LA BELLA DURMIENTE
Sus ojos verdes sé abrieron de golpe. Su cabello obstruía su visión y lo apartó con un dejo de impaciencia. Miró a su alrededor, las cortinas mantenían al exterior ajeno a lo que sucedía entre esas sabanas negras revueltas que apenas cubrían sus cuerpos desnudos.
Ahogó un gemido y sé cubrió el rostro con las manos avergonzada al recordar las veces que permitió que la bestia la tomara. La manera en que ella misma se dejo llevar por un hombre con tanta experiencia.
Levantó silenciosamente las cortinas de gasa rojo oscuro, bajó los pies de la cama, miró tras ella a el hombre que dormía tranquilamente a su lado. Admiró por unos momentos el fuerte físico y los rasgos algo burdos y a la vez atractivos del que ahora era su marido. En esos momentos en que estaba con la guardia baja podia observar de una manera más libre.
Las cejas gruesas aún sé inclinaban dándole un aspecto de un hombre siempre lleno de oscuras turbulencias. Las largas pestañas oscuras sé rizaban descansando sobre sus párpados y su boca apasionada ahora no tenia rictus de sarcasmo o estaba a la defensiva ante los demás.
Había tenido razón al pensar que muy dentro de él había una profunda tristeza. Ahora mientras él estaba dormido podia verla con más claridad.
Se levantó desnuda. Caminó rápidamente hasta el baño esperando no despertar a la bestia. Tomó prestado un albornoz negro.
Al terminar de darse un baño paseó por la habitación mirando cada detalle, en busca de conocer más al hombre que ahora era su esposo. Curiosa abrió la puerta del closet, se asomó titubeante intentando mirar en la oscuridad. Una gran cantidad de trajes y ropa casual toda completamente negra o gris la abrumó un poco. ¿Se molestaría acaso sí usara un pequeño espacio para colgar su ropa antes de que acabara arrugada en la maleta?
Levantó los brazos trenzando su cabello. Jaló sus maletas hasta el closet masculino y antes de cerrar la puerta encendió la luz evitando despertarlo. Movió algunas camisas y chaquetas casuales, buscó algunos ganchos en los que pudiera colgar su ropa, negros por supuesto.
Cruzó los brazos sobre su pecho satisfecha de su trabajo.
Estaba segura que seria una de las muchas formas en que empezaría a poner su toque en la que desde el día anterior se había convertido en su casa.
Miró el reloj de pared moderno que decoraba una de las paredes de madera barnizada del gran closet. Eran las cinco de la mañana, ¿Seria muy temprano para bajar y conocer mas de el lugar al que había llegado? Realmente no tenia sueño, no quería volver a la cama con él. Su rostro se sonrojo al recordar nuevamente la noche anterior, lanzó un suspiro y miró su escaso guardarropa.
Se vistió rápidamente y salió enfundada en unos jeans y un sencillo suéter de lana rojo y sobre el un abrigo del mismo tono. Las zapatillas de deporte azules apenas hicieron ruido mientras bajaba las escaleras en la penumbra y el silencio de la madrugada.
*
Max abrió los ojos. La luz del sol entraba por las cortinas opacas del balcón. Suspiró pesadamente y pasó una mano por su escaso cabello. Algo le hacia falta a la habitación, Fruncio el ceño palpando el espacio vacío junto a él. El aroma de rosas rojas llegó hasta su nariz, el cabello rojo rizado y una piel tan suave como los pétalos de una flor acaparó su memoria.
¡Lady Mildred! exclamó en silencio y se levantó apresurado. ¿Dónde podría estar? Apartó las cortinas mirando por toda la habitación. No había rastro de ella.
Caminó hacia el baño. Seria mejor que se diera una ducha antes de bajar en busca de su madrugadora esposa.
Desnudo y mojado abrió la puerta del armario. Encendió la luz y se quedó inmóvil Mientras miraba el pequeño espacio que ocupaba la colorida ropa de Lady Mildred como sí fuese un exótico pájaro en medio de la negrura de la noche.
Colocó sus manos en la cintura. Movió la cabeza y con un suspiro busco la ropa que se pondría ese día.
Media hora después bajaba de las escaleras en silencio vestido con un suéter de cuello alto negro y unos pantalones de vestir del mismo color. El salón estaba en silencio, el sol apenas entraba por la cortina entreabierta, la puerta del comedor estaba abierta de manera descuidada, se dirigió hacia ella.
El servicio estaba listo en su sitio en la mesa, la puerta que daba a la cocina estaba apenas cerrada y una alegre risa resonó hasta donde él se encontraba.
Se acercó curioso, abrió la puerta muy suavemente evitando hacer notar su presencia. Caminó por el angosto pasillo y se detuvo en el umbral de la cocina perfectamente equipada. Lady Mildred estaba frente a el fregadero con las manos hundidas hasta los codos en el agua jabonosa mirando sonriente hacia Georgie y una de las doncellas que también reían.
-¡Debió ser algo gracioso, muy digno de verlo!
- No lo creas, - negó Georgie sirviendo más café en una taza de porcelana. - Al principio estábamos muertos de miedo, pero después Max nos dio una demostración de lo buen equilibrista que era.
- ¿Está listo mí desayuno? - Preguntó cruzando las manos sobre su ancho pecho. - Espero no estar interrumpiendo nada.
La joven doncella inclinó la cabeza sonrojada, Georgie tuvo la decencia de estrujar nerviosa el paño que sostenía en la mano y Su esposa se volvió a mirarlo borrando de su rostro todo rastro de sonrisa. Milly sacó las manos del jabón, buscó una toalla y sé secó las manos.
- Por favor Georgie, ¿Puede servirnos el desayuno como es costumbre? - Lo miró levantando el rostro indiferente a su actitud. - Buenos días Max.
Dicho eso pasó a su lado apenas rozandolo saliendo de la cocina. Max miró enfadado a Georgie.
- Dejenos solos. - Permaneció en un tenso silencio hasta que la joven doncella salió de la cocina y se acercó a ella murmurando amenazante. - ¡Ten cuidado con lo que dices Georgie! Es mejor que mantengas la boca cerrada.
- Max yo...