—¡Menuda panda! —gritó Diego entrando en el salón—. Ahí estáis todos, tan tranquilos, dándole a la lengua. ¿Cómo mola, eh? ¿Y quién está currando, pateándose toda la casa? El niño, que para eso está.
Miriam fue la única que eludió las quejas de Diego. Los demás volvieron las caras hacia él. Álex frunció los labios con gesto altivo. El Gris resopló. Sara y Plata, que estaban sentados juntos en el sofá, fueron los únicos que parecieron alegrarse de verle.
—¿Has encontrado algún dragón? —preguntó Plata. Consiguió levantar su enorme cuerpo y acercarse a Diego, esperanzado, con un brillo de expectación en los ojos—. Necesito uno para Sara, le he prometido un vuelo.
El niño sacudió la cabeza.
—Ehhh... No, no he visto ninguno. Lo siento, tío. —Plata se entristeció—. No te apures, grandullón. Yo te ayudaré. Seguro que antes o después trincamos un lagarto de esos.
El hombretón regresó al sofá con aspecto abatido. Sara tomó una de sus manos regordetas entre las suyas.
—Hemos confirmado que Mario hizo un trato con un demonio —le informó el Gris.
—¡No jodas!
—Sí. Pero no hemos averiguado nada sobre el demonio que ha poseído a la niña. Seguimos sin entender su resistencia a la expulsión.
—Ya veo. ¿Entonces nos largamos o qué?
—No. Lo voy a intentar de nuevo.
Diego hizo un gesto de aprobación.
—Con dos cojones, Gris. ¿Seguro que no te falta un tornillo en vez de tu alma?
El Gris adoptó un tono serio.
—Necesito saber si puedo contar contigo.
—Qué tontería, pues claro, hombre... ¡Un momento! Aquí hay truco. ¿Qué piensas hacer?
—Voy a grabar a la niña una runa de sujeción para detener su alma.
—¿Qué? ¿Me he perdido algo? El demonio la matará. Es una estupidez.
—No puedes asegurarlo —repuso el Gris—. También pensábamos que saldría del cuerpo para intentar poseer el mío, como sucede siempre, y no pasó.
—Es una medida desesperada, macho. ¿Lo has pensado bien?
El Gris asintió. Diego miró a los demás y les dijo:
—¿Y ninguno le dice nada? ¿Qué hay de ti, rubia? ¿Tu código te permite ver cómo sacrifican a una niña?
Miriam suspiró.
—Estás muy alterado, niño, me sorprendes. No están sacrificando a nadie, hay una posibilidad de que salga bien. Y no es una niña. Si lo fuera, no podría consentirlo.
—La posibilidad es una entre un millón. Es una locura... —El niño se detuvo, arrugó la frente y sacudió la cabeza—. ¿Pero qué tonterías digo? No sé qué me pasa últimamente. Si queréis freír a esa cría, a mí qué me importa. Podemos empezar cuando queráis.
—¡Esperad! —Sara se levantó del sofá. Su voz temblaba de indignación—. No sé qué os pasa a todos, pero no podéis estar hablando en serio. Sé que no soy nadie, pero no voy a consentir que matéis a esa niña.
—Efectivamente, no eres nadie —dijo Álex—. Tu opinión no cuenta.
Sin hacer caso a Álex, Sara se acercó al niño.
—¿Qué hace exactamente esa runa?
—Dejará a la niña en coma —contestó Diego—. El demonio tendrá que abandonar su cuerpo.
La rastreadora se tranquilizó un poco.
—Suena bien, ¿no? ¿Por qué dices que la matará?
—Porque los demonios no son estúpidos, pero sí muy rencorosos —dijo el niño—. Sabrá lo que andamos tramando y matará a la niña antes de salir. Ya ha sucedido antes. Por eso nadie emplea ese método.
Sara se encogió, horrorizada.
—Entonces no podemos hacerlo.
—¿Tienes una idea mejor? —preguntó el Gris—. La escucharemos encantados. ¿O prefieres que dejemos a la niña como está?
La rastreadora se obligó a pensar. Tenía que haber otra alternativa, solo que no se le ocurría. No podía ser que la única solución fuera matarla, se negaba a aceptar algo tan trágico, sería como si el demonio hubiera vencido. Sara ya sabía que a Álex no le importaba lo más mínimo el exorcismo, Miriam estaba centrada en su misión y solo intervendría si se veía forzada. Plata era impredecible y Diego ya había expresado su opinión. Solo le quedaba el Gris. Era el único que de verdad quería salvar a la niña y que aceptaría otra salida, si se le ocurría alguna...
Editado: 26.02.2018