REENCUENTRO
Lucille se dejó caer agotada sobre el sillón blanco, se recargó en el respaldo cerrando los ojos. Sabia que algo así pasaría, Max era un hueso duro de roer, pero ella había trabajado mucho en estos años en su mordida y estaba segura que podía lograr algo, o al menos lograr que la escuchara. Todavía muy dentro de sí misma Max seguía siendo su hijo, a pesar de todo.
Suspiró buscando tranquilizarse. Posó de manera teatral una mano sobre su pecho agitado realizando algunas respiraciones que su maestro de yoga le había enseñado. Esperaba que el dineral que le pagaba le sirviera para enfrentarse calmada a su hijo.
-¡Maldición! - Exclamó Max con fastidio -, ¿Qué pretendes Lucille? Tu gran actuación no me conmueve, así que ve directo al grano.
La actriz abrió sus ojos azules parpadeando como si sus palabras la confundieran. Pasó una mano por su perfecto peinado y acomodó sus manos con serenidad sobre su regazo.
- ¡Esto no puede seguir así Max! - replicó en un tono neutro -, no podemos seguir alejados, somos una familia. Tus hermanos, yo; tenemos que estar hoy más unidos que nunca...
- ¿Qué quieres decir Lucille? - Inquirió interrumpiéndola con sarcasmo -, ¿has hecho un largo viaje hasta Londres para arreglar una familia que no existe? No lo creo. Estoy casi seguro que hay algo detrás de todo este "intento" de reconciliarte con tu pasado, ¿Es así Lucille?
- ¡Max! - oprimió sus manos sobre su falda blanca -, tan cínico como siempre.
- ¡Tú no puedes hablar de lo que no conoces! - le recriminó con sequedad -, ¡No sabes quien soy yo, ni de lo que soy capaz de hacer!
- Eres igual que tú padre Max - le dijo calmada entrecerrando los ojos -. Llevas su sangre, eso es evidente.
- Creeme Lucille que preferiría desangrarme para evitar ser el hijo de Oliverius Blackthorne, sin embargo tengo que aceptar que la vida sabe jugar muy bien sus cartas.
Lucille se estremeció un poco y apartó su mirada de su hijo.
- Si Lucille él está muerto, directamente en el infierno - metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones negros -, todavía no tengo intenciones de alcanzarlo. Es demasiado pronto para desaparecer su nombre del mundo, hay personas que todavía no lo olvidan.
- Como tú por ejemplo.
Le hizo notar cruzando una pierna acomodándose en una elegante pose. Sonreía aceptando que su comentario le había hecho ganar un par de puntos.
Max levantó los hombros indiferente y miró a Georgie que permanecía sedada en la incomoda cama del hospital. No hizo el intento de acercarse, sólo mantuvo sus ojos plata sobre ella. Su madre. No podía encontrar ningún sentimiento que lo hiciera sentir algo más que el compromiso de permenecer por esos minutos que Lucille estaba haciéndole perder.
Podía sentir su mirada sobre él, pero no le importaba. Ella seguía siendo la maldita bruja que acabó junto con su padre con la persona que pudo haber sido, arruinó su vida de una manera que destrozó su niñez y su inocencia. Al fin lo había aceptado porque eso le había enseñado a pelear por lo que quería sin importar dejar huellas no muy blancas tras de él. Aquello le demostró que tenia que ser como una bestia que cazaba a su presa tan sólo para su propia satisfacción de hambre de poder. Un poder que superaba con creces al de su padre.
Quizá Lucille tenia razón en decir que él tenia presente a su padre en su cabeza, pero sólo era para tener algo que lo alentara a llegar a la cima y lograr lo que él nunca pudo.
- Mira Max, el pasado nos está destrozando y debemos acabar con eso - dijo tras su espalda -, tus hermanos y yo queremos...
- ¡Yo no tengo hermanos! - se volvió mirándola furioso -. No tengo familia. Sólo me tengo a mi mismo. Siempre ha sido así.
- Max...
- ¡Lo siento!
El cuerpo masculino se tensó al oír la voz suave y clara. No la miró, su autocontrol se lo impidió. Permaneció inmóvil.
Los ojos azules curiosos de Lucille se posaron en la joven que estaba en la puerta. El colorido de su ropa llamó poderosamente su atención. Una chaqueta púrpura, sobre una camisa blanca y una larga falda amarilla con grandes flores rojas. Rodeando su largo cuello una bufanda roja y una larga trenza roja descansando sobre su hombro izquierdo. La reconocería en cualquier lado, su foto había salido en las páginas de sociales de una revista del corazón.
Lady Mildred Blackthorne, Baronesa de Collins. La esposa de Max.
Sonrió con un dejo de malicia. Se levantó del sillón con la agilidad de una quinceañera, se acercó a la joven que miraba sonrojada a Max.
- ¿Eres Lady Mildred Blackthorne? - Preguntó curiosa -. Yo soy Lucille Blackthorne, la madre de Max...
- Tu no eres...
- ¡Oh!, mucho gusto - le sonrió la joven tendiéndole una mano.
- El gusto es mío - le estrechó la mano sonriendo amable -. He oído tanto sobre ti. Me disculpó por no haber venido antes a conocer a mi primer nuera, pero he tenido mi agenda tan ocupada. Apenas pude librar unos días. Creí que no tendría tiempo para conocerte.
- Yo..., no sabia..., es una sorpresa - miró de reojo a Max que se mantenía en su lugar completamente tenso y a punto de estallar.
El silencio que se estableció entre los tres fue incómodo. Milly estrujó sus manos entre los pliegues de su falda. Ansiaba acercarse a Max y aprovechar la oportunidad para hablar con él, pero la presencia de la hermosa mujer que se decía la madre de Max no lo permitía.
La mujer que era tan culpable como su padre de ser un hombre solitario y terriblemente desconfiado.
-¿Max? - lo llamó en voz baja.
Él la miró con frialdad mientras ella se acercaba a él.
- ¿Podemos hablar? - le preguntó temblando insegura -. Por favor, necesitó...
Milly miró sonrojada a Lucille Blackthorne.
- Me quedaré con Georgie - les dijo moviendo sus manos perfectas y blancas como una paloma -, parece que es importante, vayan Georgie estará bien cuidada.