me enteré. ¿Está bien para ti alejarte de tu esposa cuando más te necesita y dejarla para que tortura a su única hija? Si es así, ya me queda claro la clase de hombre que eres.

-¡Tú no tienes derecho a hablarme de esa manera jovencita! ¡Te crie, te alimente y vestí como a mi hija! ¡Te he dado la mejor educación y siempre has tenido todo lo que un niño necesita! ¡No tienes derecho a reclamarme nada!

-¡Felicidades! Te daré una estrella dorada por haber sacrificado tanto. Todo lo que acabas de nombrar son las obligaciones de un padre hacia sus hijos, pero yo no hablo de lo material. Lo que nunca tuve y siempre me falto fue el amor, el refugio y el cariño de mis padres. Lo tenía, o al menos por parte de mi madre y todo cambió hace años cuando discutió contigo. Entonces ella cambio, todo cambió.

-¿Me culpas a mí por eso? ¡Mejor fíjate en un espejo porque tú eres la única culpable de eso! ¿¡Quieres saber!? ¿Realmente quieres saber porque tú madre te desprecia tanto?

-¡Eliot! – Mire hacia la puerta principal y vi a mi tío, Peter. - ¡No lo hagas!

-¿¡Porque no habría de hacerlo!? ¡Ella se lo busco!

-Aún no está lista, además ¿Te parece correcto decirle a solo horas de su cumpleaños?

Mi padre chasqueo la lengua y se fue pisando fuerte hacia el sofá donde tenía su maleta; solo estaba de pasada y ya se iba. Otra vez.

-¡Tú la malcrías!

Le dijo a mi tío cuando paso junto a él. Peter cerró los ojos con fuerza y resopló mientras corría tras su hermano mayor. Y ahí estaba yo, con cientos de preguntas y cero respuestas, pero sabía dónde podría encontrarlas. Sabía que fuera lo que fuera que estaba sucediendo allí, hallaría las respuestas en la carpeta que mi madre fisgoneaba cada vez que se emborrachaba. Mis pies comenzaron a moverse escaleras arriba antes de que me diera cuenta siquiera.




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