CELOS
- ¡Por Dios! - Exclamó Milly en un tono que no parecía ser de alivio.
Max la miró y recorrió su menuda figura como si quisiera grabarla en su memoria. Su corazón latía demasiado aprisa y un molesto vacío se formó en su estomago. Ella era para él lo mejor que la vida le había regalado y sin saberlo había estado a punto de perderla. inclinó la cabeza sin saber que más hacer a parte de sólo mirarla. ¡Maldición! ¿Qué demonios hacía ahora? Se sentía extrañamente inseguro, pero no tenía otra opción que hacer lo que tenía que hacer, era su última oportunidad o si no podía perderla y eso era lo que menos quería que pasara.
- ¿Qué pretendes haciendo esto cada vez que quieres verme? - Le reclamó dando unos pasos hacía él -, me sacas de mi propia casa mandando a tú secretaria y le prohíbes que me diga algo acerca del motivo porque tengo que obedecerla, ¡En verdad eres una bestia arrogante!
Max sonrió sin saber porque, cruzó los brazos y la miró con un brillo de admiración en sus ojos plateados.
- ¿De qué diablos te ríes? - levantó la voz posando sus manos en la cintura y mirándole furiosa.
- Estás hermosa - musitó inclinando hacía un lado la cabeza.
Milly parpadeó y se quedó quieta sin hacer nada más que enfrentarse a los ojos que siempre tuvieron el poder de robarle hasta el último aliento.
- No... - movió la cabeza saliendo de su hechizo -, no tienes derecho Max. No voy a permitirte otra vez que vuelvas a...
Se detuvo consciente de el poder que le daría si decía algo más. Su matrimonio estaba terminado, nunca hubo nada más que un mal inicio y ahora todo tenía que terminar por el bien de ella y de su hijo, y tal vez de él también.
- Lady Mildred - suspiró Max yendo hacía ella -, ha pasado ya algún tiempo desde la última vez que hablamos; ahora estamos en una posición en la que ambos tenemos que tomar una decisión que atañe a nuestro futuro y el de nuestro hijo.
La joven dio un paso hacía atrás nerviosa y evadió su mirada caminando hacía el lugar más apartado buscando la manera de sentirse más alerta y no tan confundida como se sentía.
- ¿Esa es la razón por la que estoy aquí?
- ¿Hay otra razón Lady Mildred? - Preguntó levantando una ceja con ese aire de arrogancia que le caracterizaba.
- Dímela tu.
Él levantó los hombros y apartó la mirada de ella dirigiéndose hacía la sala invitándola en un gesto a seguirlo.
- Por favor siéntate - se detuvo volviendo a mirarla -, estaremos más cómodos.
- Antes quiero que me digas ¿por qué estás haciendo esto?
Max cambió su expresión apenas una milésima de segundo antes de dibujar una mueca en sus labios.
-¿Tiene qué haber una razón? - Inquirió con un suspiro.
Milly movió la cabeza y caminó hacía la sala deteniéndose frente a él, frunció el ceño mirando su rostro tan amado, sin embargo la tristeza la invadió al darse cuenta de que él ya no podía ser suyo a pesar de que la mujer que amaba ya no podría estar a su lado.
- Tiene que haberla -. Musitó.
Se detuvo a la orilla del sillón lo más lejos posible de él. Evitó mirarlo, jugueteó con su larga trenza hasta que una mano masculina la detuvo sosteniéndole la suya. El aliento en su cabeza la hizo estremecer, estuvo a punto de cerrar los ojos y dejarse llevar por los sentimientos que seguían ahí fuertes y dolorosos.
- Lady Mildred...
El nombre en sus labios agudizó sus sentidos y abrió la boca aguantando un jadeo. ¡Oh Dios! todo su cuerpo se tensó en espera de cualquier movimiento, aunque no sabía realmente como iba a reaccionar ante toda esa situación; miró de reojo la mano fuerte y grande de su aún esposo cubriendo la suya y el calor se hacía cada vez más intenso.
- Lady Mildred - susurró muy cerca de su oído -, estoy seguro que tienes demasiadas razones en la cabeza, muchas de ellas ni siquiera son las correctas.
La tomó de los hombros girándola hacía su cuerpo fuerte todavía a pesar de la gran perdida de peso; la joven bajó la mirada incapaz de mantener un contacto visual, la bestia levantó su barbilla hasta descubrir su rostro sonrojado, acarició su mejilla con tanta delicadeza que Milly levantó los ojos hacía él estremecida.
- No es correcto...
- ¿Qué es correcto Lady Mildred? - Demandó bajando su rostro hasta el de ella.
- Es...
Los labios masculinos se apoderaron de sus tiernos labios en un beso que probó con la sed de un sediento el manantial que se desbordaba en la humedad de su boca. Milly miró el destello de plata de sus ojos antes de perderse en las intensas sensaciones que se desbordaron en ella. Arqueó su cuerpo buscando el calor masculino y abrió la boca permitiéndole poseerla con su aliento, con su lengua.
Max la devoró hambriento. Sus manos se deslizaron por la figura perfecta de su mujer, su esposa hasta que el pasar de los acontecimientos se lo permitiera. No estaba en sus planes seducirla, pero había sido algo imposible de detener, sin embargo el hecho de volver a tenerla en sus brazos acababa con su control.
¡Maldición! La acercó más a su cuerpo hasta que la suavidad de sus senos más llenos y su vientre abultado se acomodó en su cuerpo anunciándole la diferencia y la perfección al mismo tiempo.
La besó y lo besó entre jadeos. Milly mantenía sus brazos alrededor de su cuello parada de puntillas correspondiendo apasionadamente. Emitió un gruñido y la levantó en sus brazos despegando sus labios y bajándolos por su cuello hasta llegar a la vena que latía incontrolable bajo la piel blanca. Ella sólo se aferró más a él en completa entrega.
La recostó en el sillón, sus ojos se encontraron cuando Milly los abrió mostrando sus pupilas dilatadas y brillantes de deseo. La adoró silencioso, mientras sus dedos desabotonaban su blusa ansiosos de descubrir su piel, sus senos que todavía adornaba sus sueños febriles.
Milly levantó los brazos y dejó que sus dedos ese enredaran en los cabellos oscuros encantada por su textura. Estaba completamente hechizada por él.