La Bestia |

Introducción

La habitación en blanco le dio la bienvenida, abriendo los ojos para buscar adaptarse ante las sensaciones, dándose cuenta que algo pasaba con su visión. De un lado no la sentía igual a la otra, por lo que intentó tocarse, fracasando en el intento al notar que había una clase de tela extraña cubriendo ese lugar y otra parte más que conectaba con su rostro.

Su cuerpo dolía, no respiraba muy bien, así que intentó mantener la calma, tanteando en su sitio algo, cualquier cosa que le permitiera tener a alguien en frente de sí, aunque fracasó en el intento tocando un botón de la cama que no servía para nada.

Algo se removió en el lugar, logrando extrañarlo al tiempo que se acomodó en la camilla, recostándose para ver una figura femenina ocupar espacio en una sombra al final de la habitación. Tragó con dificultad, apreciando de esa manera cómo se estremecía, evitando perder el control ante los nervios, la rabia y la furia que se acumulaba en su pecho, clavándose horriblemente allí, causando incluso que no pudiese respirar.

La máquina empezó a emitir un sonido, viéndola acercarse, vestida completamente de negro, con unas gafas oscuras cubriendo sus ojos, la cual se quitó para observarlo desde su posición.

—¿Q-Qué haces aquí? —Masculló, notando la dificultad para comunicarse.

¿Cuánto se supone que había pasado? ¿Un mes? ¿Un año? Se veía distinta, imaginaba lo mucho que terminó disfrutando de su fortuna desde el momento en que osó destruirlo sin darle siquiera un poco de tregua. Era una mujer frívola, sin escrúpulos, no entendía la manera en que se dejó engatusar por tantos años a su lado.

Por momento pensó en hacer algo demasiado fuerte en su contra, pero si tan solo posaba la mirada en su ser, podía darse cuenta que no lo merecía, no mientras estuviese vivo, completamente libre para poder cobrar su venganza, la única que iba a mantenerlo de pie, después de todo.

—¿Cómo estás?—El cinismo que emanó en la pregunta lo hizo querer reír, impidiendo el gesto ante la molesta cosa que tenía en la cara.

—¿Cómo estoy?—emitió, apenas—. ¿Te atreves a preguntar cómo estoy luego de lo que me hiciste? ¡Te encontré disfrutando en nuestra cama con el hombre que creí mi mejor amigo! ¿¡Y me preguntas cómo estoy, mientras reposo en una cama de hospital!?—gritó, furioso, importándole poco el dolor.

—Cariño, ni siquiera es para tanto.

—¿No lo es?—demandó—. ¿Qué te parece? ¿Qué tienes frente a ti, amada mía? ¿Aún sigues diciendo que no es para tanto? —farfulló.

—Y-Yo… —tartamudeó, sonriendo al fin sin tanto problema de por medio.

—¿Te gusta?—inquirió, fijando la mirada en ella—. ¿Quisieras que yo, así, te declare mía después de todo lo que me hiciste?—prosiguió —. ¿O te da miedo?

—Eres un monstruo… —Negó, emitiendo un chasquido de la misma forma.

—No, querida, tú eres el monstruo. —espetó, firme—. Tú creaste esto—tomó una pausa, esperando que lo viera de nuevo, espantada —, y créeme cuando te digo que voy a destruirte, a ti y a ese patán. Voy a acabarlos, Rubí y no me importa lo que tenga que hacer para ello. Ustedes se hunden o yo los hundo, como más prefieran. —La mujer dio un respingo en su sitio, echando hacia atrás, recogiendo sus cosas para caminar a la salida, girando un momento para captar que su mirada seguía en ella.

—Espero que tu estadía en la cárcel sea agradable, Gerry. —emitió, bajo sus ojos que no dejaban entrever ninguna sorpresa—. Es bueno que nunca amenaces a tu querida esposa. —Cerró detrás de sí, con el hombre pasando las manos por su rostro que comenzaba a arder, soltando un grito gutural desde lo más profundo, prometiéndose que nunca, jamás, de ninguna manera, alguien iba a atreverse a hacerle daño. Ni como ella, ni como nadie.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.