ESPERANZAS
Milly pudo darse cuenta del cambio operado en su esposo después de esa noche.
El regreso a rectory mayor fue tranquilo. Max se comportó con ella como todo un caballero. Durante los pocos días de su estancia en Londres la trató con delicadeza, como si se tratara de una pieza preciosa que no podía maltratarse.
Y cada vez que pasaban los días la joven se enamoraba cada vez más de él.
Las noches él no la tocaba a pesar del intenso deseo que crecía cada vez que estaba cerca de ella.
Sus ojos se perdían en el cabello rojo y su pálida piel. Ella estaba envolviendo todo su mundo de colores que antes de ella sólo había sido gris y negro.
A veces negaba que esto estuviera pasando. Durante toda su vida se hubo negado a creer en otra cosa que no fuera el desproporcionado placer de golpear sin piedad al mundo que siempre lo desprecio, incluso a su propio padre que nunca le mostró su cariño paterno.
Podía lanzar miles de maldiciones sobre su cadáver, pero no harían nada por volver al presente ese pasado lleno de soledad y desprecio de sus propios progenitores.
Al fin y al cabo él tuvo que descubrir el porque de tanto odio y humillaciones.
Pasó una mano por la cabeza rapada mientras miraba por el viejo campanario en donde cada noche se refugiaba para no acercarse a ella y caer en la tentación de sentir su cuerpo suave y blanco en sus manos.
La deseaba como un sediento en el desierto. Sus labios parecían necesitar el dulce néctar de sus labios para calmar la sed que no tenia fin. Cerró los ojos imaginando cada uno de sus gestos cada vez que sus manos recorrían esa suave piel que lo hacia estremecer despertando sus sentidos hasta lograr que su cuerpo se quejara ante el anhelo de no poder sentirla.
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Milly se acercó acalorada a la ventana de la habitación. La oscuridad de la noche le impidió ver más allá de las copas de los árboles. Suspiró colocando una mano sobre su agitado corazón. Su tacto le estremecía su cuerpo que deseaba enloquecido el tacto de otra mano grande y fuerte, la única que podía despertar los deseos más intensos en su cuerpo.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía desearlo de esa manera, después de lo que había visto aquel día?
Casi gimió ante el anhelo que su cuerpo tenia por él.
Nada tenía que ocultar. Ante ella y ante el propio hombre que a pesar de las circunstancias era su esposo.
Lo deseaba, lo amaba y dejar de aceptarlo, seria como negarse así misma esos sentimientos que le gritaban hasta ensordecerla.
Giró su cuerpo.
Se detuvo en seco. Sus ojos brillaron y la sombra oscura se fue acercándo a ella.
Su corazón latía como un loco hasta que casi estuvo a punto de salirse de su pecho.
Un gemido surgió como un rugido y entonces ella fue envuelta en los fuertes brazos de la bestia.
Las ropas volaron por toda la habitación. Sus cuerpos brillaron bajo la oscuridad. Nada podía detener esa cascada de deseo que había estado por volverlos locos.
Milly dejó que sus manos la tocaran despertando sus sentidos hasta hacerla casi enloquecer.
Abrió la boca buscando sacar todas las sensaciones que sólo él podía hacer surgir de sus terminales nerviosas.
-¡Ah!
Max dibujo su pequeña silueta como un escultor anhelando su mejor obra. Recalcó sus curvas posesivo, hasta que fueron una con sus manos, con su tacto...
Sus labios se unieron. Sus lenguas danzaron reconociéndose enseguida. Sus ojos apenas pudieron encontrarse, pero se conocían tan bien que cerrados pidieron seguir mirándose.
Las caricias estremecían sus cuerpos haciéndolos gemir sin voluntad.
Milly arqueó su cuerpo abriéndose a él, entregándose por completo y la bestia entró en él apoderándose de la única mujer que había traspasado el fuerte muro que construyó durante toda su vida.
-¡Max!
La voz ahogada de su hermosa esposa lo estremeció. Se aferró a su esbelta figura llenándola de lentas embestidas mirándola, grabando su rostro en su memoria.
El cabello rojo rodeaba su cabeza como los rayos de una estrella cálida, su piel blanca y sonrojada se le antojaba plácida y a la vez tan apasionada que poco a poco se dejo llevar por su intensidad.
Sus gemidos se revolvieron en cada rincón de la habitación.
-¡¡Max!! - Gritó Milly aferrándose al fuerte cuello.
Sus cuerpos se estremecieron.
El climax llegó hasta ellos casi al mismo tiempo.
Máx, dejó que su hermosa esposa explotará ante las sensaciones de su unión disfrutando de sus facciones de éxtasis, antes de que él se dejara llevar por el poder que ella tenía en esos momentos sobre su cuerpo, sobre su vida.
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La mañana estaba despertando.
Los cuerpos entrelazados de los amantes se abandonaron entre la calma y el ímpetu de la pasión.
Nada detuvo sus deseos. Era un encuentro interminable en donde no había descanso.
- Mi bella Lady Mildred - musitó Max en su oído antes de hundirse en ella e iniciar una danza de pasión, siempre diferente.
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Las pestañas rojizas temblaron antes de que se abrieran reconociendo el lecho cubierto por la fina tela que los apartaba de la a veces cruel realidad.
Un pequeño gemido salió de sus labios, algo parecido a un golpe apareció en su estómago. Colocó sus manos sobre el abdomen plano y sintió unas ganas inmensas de llorar.
Se levantó de la cama. Recogió la bata azul sobre el piso, se envolvió en ella antes de seguir su camino hasta el baño. Una ducha le vendría bien. Permitió que el agua cálida cayera sobre su adolorido cuerpo.
El día se mostraba frío y nublado. Envuelta en su abrigo morado y un conjunto de pantalón verde bajó lentamente las escaleras, sus ojos verdes buscaban la presencia de su esposo.
- Buenos días Lady Blackthorne - saludo una de las doncellas con una tímida sonrisa -, el señor esta en su estudio. ¿Desea desayunar?
- Si, me gustaría hacerlo en la cocina - le sonrió amable a pesar de la sorpresa en los bellos ojos de la joven.