LAS TRES
Un grito surgió en la negrura de un sueño sin imágenes. Se dibujó como un relámpago en el cielo que rompió la oscuridad por un instante antes de que él abriera los ojos alertas recorriendo la habitación totalmente a oscuras, entonces reconoció otra noche sin dormir como las tantas que tenia que vivir.
Se levantó desnudo arrojando las sábanas de seda negra al suelo.
El reloj marcaba las dos de la madrugada. Cada noche siempre despertaba a la misma hora, lanzó un suspiro.
Salió de su dormitorio y bajó a el enorme salón. Miró hacia la terraza en donde se encontraba la enorme piscina silenciosa, se dirigió a ella con pasos seguros.
Nadar lo ayudaba a relajarse. Se arrojó a la cálida agua y las luces dentro de la piscina se encendieron automáticamente permitiéndole correr de un extremo al otro con energía tantas veces que exhausto se sujeto de un extremo de la piscina.
Su respiración agitada era el único sonido que se escuchaba en el silencioso ático. Pasó una mano por su cabeza y miró hacia las pocas luces que reinaban en la ciudad.
Por un momento un hueco apareció en su pecho, pero lo desechó como siempre lo hacia cuando algún sentimiento incómodo intentaba apoderarse de él. Sus gruesas cejas se inclinaron en una expresión feroz, apartó la mirada del ventanal y salió de la piscina agotado. Las luces se apagaron y la penumbra reinó una vez más a pesar de las lejanas luces de la ciudad.
Buscó una mullida toalla negra secándose mientras volvía a su habitación.
Se detuvo ante la puerta de su estudio, bajo la manija plateada y se abrió con un chasquido. Sus ojos se fijaron en el ordenador apagado, por un impulso lo encendió y se sentó en el sillón de suave piel negra.
La imagen de una ninfa de cabello rojo, suaves labios rosados y piel clara lleno el gris de sus pupilas.
¿Desde cuándo se daba por vencido con tanta facilidad ante lo que quería?
Sólo había una respuesta a esa pregunta. Nunca.
Miró el reloj del ordenador eran las tres dé la mañana.
*
No podia dormir. El rostro de su padre aparecía cada vez que cerraba los ojos. Nunca lo había visto tan derrotado, tan cansado como esa tarde al volver del trabajo.
La corbata floja, su cabello rojo alborotado y sus ojos verdes que siempre miraban con afecto genuino estaban enrojecidos y enojados; además de un leve aliento a wiskhy.
Se sentó en su sillón favorito ajeno a las miradas preocupadas de sus hijas, se recargó cerrando los ojos y con voz grave dijo:
- Me ha despedido.
Milly se estremeció al recordar como se le quebró la voz cuando intentar explicar el motivo y entonces ella y sus hermanas corrieron a abrazarlo dándole consuelo.
Encendió la pequeña lampara de la mesita de noche, se sentó abrazando sus piernas recargando su barbilla en las rodillas. No podia concebir su mente a un hombre tan cruel. Su padre acababa de perder a el amor de su vida, y ellas su madre; ahora ya no tenia trabajo. La bestia lo había despedido.
Lo humilló al ser sacado de la empresa rodeado de guardias de seguridad que incluso lo acompañaron a su oficina revisando sus pertenencias como sí temieran que se llevase algo que no fuera suyo.
Lo sabia y no porque su padre le hubiese contado, Letty la secretaria de su padre por quince años le llamó para contárselo.
- ¡Fue tan humillante! - exclamó ahogando un sollozo. - Todos nos quedamos sin palabras. Parecía que sacaban a un delincuente.
Ocultó su rostro moviendo la cabeza dejando escapar las lágrimas que reprimió mientras se hacia la fuerte ante su padre y sus hermanas.
¿Como podia un ser humano ser tan despiadado? La bestia, un hombre con ese sobrenombre no era un ser humano. Acaso, ¿No tenía a compasión por un hombre que acababa de perder a su amada esposa y que necesitaba su trabajo para poder sobrevivir a su pérdida?
-¿Que va a pasar ahora mamá? - musitó mirando por la ventana el cielo oscuro, - ahora papá me necesita más que nunca y mis hermanas. No sé sí podré ser tan fuerte para apoyarlos. No quiero que papá se dé por vencido, ha estado tan triste desde que te fuiste.
Un sollozo se escapo de su garganta. Un escalofrío enchino su pálida piel y sintió miedo ante lo que se avecinaba.
Se recostó cubriendo su cuerpo hasta la barbilla con sus mantas.
El reloj marcó las tres de la mañana.