NUEVAMENTE
Dudó por un momento al abrir la puerta de la librería en donde trabajaba Milly. Se quitó el gorro de lana y los guantes de piel oscura, peinó un poco sus rizos rubios alborotados por el gorro y la buscó con la mirada. Una sonrisa se dibujo en sus labios al encontrarla sosteniendo un libro sobre una pequeña escalera intentando acomodarlo. Se acercó a ella y le quitó el libro acomodándolo en el lugar; Milly le miró al principio sorprendida antes de que le reconociera dibujando una sonrisa en su rostro algo pálido.
- ¿Estás bien? - inquirió levantando una mano tocando su pálida mejilla.
Milly asintió apartando su rostro de la mano del médico. Sean asintió dando un paso hacia atrás para permitirle bajar el par de escalones.
- Lo siento - la tomó del brazo ayudándola a bajar -, vine para ver si no sería imprudente invitarte a tomar una taza de café o té conmigo, claro si puedes.
- En estos momentos no va a ser posible - respondió Milly apenada -, ha llegado un nuevo pedido de libros, pero salgo a comer en un par de horas.
-¡Es perfecto! - sonrió entusiasmado -, ¿Te gustan los emparedados?
Milly le miró curiosa antes de asentir.
- ¿Esta bien un emparedado de pavo? - Demandó amistoso.
- Me gustaría más uno de queso, si es posible - respondió con una sonrisa aceptando su invitación.
- Por supuesto -, asintió hundiendo las manos en los bolsillos de su moderno abrigo -. Estaré aquí en un par de horas. Te veo más tarde.
- Claro - asintió Milly.
Se inclinó dándole un beso en la mejilla, que por un instante le pareció muy intimo, ella dio un paso atrás turbada mientras él se aclaró la garganta y le sonrió disimulando lo perturbado que estaba.
Milly frunció el ceño aguantando las ganas de levantar una mano hasta su mejilla y tocarla ante la extraña sensación que le cosquilleaba la piel. Parpadeó sin saber que hacer y cruzó los brazos sobre su pecho a manera de protección. Sean la miró y asintió tranquilamente e inclinó la cabeza a manera de despedida y dio media vuelta en dirección a la puerta principal de la librería.
Se sentía extraña, estaba segura que había algo más que sólo una invitación a salir por parte de el doctor Colton, él era un hombre muy atractivo, quizá demasiado; lo notó aquella noche en la que cenaron juntos después de que ella firmara los papeles del divorcio, las mujeres no dejaban de mirarlo con evidente aprecio. Sin embargo para ella eso no cambiaba nada, el doctor Sean Colton era un gran amigo que le ayudo en aquella sala de emergencias a calmar su miedo cuando por un momento pensó que perdería a su pequeño cachorro.
¿Debía decírselo?, ¿hacerle comprender que ella todavía no estaba preparada para algo más que una buena amistad? O quizá ¿Dejar que las cosas se fueran dando hasta ver a donde se dirigían? Tocó su vientre algo abultado, movió la cabeza negando a sí misma, no seria justo para su pequeño, para él, para ella.
La tristeza invadió su cuerpo, bajó la mirada cuando sus ojos se anegaron de lágrimas, todavía, a pesar de haber tomado la decisión de rehacer su vida lejos de Max aceptando su voluntad con la cabeza fría quedándose fuera de su vida a pesar de que él estaba en coma en el hospital. Lo hacia por él, por el inmenso amor que le tenía. Movió la cabeza y suspiró cansada, todo lo que fue debía de quedarse en el pasado; estaba segura que Max saldría de esta, él era un hombre muy fuerte y lograría como siempre tener lo que quería. Pronto volvería a encontrar una mujer a la que nunca tendría que obligar a casarse con él de esa manera fría y sin amor como pasó con ella.
Ahora lo que tenia que hacer era recuperar su vida, volver a buscar la manera de ser feliz y olvidar a Max. Levantó la mirada no tenia más remedio que hacerlo; ella no podía permitirse volver con un hombre que no la amaba, no ahora que pronto llegaría a su vida un nuevo ser que no tenia la culpa de lo que ellos hicieron.
Apretó sus manos entrelazadas sobre su abdomen y se obligó a continuar con su trabajo. Por el momento era lo único que la mantenía fuera de los recuerdos y dentro de su nueva realidad.
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Max miró fijamente la ventana de su habitación en el hospital. Llevaba sentado desde la mañana, haciendo caso omiso a los dolores en su torso y hombro; lo único en lo que podía pensar era en su Lady Mildred, en el momento en que pudiera al fin volver a verla, a pesar de sentirse un poco decepcionado al enterarse que ella no lo visito mientras estuvo en coma.
¿Podía culparla por eso? La manera en que la trato... ¡Demonios! Pasó una mano por su cabello ya demasiado largo; por primera vez no pensó en cortárselo, al parecer ya estaba acostumbrándose a tenerlo así, después de todo un cambio no era mala idea cambiar su aspecto. Bajó sus ojos plata hasta el libro que estaba en su regazo, un terapeuta le estaba ayudando con lo de su problema con su voz. Así que tenia que leer todo el día en voz alta y la dificultad que estaba teniendo en hacerlo correctamente le estaba frustrando por completo. No estaba acostumbrado a pasar dificultades y si las tenia no le importó nunca tener que pasar sobre lo que fuera con tal de lograr sus objetivos, y sin embargo ahora le estaba costando mucho más y no le gustaba demasiado.
Arrojó el libro a un lado y pasó la mano sana por su rostro hasta llegar a la espesa barba que también se había negado a cortar.
Su vida había dado un giro de ciento ochenta grados y eso no le gustaba. A lo mejor la vida le estaba pidiendo un cambio, pero a él nunca le habían gustado los cambios, mucho menos los que tuvieran que ver con su futuro. Para él todo estaba hecho, desde niño planeó cada paso que tenia que dar hasta llegar a lograr todo lo que ahora tenia, siempre supo que nadie lo iba a detener, mucho menos su padre y desde que tenia veintiséis años cumplió con el ochenta por ciento de sus metas, el diecinueve por ciento fue más fácil; sólo tuvo que entrar a la oficina de su padre en las viejas instalaciones de industrias Blackthorne y darle la noticia de que él era el nuevo director general de sus propias empresas.