La Biblia de los Caídos

Versículo 32

El Gris entendió enseguida que se hallaba en un lugar más allá de su comprensión, así que no se molestó en examinar el entorno, ni en averiguar cómo había llegado allí. Del mismo modo que tampoco se molestaría más adelante en saber cómo había salido, si es que lograba regresar.

Solo había un objeto sólido, una diminuta isla de roca flotando en la nada sobre la que estaba de pie, de una extensión tan reducida que dar un paso en cualquier dirección implicaba precipitarse al vacío. A un vacío del que no se regresaba, de eso estaba seguro. No había nada más que sus sentidos percibieran. El ambiente oscuro, sombrío, y en tinieblas, con algo de luz repartida de manera irregular, sin poder determinarse su origen. Se apreciaban formas imprecisas, como nubes de fondo. La temperatura era agradable, y el silencio, absoluto.

Pasó un tiempo largo hasta que le envolvieron suaves murmullos, acariciándole de manera casi palpable. Eran los ángeles, naturalmente. El Gris sabía que no podría verlos hasta que ellos así lo desearan, y que los escuchaba porque era su voluntad.

Se arrodilló, con mucho cuidado de no caerse, inclinó la cabeza y aguardó. Era consciente de que probablemente ningún mortal había estado jamás donde él se encontraba ahora. Se alegró de su falta de sentimientos, de no tener que contener sus emociones.

—La muerte de un centinela no puede ser tomada a la ligera —dijo Mikael.

Su voz estaba en todas partes. Era suave, melodiosa, parecía hecha para cantar.

—Sin embargo, nos trajo su cadáver y se ha entregado por su propia voluntad. No es una conducta propia de un criminal. —Esa era la voz de Duma, un ángel a quien el Gris había visto en una sola ocasión, hacía varios años, la primera vez que discutieron qué hacer con él. El Gris se llevó la impresión de que Duma era hasta cierto punto un ángel razonable.

—Miriam no era una inexperta —señaló Mikael—. Era la mejor. Algo no termina de encajar. Además, si esta aquí, ante nosotros, es bajo sospecha del peor de los crímenes.

Otras voces susurraron, fundiéndose. A veces el Gris las entendía, otras solo percibía una sinfonía de sonidos suaves y fluidos. «No podemos consentirlo...», «esclarecer las dudas...».

La luz aumentó. Al menos un ángel se había hecho visible, pero el Gris no alzó la cabeza para mirarle, no hasta que se lo ordenaran.

Más siseos le rodearon. Creyó identificar cuatro voces distintas, pero no podía estar seguro. Los ángeles eran siete, seis tras la muerte de Samael, así que todos debían estar allí, si no, el cónclave no habría empezado.

—Puedes levantarte —le dijo una voz que no conocía.

El Gris obedeció. Se aseguró de apoyar bien ambos pies en el reducido espacio que tenía. Dos ángeles flotaban ante él, hermosos, con las alas blancas desplegadas y resplandecientes. Los dos eran altos y bien proporcionados, de aspecto joven. Irradiaban mucha energía, más de lo habitual, daba la impresión de que estuvieran hechos de luz. El Gris captó mejor su naturaleza. Si sus sentidos no le engañaban, no tenían alma, eran almas, las más poderosas que hubiera admirado en su vida. Su proximidad le hacía daño, le quemaba, pero no dejó que se le notara.

Uno de ellos era Mikael, rubio y arrogante, de mirada retadora. Por si no hubiera bastado con la muerte de Samael, ahora se sumaba la pérdida de Miriam, su centinela favorita. Mal asunto.

El otro, al que no había visto nunca, empezó a hablar:

—Mi nombre es Gad —dijo, y voló un poco a la derecha. El Gris le siguió con la mirada, pero prefirió no girarse en la pequeña roca flotante si no era imprescindible—. Seré el moderador. Hablarás cuando te lo pidamos. Responderás a nuestras preguntas con rapidez y sinceridad. Te contaremos lo que estimemos oportuno para que puedas comprender tu situación y ofrecernos una respuesta adecuada. No estás aquí para entender nada, solo para que nosotros sepamos qué ha sucedido con nuestro hermano, con lo que limita tus preguntas a lo estrictamente necesario para seguir la conversación. —El Gris asintió. Gad ascendió y giró, para colocarse justo sobre su cabeza—. Nuestro hermano Mikael desea interrogarte acerca de la muerte de Miriam. Dispondrá de un breve intervalo para hacerlo antes de entrar en el asunto que ha requerido tu presencia.

Mikael voló hasta situarse muy cerca, dispuso las alas en semicírculo, como si le fuera a abrazar, pero sin llegar a tocarle. El Gris estuvo a punto de retroceder por el dolor que le infligía la cercanía del ángel, pero se controló recordando que no había más roca donde posar los pies.



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En el texto hay: misterio, biblia

Editado: 26.02.2018

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