AVISO:
HOLA EN ESTOS PROXIMOS DOS CAPÍTULOS ME TOMÉ LA LIBERTAD DE PONER EN PAUSA LA HISTORIA TORMENTOSA DE NUESTRA BESTIA Y MILLY; VAMOS A DEJARLOS VIVIR CON SUS SUFRIMIENTOS A SU MANERA.
ÉL USANDO EL TRABAJO PARA DEJAR DE ATORMENTARSE Y ELLA BUSCANDO LA MANERA DE PROBAR SU INOCENCIA Y VOLVER A SU LADO.
VAMOS A CONOCER UN POCO DEL PASADO, VAMOS A DESCUBRIR LO QUE PESA SOBRE ALGUNOS DE LOS PERSONAJES QUE YA HAN TENIDO SU PARTICIPACIÓN Y DE OTROS QUE PRONTO APARECERÁN REVOLVIENDO UN POCO TODA ESTA HISTORIA.
NOTA: esperó les siga gustando. Todavía faltan muchas sorpresas. Gracias.
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GEORGIE
Georgie estrujó con nerviosismo el pañuelo de seda mientras esperaba sentada en la mesa de la sala de té. Sus temblorosos dedos tocaron el bordado y se detuvo paralizada, miró el pañuelo y los recuerdos llegaron a su cabeza como una marejada que no tuvo la fuerza de detener.
Sus ojos se perdieron en el bordado verde menta ya casi sin color por el tiempo.
Se vio asi misma joven con su cabello sujetó por una cinta, rubio rizado por su madre que era estilista en el viejo barrio de Nothinham, siempre estaba sonriendo saludando a cada uno de los vecinos que se encontraba a su paso. Era joven, despreocupada y libre de ataduras.
No recordaba haber sufrido por amor. Simplemente intentaba vivir el momento y no estar atada a nadie. Trataba de tener suficientes amigos con los cuales divertirse por las noches de los fines de semana después del trabajo.
Ese día, cuando su vida cambio por completo; volvía de terminar su turno en la pequeña oficina contable del señor Turner. Compró un par de naranjas y una manzana, fruta que le gustaba mucho a su madre, acomodó en el hombro su bolsa y caminó por las calles atestadas de esa tarde de verano, cálida y casi perfecta.
Un gritó la sacó de su pequeño disfrute. Un par de jóvenes corrían escapando de un hombre joven que, por sus ropas no era de la ciudad. Pasaron a su lado arrojándola a un lado haciéndola caer. Su bolsa de compras se rompió dejando escapar la fruta que rodó lejos de su alcance.
Georgie cerró los ojos por unos momentos mareada ajena a los gritos, cuando al fin se sintió segura abrió los ojos y se encontró con unos ojos grises de un color plata muy peculiares.
- ¿Esta bien?
Su voz profunda con un acento extraño acarició su cuerpo. Parpadeó confusa y apartó sonrojada la mirada del hombre.
- ¡Esos malditos bastardos! - Gruñó tocando el rizado cabello rubio -, me han robado y a usted la arrojan como si fuera un saco de patatas.
Georgie movió la cabeza como si se tratara de un sueño. Ese hombre no puede ser real, pensó. Miró a su alrededor observando a la gente que se había remolinado a su alrededor.
- Yo..., necesito...
- Venga, la ayudo a levantarse.
Las manos grandes y rudas del extraño la levantaron como si fuera una muñeca. Georgie ahogó un grito de sorpresa y se aferró a los anchos hombros cubiertos con una caliente chaqueta de lana café. Era un hombre grande.
Él la miró, ella se perdió en sus ojos.
Georgie se enamoró sin remedio de ese gigante y rudo hombre...
- Georgie.
Levantó la mirada ocultando por instinto el pañuelo en sus manos. Los recuerdos se fueron apenas sus ojos se posaron en la mujer. Ella era muy hermosa, no en vano en su tiempo fue una de las mujeres más bellas del mundo. Su esbelta figura portaba un vestido blanco bajo un fino abrigo del mismo tono. Sostenía con fuerza una cartera roja de fina piel de cocodrilo. La miró con afecto...., después de tantos años y un montón de motivos para no hacerlo.
- Lucille.
- Vaya que ha pasado mucho tiempo -. Dijo esbozando una sonrisa mientras permitía que el mesero le acercara la silla caballerosamente -. La vida te ha tratado bien querida.
- No tanto como a ti Lucille.
- Té por favor -, ordenó al joven mesero que emocionado ya había reconocido a la hermosa dama -. ¿Georgie?
- Té.
La miró curiosa mientras dejaba cuidadosamente su cartera en la mesa.
- El tiempo no ha sido un buen tónico para los errores del pasado Georgie.
- Lucille, no es necesario todo esto.
Georgie sintió el pañuelo entre su manos hecho un pequeño bulto; guardó casi con brusquedad el pañuelo en su sencillo bolso, suspiró y se enfrentó a su vieja amiga.
- ¿Por qué has regresado? - Demandó -. Ya no hay nada para ti aquí, tú vida ya la has hecho en América.
- Mi hijo...
- ¡Max no es tu hijo! - replicó levantando la voz.
Miró a su alrededor inquieta de que alguien pudiera haberla escuchado. Aclaró su garganta y guardó rápidamente la compostura.
- Max no...
- Lo sé Georgie. No es necesario aclararlo.
Lucille suspiró pasando una mano por su bien peinado cabello negro. Miró a su alrededor como si encontrara el pequeño restaurante muy singular. Después de unos minutos regresó su mirada a su vieja amiga.
- Todos estos años me he arrepentido de no haber hecho lo correcto - dijo sosteniendo el pesado arete de oro nerviosa -, debí convencer a Cornelius de no sacar de nuestras vidas a Max, pero no pude hacer nada. El daño ya estaba hecho y yo tuve parte de culpa en eso.
- No Lucille, Cornelius estaba tan furioso por lo que pasó que pensó no tenía otra opción.
- Siempre hay otra opción.
La indignación en la voz de Lucille llamó la atención de Georgie y la miró curiosa.
El mesero llegó con el servicio de té. El silencio era tenso, Georgie estaba incomoda.
- Cornelius quería complacerme - le confesó en voz baja como si le contara un gran secreto -. Lo sé, en alguna ocasión él me lo dijo.
- Lucille dejalo - movió la cabeza sintiéndose de pronto muy cansada -. Han pasado veintidos años, es mucho tiempo.
Los ojos azules de la dama de blanco la miraron con remordimiento. Sirvió el té con la elegancia que siempre le había caracterizado. Revolvió distraída el liquido hasta que unas gotas cayeron sobre el platito de porcelana.