INCERTIDUMBRE
El sonido del motor del auto la adormecía, todo su cuerpo estaba asimilando todo el estrés de los últimos días. Todavía no sabía que pensar, cuando la puerta se abrió lo primero que le llegó a la mente fue pelear por su vida y por la de su hijo; sujetó el florero dispuesta a todo. Un hombre joven se mantuvo en la puerta buscándola con la mirada hasta que con un dejo de sorpresa la vio.
"- ¡No! - Exclamó levantando las manos -, no he venido a hacerle daño, yo... sólo quiero arreglar este desastre."
Milly lo miró desconfiada todavía no sabía si podía confiar en el extraño, aunque al verlo con mucha más atención había algo familiar en él.
"- ¿Por qué? - Preguntó sin bajar la guardia."
"- No quiero tener el peso de algo así en mi espalda - respondió levantando los hombros -. Me enteré que usted pronto tendrá un hijo. Yo no lo sabía, lo siento."
Milly intentó no parpadear tan sólo lo miró guardando para sí la sorpresa de su respuesta.
"- Yo..., yo tengo un hijo - le dijo incomodo ante la mirada femenina -, yo haría cualquier cosa por él. Esto fue una oportunidad para obligar a la madre del mi hijo que yo soy la mejor opción para tenerlo..."
El brazo de MiIly empezó a temblar, antes de que lo hiciera su propio cuerpo y sin que ella misma o el extraño lo esperaran estalló en un llanto intenso. dejó caer el florero que se hizo añicos a sus pies. El secuestrador se acercó apurado a ella y la tomó en brazos dejándola en la orilla de la cama.
Su cabeza empezó a moverse casi con desesperación. ¿Qué demonios pasaba con la gente? ¿Cualquiera iba a ser capaz de utilizarla por obtener algo de dinero para su propio beneficio? ¡Maldición! ¿Y ella qué? ¿Acaso nadie pensaba en ella? ¿Hasta cuando se iba a convertir en un peón para las demás personas para obtener lo que deseaban?
¡Por Dios! Suspiró sintiendo se demasiado cansada. Inclinó la cabeza mirando sus manos que no dejaban de temblar. Ya no podía seguir así, tal vez había llegado el momento de dejar de pensar en los demás y seguir de frente.
"- He venido a llevarla a Londres - le dijo aclarando la garganta -. De verdad lo siento señora Blackthorne."
Se movió en su asiento del sencillo auto. Miraba sin ver, en lo único que su mente parecía querer concentrarse era en lo que hasta ahora se había convertido su vida. La hija perfecta que dejó atrás su sueño para volver a lado de su madre y cuidarla en su enfermedad. La hija que nunca dejaría hundir a su padre por su egoísmo al intentar detener al amor de su vida sin pensar en las consecuencias de sus actos. La que se sacrificó por todo y por nada. La que al final estaba sola sentada en un auto regresando de sus pesadillas a otras nuevas.
Cubrió su rostro con las manos. Ya no sentía dolor. La rabia había ocupado ese lugar.
La imagen de ese hombre alto, fuerte, oscuro, orgulloso..., ese hombre que entró en su corazón lo sostuvo en sus manos y lo arrojó sin importarle lo que pudiera pasar. Ese hombre al que le rogó hasta derramar su alma entera ante él. Un sollozo casi se escapó de su garganta, oprimió sus manos cerrándolas en puños sobre su boca. Maximilian Blackthorne era la más terrible de sus pesadillas, porque a pesar de todo no deseaba despertar de ese sueño. Porque a pesar de todo lo amaba como nunca amaría a nadie más, pero tenía que despertar por ese niño que iba a necesitarla para empezar una nueva vida y ella se convertiría en su guía, en su maestra, en su amiga, su madre al final del día.
- Hemos llegado.
Milly parpadeó mirando la calle húmeda por la nieve. Estaban ante la entrada del edificio en donde Max tenía el ático. Se irguió tensa y movió la cabeza negando.
- No, lleveme a casa de mi padre -. Le ordenó agitada.
- Su padre, su amigo y Sir Richard están aquí desde el secuestro - le informó incómodo.
Milly volvió a mirar el edificio de piedra, inconsciente levantó sus manos acomodando su alborotado cabello sintiendo su corazón latir rápidamente. Asintió y su acompañante salió del auto para abrirle la puerta.
Sus botas tocaron la acera titubeantes, suspiró y salió del auto sin apartar la mirada de la entrada del edificio.
- Permitame - una mano masculina la tomó de su brazo ayudándola a caminar hacia la entrada -, ¿Quiere que la acompañe? yo... tengo que hacer algo...
- No lo haga.
El hombre miró a la joven Baronesa nervioso. Aclaró su garganta.
- Tengo que hacerlo señora Blackthorne - dijo con tristeza -. Cometí un crimen y tengo que pagar por eso.
- Nadie tiene que saberlo - musitó Milly -. Usted me ha ayudado a pesar de todo.
- Soy padre y usted muy pronto será madre no podía dejar que ellos le hicieran eso.
- Yo tampoco puedo permitir que ellos le hagan pagar por esto.
Él rió apenas y movió la cabeza.
- Déjeme aquí - le ordenó -, vuelva a su vida normal. Estoy segura de que nadie se enterará de que usted los ayudó. Ellos quedarán como únicos culpables de lo que pasó. Se lo prometo.
- Después de esto no sé si mi vida volverá a ser normal.
- Yo tampoco - suspiró soltándose de su mano -.Inténtelo, yo haré lo mismo.
Caminó hacía la puerta. No había nadie en la recepción, se sintió tranquila de que nadie la viera entrar, subió al elevador y buscó entre el bolso que el hombre le devolvió la llave tarjeta que Max le dio para entrar libremente al ático. Se recargó en la brillante superficie, acomodó un mechón que insistía en posarse sobre su ojo.
*
Max se recargó exhausto en el sillón de piel, cerró los ojos. Tenía tres noches sin dormir y el cansancio junto con la frustración de no haber descubierto nada acerca del paradero de Milly le estaba acabando por completo las energías que en algún tiempo atrás le caracterizaba.
En un momento, allá en la sala llena de la gente de 'Akil se sintió completamente inútil y tuvo que refugiarse en su estudio dejando que su abatido cuerpo descansara en el sillón. Su mente era algo distinto; insistía en recordar la imagen de Lady Mildred, su Milly mirándolo con los ojos llenos de lágrimas, pidiéndole otra oportunidad, diciéndole lo de su embarazo y él negando que el hijo fuera suyo. ¡Mierda! Pasó una mano por su cabeza que aún mantenía recargada en la superficie suave de piel. Tenia ganas de azotar su cabeza a la pared como castigo ante su falta de confianza y no solamente en ella, en toda la gente a su alrededor. Habría querido decirle que nada era personal, que la vida le había enseñado a no confiar en nadie y mucho menos en una mujer. También que todo el cumulo de emociones que se despertaron en él cuando ella entró a su vida eran tan nuevas que no podía comprenderlas, que le costó muchísimo trabajo dejarlas salir por momentos.