RECTORY MAYOR
Max permaneció inmóvil recorriendo con sus ojos grises el vestíbulo antes vacío, ahora ocupado por una mesa redonda y un jarrón enorme atiborrado de flores. Dio un paso por la alfombra persa que hacia años no veía. Metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones negros, lanzó un suspiro pesado y caminó hasta las puertas entreabiertas del salón, que anunciaba un intenso halo de luz.
- Permitame señor.
James sé adelantó abriendo la puerta doble. La luz era tan intensa que tuvo que entrecerrar los ojos. Parpadeó y tardó un poco en acostumbrarse. Las ventanas dejaban entrar el sol a borbotones y el atmósfera intima y privada que a él le gustaba había desaparecido. Los muebles parecían brillar y mostrarse con más vida, con más... ¿entusiasmo?
- Llevaré su equipaje a su habitación señor.
- ¡Espera un momento! - Ordenó tratando de mantener la calma. - ¿Dónde se encuentra la señora?
James se aclaró la garganta y subió uno de los peldaños de la escalera.
Levantó la mirada, Milly estaba ante él. Ella puso un dedo sobre sus labios pidiéndole que no la delatara, subió un par de escalones más e intentó esconderse en las sombras que aún no desaparecían del todo.
James se aclaró la garganta.
- Me parece que se encuentra en la alcoba principal -. Mintió.
Max asintió. No dijo nada, ni siquiera hizo el intento de subir para reclamar el cambio abrupto en la decoración de la rectoría.
El mayordomo titubeó y al ver que su jefe empezó a pasearse por el salón, subió otro peldaño.
-¿Cuándo empezó a hacer estos cambios?
James inclinó un poco la cabeza con algo de resignación.
- El mismo día en que usted se fue a Londres señor. - respondió.
Max volvió a asentir, miró la chimenea con varios troncos apilados en el centro de la superficie limpia. Se recargó inclinando la cabeza hacia el hueco como sí la inspeccionara.
James subió otro peldaño con un leve jadeo, al no escuchar más palabras de la bestia continuo con calma su camino.
- ¿Alguien intentó detenerla?
Su voz salió como un gruñido de su garganta. El sirviente se estremeció y dejo la maleta junto a él.
- No señor, ella es ahora la señora y no quisimos desobedecer ninguna orden.
Volvió el silencio. Max se separó un poco de la estructura y recargó una mano muy cerca de la caja de cigarros, la abrió, tomó uno, hurgo en su chaqueta negra sosteniendo segundos después un encendedor de plata. Encendió su cigarro oscuro largo y delgado, arrojó el humo con un fuerte resoplido.
-¿Algún cambio más en otro lugar de la rectoría?
- Si señor. - el mayordomo colocó una mano en la frente por unos segundos. - El comedor, las habitaciones de la planta alta, y la salita que permanecía cerrada, la que esta junto a su estudio.
La bestia asintió y le dio otra calada a su cigarro.
- ¡Ejem! - el sirviente aclaró su garganta, - Ahora mismo hay algunos pintores en el gran salón...
- ¡Maldita sea! - Exclamó Max moviendo la cabeza hacia la puerta de doble hoja, grande y labrada.
Con grandes zancadas se acercó a ella y la abrió con ambas manos. El piso de mármol estaba cubierto por plásticos y un grupo numeroso de pintores realizaban su tarea silenciosos y apurados, los que al verlo se detuvieron creando una atmósfera de sorpresa y expectación.
Las paredes grises estaban cambiando a un color crema con orillas doradas, la luz entraba por las inmensas ventanas sin cortinas. Los frescos en el techo alto mostraban adorables querubines jugueteando entre el bosque. Sus ojos plateados se detuvieron ante la imagen de una dama de cabello largo y rubio hasta las caderas, que con el paso del tiempo había perdido su brillante tonalidad. Escondido entre los troncos los ojos malignos de un animal acechaban a la inocente joven.
Caminó lentamente por el plástico en el piso de mármol sin dejar de mirar la escena. Su corazón dio un vuelco. Aspiró el tabaco de su cigarro arrojó el humo y se regresó nuevamente. Así estuvo dando vueltas por sus mismos pasos hasta que se detuvo mirando a la doncella. Bajó la cabeza.
- Continúen con su trabajo. - Ordenó y salió del salón.
Buscó a James que no se había movido de las escaleras, aún tenia su maleta. Sabia que estaría esperándolo.
- Quiero que le digas a la señora que quiero verla en mi estudio.
Dada la orden se dirigió con paso seguro hasta la puerta de su estudio. La abrió en espera de otra sorpresa, la atmósfera oscura e intima como a él le gustaba le dio la bienvenida. Lanzó un suspiro y se acerco a unas de las ventanas, apenas corrió la cortina mirando a través del cristal limpio los extensos jardines por los que era famosa la propiedad.
¿De dónde habían salido todos esos detalles de los que nunca en sus años de vivir en Rectory Mayor se pudo dar cuenta? La rectoría ya no parecía un lúgubre lugar al que volvía después de que su ático en la ciudad. Se sentó en la orilla del antiguo escritorio de madera labrado a mano, miró el cigarro oscuro y largo que emanaba una columna de humo gris que sé empezaba a dispersar por la habitación.
¡Maldición! Ella..., ¡No tenia derecho! Parecía que esa familia estaba empeñada en abusar de su confianza e intentar hacerlo quedar como un tonto. Ahogó un gruñido y se irguió cual largo era. La sombra que dibujo el tímido rayo de luz entrando por la cortina que apenas hubo abierto se elevó enorme como la bestia que era a punto de atacar.
¡Aprendería que nadie sé aprovechaba de él! Joseph Mathews estuvo a punto de conocer su furia, Lady Mildred lo salvó de su ataque al aceptar ser su esposa, pero eso no le permitía a ella ir en contra de su forma de vida, de cambiar su hogar.
Un discreto llamado a la puerta lo puso alerta. Aplastó el costoso cigarro en el cenicero de ónix negro y cruzó los brazos sobre su pecho recargándose indolente en el escritorio.
-¡Pase!