La Bella y su Mafioso.

Capitulo 30.

El nudo en la garganta me hacía imposible lograr emitir palabra alguna, en cambio, las lágrimas rodaban sin control alguno y mi madre entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí. Sus pasos eran lentos y pesados ya que sus pies se arrastraban por el suelo, como si quisiera alargar el momento de llegar a mi. Me puse en pie y la alcancé ansiosa por una explicación a todo lo que había leído.

-¡Dime! – Le rogué con desesperación. – ¡Dime que no es verdad! ¡Por favor, madre!

Ella soltó un cansado suspiro y sujeto su mentón con sus delicados y frágiles dedos temblorosos como una rama desnuda, luchando por no caer en medio de un torbellino. En cambio, yo estaba cayendo lentamente y sin remedio en un pozo de emociones y sentimientos encontrados mientras esperaba a despertar de esa pesadilla. Sus labios se abrieron, pero las palabras no salieron al primer intento y tampoco al segundo; tomó aire y lo intentó una vez más.

-Nada me gustaría más que poder decirte que esos documentos mienten, o que todo en ellos no es más que una cruel broma, pero eso sí sería mentirte. – Ella saco los papeles de mis manos y los dejo sobre el escritorio echando un último vistazo antes de tomarme del brazo para llevarme hasta el sofá. – Lo mejor es que tomemos asiento.

Ambas sabíamos que debíamos hablar, pero las palabras fallaban y la falta de costumbre de una charla madre-hija solo hacía más difícil la situación. Aunque, debía admitir que algo en ella se veía diferente, incluso su mirada era más… blanda que de costumbre.

-¿Qué tanto leíste?

-No todo, pero si lo suficiente para saber cuánto valía para mi madre biológica.

Ella cerró los ojos con fuerza y cuando los volvió a abrir la culpa los había tomado como rehén.

-No era tan mala, solo estaba pasando por una mala situación y tú padre se aprovecho de ello, aún así, no la estoy justificando. La noche en que naciste, unos pisos más arriba yo estaba dando a luz a mi bebé – hizo una pausa para quitar una pelusa inexistente en su pierna – ella realmente era hermosa, solo la vi unos escasos y fugaces segundos, pero fueron suficientes para que viera lo hermosa que era y saber que sin duda era lo mejor de mí. Cuando los médicos se la llevaron de mi lado con rostros preocupados debí saber que algo andaba mal, pero entonces al rato tu padre apareció y dijo que todo estaba bien y que solo estaban haciendo unos chequeos.

Sus palabras se detuvieron mientras con la mirada puesta en la nada, viendo algo que solo ella podía sonrió vagamente y lágrimas escaparon de sus hermosos ojos; y por primera vez en años pude ver la fragilidad de mi madre y entender la gran carga y el dolor que llevaba consigo. Sus labios agrietados por el descuido, su cabello con canas ocultas tras varías capas de tintura y su piel ya comenzaba a mostrar los signos del pasar de los años, todo ello comenzó aquel fatídico día en el que nuestra relación se resquebrajo. La edad se le había ido encima de un solo golpe y ella trataba de ocultarlo.

-¿Sabes? El tiempo es cruel, él no perdona a nadie. Solo pasa y se lleva consigo todo aquello que uno más valora y en su lugar, deja un gran vacío que con cada día duele más. El tiempo es un cruel ladrón y forajido que solo quita en lugar de dar.

En parte podía entender las palabras de mi madre, pero a su vez tenía otra perspectiva de ello.

-Supongo que es una forma de verlo, pero el tiempo no solo quita, también nos da, solo que muchas veces no lo sabemos apreciar.

Ambas nos miramos en silencio comprendiendo por primera vez que las dos teníamos heridas que debían ser sanadas. El tiempo todo lo cura dicen, pero en realidad somos nosotros mismos los que debemos encargarnos de curar nuestras propias heridas, él solo nos brinda una parte suya para que así lo logremos.

-Ahora entiendo todo. – Dije de la nada mientras tomaba la mano de mi madre. – Tu te enteraste cuando yo tenía 7 y fue por eso que cambiaste tanto.

-Si, tu padre me lo contó ese día y para mí fue…. Terrible saberlo…

-Aún así – le interrumpí abruptamente – no era mi culpa. En todo caso ambas éramos víctimas de la situación, pero por supuesto te encerraste en tu dolor y te cegaste con el odio arremetiendo contra mí. Yo solo era una niña.

-Lose, y no sabes cuánto lo siento.

-Y aún sabiendo que estabas mal ¿Continuas te actuando fría hacia mi?

-¡Es que no lo entiendes! Enterarme de que mi pequeña en realidad murió minutos después de nacer y fue reemplazada por….. ti. No es algo fácil de asimilar. ¿Cómo seguir tratándote como a mi hija si en tus venas no corre mi sangre? Si cada vez que te miro no me veo a mi, en cambio, veo a esa mujer.

Sus ojos brillantes por la emoción miraron fijamente a los míos y vi la pena, el dolor y la angustia en ellos. Yo también la miré, pero a diferencia de ella, cada vez que yo la veía solo me fijaba en una cosa: en que esa mujer frente a mi era mi madre.

-La sangre no hace a la familia, no siempre es así. Y ahora, a pesar de saber que tú no eres mi verdadera madre mi visión hacia ti o tu rol no han cambiado; tu fuiste, eres y siempre serás mi madre. Tu fuiste quien me sostuvo al nacer, quien me acurrucó en la cuna, quién me dio de comer de su pecho, eres la que se desvelo noches eternas para que yo conciliara el sueño, estuviste a mi lado cada vez que enferme incluso ahora de grande a pesar de no llevarnos bien lo hiciste, eres quien sea pasado la vida preocupándose por mi bienestar; en tu extraña y retorcida forma, pero lo hiciste. ¿Lo entiendes? – Pregunté con emoción mientras tomaba sus manos entre las mías. – ¿Qué importa si tú sangre no corre por mis venas? ¿Y qué si al seguir creciendo no me parezco a ti? No todos los hijos se parecen a sus padres y no todos los padres engendraron a sus hijos, pero si los armaron y cuidaron y por eso se llaman entre si: familia. Mamá. Tú y solo tú tiene el derecho a que le llamé madre. No porque mi padre haya cometido un error dejo de ser tu hija, lo sigo siendo sin importar como fue que llegué a ustedes, por lo que trátame como a tu hija. Seamos madre e hija como cualquier otra familia.




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