CLAUDE SAINT CHAVALIER
Milly se miró en el espejo del closet, su vestido color naranja apenas se ceñía a su cuerpo. Era discreto y a la vez llamativo por el color tan intenso. Levantó la mano hacia el sencillo collar de perlas de su madre, este descansaba sobre la tela con elegancia, su mano apretó el frío material y sus ojos se encontraron ante su reflejo. El verde de sus pupilas brillaba ante el esfuerzo que estaba haciendo por no derramar lágrimas, no podia llorar, ahora no.
Lanzó un suspiro y temblorosa acomodo un rizo que insistía en caer sobre su rostro con rebeldía.
La puerta de la pequeña habitación se abrió, Max apareció ante ella con la misma ropa que tenia cuando hablaron en el estudio
-¿Estás lista?
La miró de arriba a abajo con esos ojos plateados que no mostraban un signo de arrepentimiento.
Milly asintió bajando la mirada sintiéndose de pronto tímida y nerviosa ante él. Acarició un mechón rojo algo inquieta por salir del lugar.
Max no apartaba los ojos de ella. Por unos momentos la habitación pequeña pareció encoger y perder por completo el oxigeno que le impedía a la joven respirar con normalidad. La mano grande y masculina la tomó de la barbilla obligándola a levantar la cara hacia él. Milly cerró los ojos.
- Yo...
Milly movió la cabeza negando y una solitaria lágrima cayó por su mejilla.
El calor del pulgar al limpiar suavemente la lágrima la hizo temblar un poco y abrir los ojos de golpe, su esposo la contemplaba con el ceño fruncido, incomodo como si no supiera que hacer ante lo que estaba ocurriendo. La joven se levantó en puntillas apenas acercándose a su fuerte mandíbula en donde depósito un breve beso, estaba perdonándolo por lo ocurrido en el estudio. Nerviosa ante lo que había hecho, él tal vez no le interesaba que ella lo hiciera, ahogó una exclamación y se alejó de él apresurada.
Max la sujetó firmemente de sus brazos, Milly volvió el rostro angustiada ante los extraños acontecimientos deseando que la soltara y la dejara escapar de ahí. Empero él no lo hizo, al contrario la acercó aún más a su cuerpo inclinando su cabeza casi rapada hacia el largo y blanco cuello; cuando los labios masculinos tocaron la sensible piel la joven se puso tensa y su piel se erizó ante la caricia inesperada.
-¡No! - gimió la joven con voz ahogada.
-¿No? - musitó respirando agitado sobre su piel -. Esa no es la respuesta que me da tu cuerpo. Me deseas tanto como yo lo hago, no sabes como me he arrepentido de haberme ido tan pronto sin haber disfrutado de tu cuerpo en mi cama.
-¡Por favor, sus invitados! - Exclamó sintiéndose traicionada por su cuerpo que se arqueaba hacia él.
- ¡Que esperen!
Gruñó cerrando sus poderosos brazos alrededor de su cintura. La acercó más a su cuerpo completamente excitado mientras sus labios dibujaban cada linea de su cuello, sus delicadas orejas.
Ella permaneció ahí perdida en sus caricias con los brazos rodeando el cuello dejando que sus manos volvieran a sentir el leve cosquilleo que le provocaba el apenas cabello negro asomándose por su redonda cabeza.
Su vestido cayó a sus pies, la bestia la levantó en sus brazos y la depositó en la cama observándola con esa mirada que hizo brincar su corazón antes de latir incontrolable.
Un suspiro de sosiego salió de su cuerpo cuando la boca se apoderó de sus labios en un beso con tanta pasión que por un momento le atemorizó, sin embargo lo aceptó gustosa porque ella también sentía ese deseo tan intenso por él, que también le daba miedo, mucho más miedo de lo que cualquiera de los dos pudiera sentir.
Nunca en sus más locos pensamientos pasó por su cabeza que la bestia llegaría a dominarla de esa manera tan cruda, tan básica empero ahí estaba dentro de una trampa en la que cayó sin poderlo evitar, al principio pensó que seria lo más sencillo ser la esposa de un hombre al que despreciaba, que sólo tendría que soportar que la tocara, al fin y al cabo seria sexo, no había sentimientos involucrados en ese matrimonio, pero ahora, estaba bajo aquel fuerte hechizo de su cuerpo desesperada por sentirlo piel a piel, ansiosa por que la hiciera suya hasta hacerla llegar a un climax que solo el podia despertar en ella.
Gimió arqueando las caderas hacia la dura masculinidad. Max dejó de besarla y levantó la mirada que parecía plata antigua, entrecerró los ojos antes de separarse un poco de ella. Milly cubrió sus senos con las manos moviendo la cabeza hacia un lado, no quería mirarlo, no quería ver la burla en su mirada, no quería que viera cuanto le dolía que se alejara de ella.
El ruido de la ropa mientras sé desnudaba era lo único que se escuchaba en la habitación. La joven suspiró antes de decidirse a incorporase para volverse a poner su vestido y bajar a ser la perfecta anfitriona de la bestia, al fin y al cabo para eso también se había casado con él.
Apenas se sentó en la orilla de la cama la bestia la volvió a tomar en sus brazos acariciando su cabello antes de enmarcar su bello rostro. Milly abrió los ojos azorada, Max estaba desnudo y serio ante ella con el deseo plasmado en todo su rostro. Lo ultimo que la joven pensó antes de que él se apoderara de su boca fue lo hermoso que se veía ante sus ojos.
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Max sintió el ligero temblor de la pequeña mano de su esposa sobre la tela oscura de su chaqueta. Bajaban las escaleras sólo quince minutos más tarde. Fruncio el ceño mientras pensaba en lo ocurrido en la habitación, nunca había perdido la cabeza de esa manera por nadie, siempre se consideró un hombre con los instintos bien controlados, que no se dejaba llevar por una mujer provocativa; sin embargo al entrar a el armario y verla con ese hermoso cabello rojo rizado cayendo sobre su espalda y el vestido color naranja recto que llegaba hasta sus rodillas con un poco de color por las medias de seda despertó en él un instinto tan primitivo al principio disfrazado de culpa por lo sucedido en el estudio. Fue inevitable, se dejó llevar. La tomó en sus brazos y volvió a poseerla, dejo en ella la huella de su pertenencia.