Eran las 8 de la noche, hora en que todos los empleados de la empresa hacían abandono de las instalaciones. Desde el gerente, hasta el par de auxiliares que se encargaban de repartir la correspondencia y llevar café a los demás. Todos y cada una de las personas que trabajaban en el edificio se marchaban a sus hogares.
Un cuarto de hora después, en cada rincón reinaba la calma. La soledad. La oscuridad.
Después de la marcha de gente a través de las puertas, todos en grupos conversando diversos temas, llegaba James, el hombre que realizaba la limpieza de cada metro cuadrado de aquel lugar. Si bien su hora de entrada era a las 9, siempre acudía 15 minutos antes, verificaba en el monitor de la recepción que todos se hubieran ido (además de comprobarlo en el registro de marcaje de salida), se cambiaba de ropa y se preparaba porque le esperaban largas horas de trabajo.
El hombre era minucioso, todas sus actividades las llevaba a cabo con mesura y cuidado, y siempre se tomaba el tiempo necesario.
Por temas de pandemia, además de barrer, sacudir cada superficie, limpiar baños y ordenar escritorios, debía desinfectar en lo posible cada lugar, trapear con líquidos especiales, preparados a base de diferentes sustancias, y rellenar cada surtidor de toallas con alcohol, papel higiénico, jabón, entre otras muchas labores que debía realizar durante su turno.
La limpieza era una de las prioridades de la empresa, ya que últimamente las ausencias por enfermedades infecciosas habían aumentado considerablemente, habiendo a esas alturas casi media docena de personas fuera de sus labores por algún contagio.
Generalmente realizaba sus funciones en silencio, ya que le gustaba concentrarse y disfrutaba de la paz que reinaba en las oficinas. Recorría lenta pero ininterrumpidamente cada uno de los cuatro pisos, yendo de cubículo en cubículo, y no abandonaba ninguno de ellos hasta que el resultado lo satisfacía.
Siempre empezaba por el tercer nivel, que era el de más arriba, y desde allí se dedicaba a ir bajando hasta llegar a las bodegas y los generadores que se encontraban en el subterráneo, que era la última planta habilitada para el personal. El piso inferior, el segundo subterráneo, estaba clausurado porque allí sólo habían deshechos, instalaciones en desuso y un antiguo laboratorio de productos químicos. Una gran advertencia de peligro en las escaleras de emergencia y el botón del -2 obstruido en los dos ascensores indicaban que estaba prohibido siquiera bajar hasta ese lugar, ya que la última persona que lo hizo, la pobre Kate, se enfermó por inhalar sustancias tóxicas y jamás volvió a trabajar. Nunca más supieron de ella.
Los ascensores estaban en el fondo del edificio, y eran los encargados de transportar a James por todas las plantas aquella tranquila noche. Mientras bajaba en él hasta el primer subterráneo para limpiar el último piso que le faltaba, sacó su celular del bolsillo para revisar la hora. Casi las 4 de la mañana. Tan sólo le quedaban un par de horas para poder marcar su salida e ir a descansar.
Sin embargo, antes de llegar y que se abrieran las puertas para poder salir a su último destino, el ascensor en el que iba se detuvo y se apagaron las luces.
Se había cortado el suministro eléctrico.
Si bien el edificio contaba con un circuito de luces en caso de emergencia, la iluminación que éstas brindaban era mínima, y más que nada servían para guiarse a través de ellas y encontrar la salida. Pero el problema principal era que se había quedado atrapado en el ascensor.
Algo nervioso, encendió la linterna que llevaba para incidentes y como pudo buscó la llave correspondiente, la cual utilizó para tratar de abrir las puertas del ascensor. Finalmente, tras intentar girar la chapa durante algunos minutos por lo rígido del mecanismo, éste cedió y pudo deslizar los accesos.
Al despejar y alumbrar el espacio que se formó, pudo apreciar que casi la mitad de las puertas del rellano estaban al descubierto. “Me faltaba tan poco. Yo y mi suerte”, pensó James. Se agachó y trato con sus manos de destrabar las puertas. Forzó con todo su ímpetu y finalmente éstas se abrieron. Gateando, se introdujo en el espacio, atravesando tanto las puertas del ascensor como las exteriores, y pudo salir por fin al piso inferior del edificio.
Alumbrando con su linterna, y cuidando sus pasos, caminó despacio por el pasillo. Aún no sabía el porqué del corte de energía, y eso lo traía tenso y angustiado. Con el pulso tembloroso, se paró frente a la primera puerta de acceso que encontró con la placa “Sala de Generadores 1” agarrando la manilla. Antes de entrar, miró más allá por el pasillo hacia otra puerta contigua que decía “Sala de Generadores 2”, pero se decidió primero por la que tenía al frente. Entró, y luego cerró suavemente la puerta tras de sí.
Era primera vez que le pasaba algo parecido, por lo que no tenía experiencia en ese tipo de cosas. Si bien la electricidad no había vuelto aún, el sistema de reserva que se encargaba de suministrar energía al circuito de emergencia emitía en esa habitación un ruido intenso, constante y molesto.
Se dirigió apuntando la luz de su linterna hacia el escritorio cercano para poder encontrar algún manual, buscó en sus cajones, pero no había nada. Luego caminó al fondo del cuarto a una especie de panel de control que estaba entre los generadores, y se dio cuenta que había una infinidad de interruptores y botones sin ningún tipo de indicativo. Sería una tarea imposible reestablecer la electricidad.