MAGICAS NOCHES
Milly se cubrió con la manta aferrándose a ella a pesar de la cálida atmósfera en la cabaña. Se recargó en el cristal empañado por la combinación del frío y el calor. Limpió con la tela aclarando su visión del exterior, estaba extasiada, todo era tan perfecto que parecía un sueño.
Giró su rostro hacia el hombre que dormía con el torso bien trabajado brillando moreno bajo la luz del hogar. Era grande, con un atractivo que llenaba sus pupilas de admiración y ahora mientras estaba dormido le daba siempre la oportunidad de estudiar cada uno de sus rasgos, que ya se sabia de memoria. Las cejas negras pobladas enmarcando esos ojos de plata que a veces la dejaban sin respiración, su nariz recta, un poco ruda; sus labios llenos, sensuales. Esa barbilla que denotaba el carácter fuerte y firme.
Suspiró caminando hacia él como si se tratara de un imán que la atraía dejándola simplemente a su merced. Se recostó a su lado. Recargó su brazo doblado en la almohada, sostuvo su cabeza arreglando su alborotada cabellera sonrió amorosa mientras con un dedo dibujaba cada uno de los rasgos de su hombre, de su bestia.
Su pecho se llenó de un inmenso amor. Se inclinó besando suavemente su dura mejilla.
- Te amo.
Max se movió y ella se sobresaltó alejándose un poco de él. Cuando se quedo quieta sin hacer algún intento de moverse se recostó suspirando.
- No escuché bien lo que dijiste.
La voz ronca de Max la hizo brincar, ahogó un grito. Su esposo se incorporó levantándose sobre ella dejando que las sabanas se deslizaran por su cuerpo desnudo.
El rostro amado la miraba con fijeza. Sus ojos la hipnotizaban y ella se perdió indefensa en ellos.
- Te amo -. Musitó muy quedo con los ojos muy abiertos.
Una sonrisa peligrosa se fue dibujando en su boca. No estaba segura de que llegara hasta sus ojos, lo único que le importaba en esos momentos era demostrarle hasta que punto podía amarlo.
- No debiste haberlo dicho - susurró acercando más su rostro rozando con su barba crecida su mejilla -, no era necesario.
- Lo es -, levantó sus manos sosteniendo sus mejillas obligándolo a mirarla -. Nunca voy a negar lo que siento por ti. ¡Te amo! Puedo gritarlo si no me crees...
Movió la cabeza negando completamente serio.
Milly levantó un poco la cabeza tocando sus labios sin apartar la mirada de él. Max se rindió a el dulce beso.
Le hizo el amor con infinita ternura. Acarició su cuerpo con reverencia y la llevó junto con él a la cima hasta que ambos se perdieron en una absoluta y maravillosa unión de cuerpo y alma.
•
Max abrió los ojos; no podía dormir. Tenia en sus brazos a su bella esposa, su Lady Mildred. Suspiró frunciendo el ceño nunca antes se sintió así con alguna otra mujer. Ellas le gustaron en algún período de su vida, aceptó lo que cada una le dio mientras estuvieron con él. Sus relaciones duraron lo que a él siempre le convino, ninguna de ellas tuvo la oportunidad de escoger el tiempo que estarían juntos.
Ella estaba abriendo una puerta que temia abrir. Nadie antes había llegado tan lejos, Lady Mildred están a punto de descubrirlo y entonces se preguntó: ¿Qué se encontraría ella dentro de ese oscuro cuarto que ni siquiera él se había atrevido a abrir?
¡Oh por todos los demonios del mundo! Gruñó acariciando el cabello femenino. Ella no se merecía un hombre como él, una bestia herida por un pasado terrible que durante tanto tiempo se perdió en la venganza y en desquitarse con todo el que osara entrometerse en su camino.
Incapaz de pertenecer más tiempo en la cama junto a ella se levantó con mucho cuidado, se puso la mullida bata negra y salió de la habitación.
Se bebió tres vasos con agua, uno tras otro. Se recargó en una encimera de aluminio inclinando el rostro al que pudo ver borroso. Estudió su aspecto sin ningún gesto o expresión.
Así se sentía. Borroso y lejano.
Posó ambas manos en la cabeza recargándose en la brillante superficie.
Por la mañana así lo encontró Milly; cansado y con una taza de humeante café.
Ella le dedicó una gran sonrisa. Su corazón estuvo a punto de detenerse. ¡Era tan hermosa! Se incorporó caminando hacia ella.
Milly aguantó un suspiro. Verlo así, tan imponente, con ese magnetismo que emanaba por cada poro de su cuerpo ataviado con esa bata negra abierta y mostrando sólo sus calzoncillos negros sin más ropa. Era como una pantera negra, grande y peligrosa.
- Buenos días mi bella Lady Mildred - se inclinó un poco haciendo una reverencia.
- Buenos dias mi Lord - levantó sus ojos hasta el rostro con algunos signos de fatiga y sonrió.
- ¿Estas bien? - sujetó su barbilla escudriñandola -. Te veo algo... cansada.
- Estoy bien -, le sonrió cariñosa -; tal vez se deba a que no hemos descansado mucho...
Max rió levantando una ceja antes de levantarla en brazos y sentarla sobre la encimera de madera de la cocina. Abrió las piernas de su hermosa esposa y se acomodó entre ellas.
- Entonces Lady Mildred -, se inclinó hasta casi tocar sus labios con los suyos -. ¿Debemos bajar nuestras "actividades" o tal vez quiera regresar a su castillo, a su celda a lo alto de la torre?
Milly parpadeó nerviosa y lamió sus labios de repente secos.
- ¡Lady Mildred! - inclinó Max la cabeza hasta detenerse muy cerca de su oreja -, ¡Es usted una absoluta e inevitable tentación!
- Max...
La boca masculina se deslizaba por la piel sensible de su cuello. Milly se estremecía incapaz de pararlo ¡Todo aquello estaba a punto de volverla loca! A veces no entendía a su propio cuerpo. Parecia tener vida ante sus manos, sus besos y su presencia. No podía evitar que su cuerpo se arqueara hacia él como sí fuera una fuente que la mantenía con vida.
Suspiró y sujetó su rostro con ambas manos separándolo hasta que sus ojos se encontraron frente a frente.
- Tengo hambre.