La Bestia Y La Bella

CAPÍTULO 24

UNA NOCHE MAGICA

Estaba muy nerviosa. Acomodó por décima vez la inexistente arruga de su vestido verde de terciopelo recién estrenado. Miró el reloj antiguo sobre la enorme chimenea, sólo había pasado dos minutos desde la última vez que lo vio. Suspiró calmando la impaciencia que le causaba la espera.

Max regresó de su paseo ya casi cuando estaba anocheciendo, apenas pudo hablar con él. Estaba tan atractivo con las mejillas sonrosadas por el ejercicio y la gorra de lana cubriendo su cabeza. Su pálido rostro de sonrojó cuando recordó su nervioso tartamudeo cuando le avisó de la cena especial que tenía preparado para los dos esa noche. No pudo decirle más, ya que era una sorpresa.

Miró hacia las escaleras los pasos de Max sobre el piso de madera la pusieron alerta. Sus manos volvieron a alisar su vestido antes de detenerse ante lo absurdo de la situación.

Max la miró con sus enigmáticos ojos plata. Recorrieron su figura de los pies hasta la cabellera rojiza perfectamente peinada en un apretado moño elegante, le sonrió buscando ocultar su nerviosismo y se acercó a él con las piernas temblorosas.

- Siento haberte hecho esperar -, le dijo tomando su mano y acercarla a sus labios besándola con un erotismo que le enchino la piel -, pero creo que la espera valió la pena para mí.

Milly bajó la mirada completamente sonrojada, la mano de la bestia la obligó a levantar su rostro hacia él. Sus ojos se encontraron y por un momento todo desapareció quedando solo los dos en la habitación.

Poco a poco sus rostros se fueron acercando hasta que él se detuvo apenas a unos milímetros de los labios rojos.

- Seria mejor que pasemos al comedor - le dijo llegando a ella su aliento a menta y el aroma de su loción especiada -, sí te beso no cenaremos esta noche.

- No... -, carraspeo la joven dando un paso hacia atrás -, esta noche no cenaremos en el comedor.

- ¡Ah!, ¿No? - la miró frunciendo el ceño -. ¿Saldremos esta noche?

- No.

Le sonrió tomándole de la mano.

Max entrelazó sus dedos con los pequeños y delicados de ella y la miró dibujando apenas una sonrisa. Ella sonreía abiertamente emocionada como una niña y un vuelco en su pecho lo hizo sentirse débil ante la lucha que tantos años mantuvo defendiendo su corazón.

- Es una sorpresa -. Le dijo traviesa.

- ¿Tengo que cubrir mis ojos? - replicó siguiéndole el juego.

- Si tú quieres - le contestó guiándolo hacia la puerta de doble hoja de madera -, nunca voy a obligarte a hacer nada que tú no quieras.

Max la miró enigmático por unos segundos antes de asentir muy despacio.

- Soy tuyo, puedes hacer conmigo lo que quieras - le dijo con voz ronca y aligeró un poco el tono de su voz al agregar -, al menos por esta noche.

Milly lo miró y asintió.

- Sólo cierra los ojos por unos momentos - le ordenó muy dulcemente -, mientras abro la puerta.

Max cerró los ojos. Estrechó la mano femenina y la siguió. Dejó que lo guiará a donde ella quisiera, él no quería ser esa noche la bestia desconfiada y a la defensiva. Esa noche seria sólo de ella y para ella el príncipe encantado que la convertiría en su princesa. Estaba dispuesto a consentirla con lo que ella quisiera, mañana; quien sabe que podría suceder mañana.

Milly temblaba por dentro. Se sentía insegura, así que tuvo que tomar aire profundamente y abrir la puerta de doble hoja. Lo miró tenia los ojos cerrados y la seguía al mismo ritmo de sus pasos.

Lo acercó con mucho cuidado hasta la mesa que Georgie le ayudó esa mañana a preparar. Dio un vistazo rápido a la mesa, esperaba que todo estuviera perfecto, volvió a suspirar y carraspeo un poco.

- Puedes abrir los ojos - le ordenó sin poder evitar un acento de emoción.

Max abrió los ojos. Vagó sus ojos plateados por el inmenso salón de baile restaurado. El color rojo quemado y el dorado le daban luz a la habitación, los frescos de las paredes parecían tener más vida, más color. El techo mantenía la escena de la bestia acechando a la joven e inocente pastora. Esa pintura había sido la razón por la que compró la rectoría, la razón que debía recordarle que él era como esa bestia oculta en la oscuridad esperando el momento para abalanzarse hacia la inocente y bella víctima.

La miró por unos momentos y no pudo evitar recordarla correr tras el auto rogandole un momento para hablar con él, la expresión de su rostro lleno de angustia por el sacrificio que tenia que hacer, por salvar a su padre. Cerró los ojos sintiéndose de pronto avergonzado por todo el pasado, por lo que le hizo a ella y a su familia y por todas las veces que actuó sin piedad, sin remordimientos.

Desde la primera vez que la vio en la pagina de su madre mientras investigaba a Joseph Mathews ella llamó su atención, una bella joven abrazando a sus hermanas con una dulce e inocente sonrisa, pero el momento en que ella estuvo frente a él en su oficina aquella joven fue tan real que de manera inconsciente supo que ella seria de él. No pudo dejarla ir, desde ese momento supo que ella seria suya, tal y como lo era en el presente. No la dejaría ir.

Lady Mildred era suya y no la dejaría ir.

Soltó su mano con brusquedad y se alejó de ella llendo hacia la mesa arreglada para una cena muy intima con largas velas blancas y champagne.

- Todo esto es...

- Si no te gusta yo..., podríamos cenar en el comedor - se acercó a él inquieta e insegura-. Llamaré a Georgie, ella me ayudara a llevar todo esto. Lo siento no debí haberme tomado tantas libertades, yo..., yo...

Milly tomó un plato y sin saber que hacer con él lo mantuvo en su mano temblorosa, ¡Por Dios se sentía tan insegura! No podía ni siquiera mirarlo a la cara. Se mordió un labio aguantando las ganas de decir algo por demás estúpido.

Max se acercó quitándole el plato volviendo a colocarlo en su lugar.

- No has dejado que terminé lo que iba a decir - musitó en su oreja -. Esto es muy especial para mí Lady Mildred. Nunca nadie había hecho algo asi para mí, gracias.



#1852 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor, bella

Editado: 05.11.2019

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