PALABRA DE HONOR
- ¡Maldito hijo de perra! - Gruñó Sean acercándose a la ventana de la oficina del director del hospital -, nunca creí que seria capaz de hacer esto. ¿Se da cuenta de qué está complaciendo a un maldito hijo de puta? ¡Yo me gané mi puesto en este hospital! No me parece justo que de un momento a otro me traslade a otro lugar, ¡no hay justificación!
- La orden proviene del consejo - le informó el director levantando los hombros -, son personas serias no creo que hayan sido obligados a hacerlo. Son personas serias y profesionales.
- No dudo que lo sean - replicó Sean girándose para enfrentarse a su jefe -. Pero estoy seguro que algo paso para que ellos dieran esa orden.
- Bueno doctor Colton, yo no puedo hacer nada sólo lo he llamado para darle la noticia que me ha llegado está mañana - le ofreció una carpeta con su nuevo nombramiento.
Sean no hizo ningún intento de tomarla, cruzó los brazos y bajó la mirada. ¡Maldición! No tenia opción. Aunque aceptar el nombramiento seria darse por vencido ante él y ante Milly, pero también era una oportunidad de oro para cualquier doctor que buscara un reconocimiento en su trabajo. Suspiró, él había luchado por muchos años para lograr llegar hasta ella cima de su profesión. Lo había hecho desde que...
- Antes de darle mi respuesta tengo que arreglar un asunto - le respondió ya más tranquilo -. Todo depende de lo que logré de el, cuando sepa bien la respuesta vendré personalmente y le pediré mi nombramiento.
- Aquí estará esperándolo, no tiene fecha de caducidad - asintió el director arrojando la carpeta en su escritorio -. No hay otro candidato, y creeme a pesar de las circunstancias yo creo que te lo mereces.
Sean asintió serio antes de salir de la oficina. Guardó sus manos en los bolsillos de la bata blanca y caminó impaciente por el pasillo.
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Max había pasado una noche terrible. El doctor encargado de la atención de su adorada Milly le había planteado la situación en la que se encontraba y los riesgos que esto suponía. Al final de la noche se acercó a él con un documento para dar su autorización y hacer una cesárea para así salvar tanto a su hijo como a su esposa. Él lo único que pudo hacer fue sentarse en una silla junto a Georgie que tomó su mano dándole ánimos.
Miró el documento sostenido por una tabla de metal, la leyó una y otra vez hasta que al fin firmo. Cuando entregó el documento de inmediato se notó la urgencia de la intervención. Se levantó al final cuando la llevaban en una camilla al quirófano todavía sedada. Caminó a su lado sintiendo la angustia hacer un nudo en su garganta, mientras pensaba que era lo mejor, aunque la duda y el miedo corroían su estómago.
No le permitieron entrar con ella. Se quedó frente a la puerta del quirófano sin apartar la vista de ella, deseó que el tiempo pasara muy rápido, pero tal parecía que como un castigo se volvía lento, tedioso, angustiante.
- ¿Quieres un café?
La pregunta de Georgie le sacó de aquel trance. La miró como si por alguna razón le fuera desconocida y entonces las palabras salieron de su boca sin pensar en ellas
- ¿C-cómo fue para ti? - Preguntó sin apartar su ojos como si ansiara escuchar lo que tenia que decir -, ¿Cómo fue e-ese día..., cuan-do yo nací?
Georgie tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas. Los cerró por unos instantes antes de volver a mirarlo sólo por un momento como si notara lo vulnerable que se encontraba en esos momentos. Bajó la mirada y sostuvo sus manos con fuerza y nerviosismo.
- Bueno, Max..., yo estaba sola - empezó con voz ronca -, hice lo que podía hacer; tomé mi maleta que ya tenia lista y fui al auto, manejé lo mejor que pude a pesar de los dolores que ya eran más continuos, llegué al hospital y al salir del auto solo les grité a la gente del hospital que estaba de parto. De ahí para adelante todo fue confuso, doloroso y con temor de no saber que te depararía el futuro -, juntó sus manos a el pecho aún aferradas una con la otra -. Cuando al fin naciste y te llevaron conmigo, te miré y entonces lloré por la emoción de al fin conocerte.
Se detuvo consciente de los sentimientos de Max hacia ella, lo miró. Él permanecía tenso frente a ella sin mirarla, parecía perdido en sus pensamientos. Georgie buscó su pañuelo en la manga de su blusa buscando la manera de limpiar sus lágrimas con disimulo.
- ¿P-por qué entonces me aban-donaste?
Un amargo resentimiento salió de su boca al hacerle aquella pregunta.
- Yo..., ¡ Oh Max! - Gimió angustiada -, mi vida en esos momentos no era la indicada para un niño, yo..., no iba a ser una buena madre para ti, simplemente hice lo que creí seria lo mejor para ti. Tu padre..., él era el adecuado para ofrecerte lo que yo no podía darte. Lo siento mucho Max...
Georgie ahogó un sollozo y se volvió dándole la espalda dispuesta a alejarse de él. ¡Tantos años mantuvo esas palabras atoradas en su pecho! ¡Él no sabia cuantas veces se aguantó las ganas de hablar y pedirle perdón! ¡Él no sabia los deseos que tenia de poder escucharlo decirle mamá! Pero al final después de reflexionar acerca del pasado se dio cuenta de que ella y sólo ella era la culpable del desprecio que Max sentía por ella.
Dio un par de pasos sintiéndose agitada y con el corazón acelerado. El aire parecía denso y sus ojos se nublaban impidiéndole mirar con claridad. ¡Oh Dios mio! Gimió deteniéndose y cubriéndose el pecho en donde su corazón latía acelerado. Intentó aspirar un poco de aire pero este no llegaba a sus pulmones.
- ¡Max...
Sus piernas le fallaron y cayó al piso pálida y con un sudor frío que recorrió todo su cuerpo.
- ¡Georgie!
Exclamó Max corriendo hasta ella. La levantó en brazos llevándola hasta la recepción, de inmediato se hicieron cargo de ella, él tuvo que llenar el formulario con sus datos mientras en su otra mano sostenía el bolso negro y sencillo que volcó su contenido. Max maldijo mientras terminaba de llenar la hoja escuchando el sonido que el contenido del bolso hacia al tocar el piso.