HOGAR, DULCE HOGAR.
La bajó con sumo cuidado en medio de un enorme vestíbulo, sobre la mullida y fina alfombra árabe. Frente a ellos habían unas grandes puertas abiertas dándole la bienvenida a ese lugar, que al recorrerlo con la mirada le pareció frío y lúgubre.
Él le tomó la mano llevándola hasta el salón principal. La decoración era muy masculina entre las paredes de gris pálido. Los sillones de piel oscura frente a una enorme chimenea en la que cabrían varias personas de pie que estaba encendida le daba una atmósfera cálida e intima a la habitación a pesar de carecer por completo de color y vida.
Las pesadas cortinas ocultaban las enormes ventanas, que podia calcular unos cinco metros de altura del piso al techo. No había adorno alguno, excepto un reloj antiguo sobre la chimenea y una caja de cigarros elegantemente labrada.
A un costado del salón estaban las escaleras de piedra gris que llevaban a la planta alta de la que bajaba una mujer regordeta de agradable rostro, era como sí no fuera parte de aquel siniestro escenario.
- Has llegado temprano, - anunció con voz agradable y se acercó algo inquieta a ellos.
- Esperó que eso no haya sido un problema para ti. - respondió con un tono de sarcasmo.
- ¿Ella es tú esposa? - Preguntó haciendo caso omiso a la actitud de Max.- Eres tan bella como me imaginé. Bienvenida Rectory Mayor.
Milly se dejó abrazar por la mujer, todavía en shock ante su nuevo hogar.
- Ella es Georgie Adams, el ama de llaves.
- También soy la cocinera. - le sonrió dándole la mano educadamente. - Es un gusto conocerla señora Blackthorne.
- Mucho gusto.
Logró sonreír cuando al fin la mujer la soltó encantada.
-¡Estoy tan feliz que Max al fin se haya decidido a sentar cabeza!, ya era hora que lo hiciera, realmente no quisiera que...
- ¡Basta ya! - la silenció en un duro tono y se acercó a Milly colocando una mano en su espalda. - Hoy ha sido un día cansado, llevaré a mi esposa a nuestra habitación para que sé refresque y descanse un poco antes de la cena.
- Por supuesto, - Georgie se hizo a un lado sonriente a pesar de el brillo de tristeza que inundó sus ojos castaños. - Ya está todo arreglado.
Se dejó guiar por su esposo consciente de la mano en la espalda. Subieron las escaleras en silencio. La presencia a su lado por el pasillo oscuro apenas iluminado por una pequeñas lamparas que pendían de las paredes cubiertas por un tapiz de colores oscuros, la hizo sentir como si poco a poco fuera llegando hacia su prisión en la que ya no podría devolverle la libertad.
¿Dónde se había metido? Miró la larga y angosta alfombra persa sintiendo como el pánico le anunciaba esa nueva realidad, y el hecho de que estaba lejos de su familia, en un mundo lejano a lo que conocía. Prisionera en un oscuro pozo, del que no volvería a ver la luz que antes tuvo en su vida.
Se frotó con una mano el otro brazo cubierto aún por la seda de su vestido de novia.
-¿Tienes frío?
-¿Por qué le habla así? - preguntó molesta ante su comportamiento con la mujer que estaba contenta de verlo. - Nadie merece una grosería como la que acaba de hacerle. Ella solo...
- Eso no es de tu incumbencia.- le dijo mientras se detenía frente a una puerta de doble hoja y la abría. - Me gustaría que no te metieras en lo que no te concierne.
- Ella es una persona que intentaba ser amable. - insistió molesta ante tal indiferencia. - No comprendo porque...
- Tienes razón , no comprendes por lo tanto no te metas en esto Lady Mildred.
- Pero...
Max hizo un gesto de fastidio y le dirigió una mirada intensa que la hizo callar. Entonces abrió la puerta y haciéndose a un lado para dejarla pasar.
Los ojos de Milly se posaron en la enorme cama de madera de cuatro postes que abarcaba el centro de la habitación. Era tan hermosa y antigua que le robo por unos momentos la respiración. Aguantó las ganas de acercarse a ella mientras a su lado se encontrara la bestia.
Miró hacia la pequeña salita donde había dos sillones de piel castaña oscura rodeando una mesita y así una chimenea encendida calentando la habitación. Max se paseó por el lugar con la seguridad de estar en sus dominios. Abrió una puerta en el extremo opuesto.
- El baño, - encendió la luz. - Tiene todas las comodidades más modernas de este siglo, no te dejes llevar por la decoración de la casa. Yo no estoy de acuerdo que mi gusto por las antigüedades vaya a los extremos.
Lo miró encaminarse hacia otra puerta que abrió encendiendo la luz, entró en el saliendo algunos minutos después con algunas prendas colgadas de su brazo.
- Te dejo sola para que te prepares.- Miró su rolex. - Dentro de dos horas cenaremos.
- Yo..., no sé sí pueda dar con el comedor, la casa es muy grande.
- Le diré a alguna empleada que venga por ti - la miró con intensidad sin ninguna expresión en su rostro y antes de salir la miró. - No, creo que mejor yo mismo te llevaré.
Milly se acercó al baúl al pie de la cama, en donde los sirvientes dejaron sus maletas. Abrió una de ellas eligiendo un sencillo conjunto de ropa interior y un vestido verde limón que se vería perfecto con su chaqueta blanca, la única que había empacado a parte de sus prácticos abrigos.
Caminó con lentitud hacia el cuarto de baño. Estaba muy bien equipado, aunque los muebles eran de viejo diseño. Admiró la enorme bañera de cuatro patas en color negro como el resto del mobiliario.
Reprimió sus deseo de tomar un baño en la preciosa tina y entró a la ducha dándose un rápido aseo.
Salió envuelta en una enorme toalla negra deteniéndose abruptamente al ver a su esposo recargado en uno de los postes de la cama con los brazos cruzados sobre su pecho con una camisa negra sin abotonar y unos jeans del mismo tono mirándola con una intensidad que la hizo estremecer.
- No, por favor... - susurró con voz aguda como la de una niña.