La Bestia |

Dos: Rosas rojas para la bestia.

Una taza de café humeó frente a él, mirando el periódico, pasando por alto ciertos titulares que no le interesaban en lo absoluto hasta llegar a la página donde se había colocado el anuncio completo de la carta donde solicitaba personal para su empresa, claro que no había especificado género y aunque le resultaba más alguna mujer bastante proactiva, también podría servirle un hombre que no quisiera meter las narices donde no debía.

—¿Ya quedó? —cuestionó la mujer frente a él, posando un plato en frente, donde tenía hecho un porridge de avena con frutas, sin rastros de sabor dulce de por medio más que lo que lo acompañaba, llevando una cucharada a su boca, disfrutando de su sabor.

—Sí, ya. —enunció—. Solo te pido algo que no hice con Sofía, quiero que prepares una habitación por si la persona que escojo, que seguramente será del género femenino, llega a estar un tiempo aquí. Tengo a esa mujer en la mira y no quiero que a mi servicio estén faltándole el respeto. —concluyó, observándola con calma.

—Bien, señor, lo haré. —La vio, levantando uno de sus dedos con calma.

—Luego te paso las medidas. Guárdame uno de estos para la noche. —Terminó de comer, saliendo de su vista para encaminarse al auto que lo esperaba, entrando en él en compañía de Alexander, quien lo saludó al entrar.

—Bestia, tengo a varios candidatos. Voy pasándote los perfiles mientras hacemos el camino, ¿sí? —Asintió, tomando una respiración profunda, escuchándolo hablar, descartando a la gran mayoría para dejar solo una parte en vilo, sin cita, aunque esperando analizar más a fondo su hoja de vida.

Lo que había puesto en el contrato podría rebasar a la mayoría a declinar por completo la oferta de trabajo, necesitaba a alguien que siguiera paso a paso cada línea expuesta allí y solo alguien con mucha capacidad para enfrentarlo podría sobrellevar lo que implicaba estar a su lado.

Tendría demasiadas restricciones después de lo sucedido con su esposa, el resultado que había dejado en su contra, siendo que no podría moverse en los medios como lo deseaba. Oculto, así era como debía estar, así que conseguir a esa gente que estaba en espera sería un reto infernal hasta que llegase quien encajara de manera perfecta en lo que pudo preparar esa noche.

Sabía el nivel de dificultad que había empleado para que alguien pudiera pasar a ser parte importante e indispensable en su vida, sin embargo, confiaba en que, quien fuera, debía atreverse, sin importar la causa, lo único que necesitaba era que no lo dejara como terminó haciendo Sofía, solo porque esa víbora la tenía en la mira por todo aquello que hizo años atrás.

A ella nunca le daría el beneficio para reivindicarse, quería hundirla, aplastar hasta la última hebra de su cabello para que nunca volviera a hacerle daño a nadie, ni en esa vida, ni en la otra, por lo que lo mejor era terminar también con la lacra que se hizo llamar su mejor amigo, para que viera su deceso llegar más rápido de lo necesario.

En cuanto llegó, tomó el ascensor que lo dejaba directo en su oficina, saliendo para ver el sitio iluminado, apagando las luces, cerrando las ventanas en cuanto entró antes de tomar asiento allí, posando las manos sobre el escritorio, inspirando profundo. El gesto le hizo doler el pecho con algo de molestia, como si se tratara de un fuego quemando allí, logrando, de alguna forma, asfixiarlo en esa parte de su vida que lo estaba consumiendo.

Tomó el bolígrafo que reposaba sobre la madera, dándole vueltas hasta terminar de partirlo en dos, levantando el teléfono que resonó insistente durante cinco minutos en los que no hizo más que ver las vueltas del material, acabándolo por completo contra la madera oscura, sin evitar mirar el ciclo de los años entre mentiras, reviviendo esa escena que lo catapultó a la muerte por completo.

Qué irónica era la vida, se suponía que debías morir por causas naturales o algo relevante que acarreara algún entierro donde te sepultaban, pero nadie hablaba de la manera en que perdías la vida, tu ser completo al descubrir a tu esposa revolcándose con tu mejor amigo y que claro, ambos se encuentren completamente extasiados que intenten ir en contra de lo que estaban haciendo, escuchándola hablar sobre el maltrato y la obligación del hombre que la acompañaba en la cama, mientras él reviraba a lo mismo, solo que esta vez ella lo había causado.

—¿Por qué lo hiciste? —Había demandado en un hilo de voz, sin verla—. ¿¡Por qué lo hiciste, con un comino!? —exclamó fuerte, viendo al hombre correr fuera, cargando su ropa—. Te di todo, de ti amor, ¡amor! Todo el que necesitabas, Rubí, ¿por qué me has asesinado de esta forma? —demandó, aún encolerizado, sosteniendo sus brazos, removiéndola molesto.

—Yo quería un hijo. —espetó, molesta, entre burlas, escupiendo en su cara—. Y tú ni siquiera sirves para eso. —Pasó a su lado, avanzando hacia ella para tomarla del brazo, escuchando su grito al tiempo que golpeaba con fuerza su rostro, echándolo varios pasos hacia atrás.

—¡El del problema no soy yo! —vociferó—. Eres tú, Rubí, siempre has sido tú…—Una bofetada logró sacudirlo en su sitio en ese instante, continuando a su paso, abriendo los ojos para no recordarlo un minuto más, apretando el aparato telefónico contra su oreja.

—Señor—emitió el hombre en la línea—, ¿para cuándo quiere que cite a los candidatos? —Pasó una mano por su frente, mirando el sitio, hundiéndose en la oscuridad, amándola por sobre todo, porque era lo único que podría acompañarlo sin hacerlo caer en ese momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.