«El que dijo que la literatura no es peligrosa, es un idiota.» pensaba Lucas mientras corría por un pasillo sin fin, junto con sus amigos. Estaban en una versión de la biblioteca de la escuela deformada en su totalidad. Aquellos niños se ocultaron detrás de uno de los tantos muebles deformes.
El niño de cabello castaño, no podía apartar su mirada del horror que los estaba persiguiendo. Una criatura amorfa, que había logrado conseguir agarrar a Elías, quien lloraba y gritaba mientras sentía sus cuatro extremidades siendo estiradas hasta el desgarré. Aquel grito de horror que perforaba sus oídos solo se detuvo cuando se escuchaban los golpes sordos de pedazos de carne que aterrizaban en aquel piso negro.
Mía por otro lado lloraba y tapaba sus sollozos con una mano, mientras esperaban algunas palabras de aliento, pero Elías era el positivo del grupo. Lucas estaba callado y con la cara blanca.
—Shhh —susurró mientras sentía la picazón, señal de que sus ojos se llenaban de lágrimas—. Solo vamos a salir de aquí…
Ni siquiera sabía cómo iban a hacerlo, pero tenía que hacerlo, quería vivir para conocer a su hermanito o hermanita cuando nazca a finales de abril. Mientras el pánico inunda sus sentidos, su joven mente pensaba en por qué había aceptado ese estúpido reto.
Hace un par de semanas solo pensaba en cómo estaría limpiando pañales de bebé, no corriendo de seres horribles que escapaban de libros escritos por un montón de enfermos mentales.
—Tenemos que separarnos
—Si nos separamos, nos van a matar.
—Aun así nos matarán si nos ven juntos.
—Si, pero…
Entonces Erika salió corriendo junto con Manuel, mientras que Lucas se quedaba con Mia, le tomaba la mano y la sacaba de su trance para empezar a correr por otra dirección. De lejos podía sentir como temblaba en mi mano.
—Mia, por favor.
—¿Qué son esas cosas?
«Eso mismo me preguntó yo» pensó aquel joven de catorce años, mientras sostenía fuerte la mano de la niña de doce que temblaba como una hoja. Aquel pasillo en que ambos niños estaban empezó a cambiar significativamente, era ridículo para el ojo humano entender qué diablos estaba pasando. Como si fuera absorbido por un hoyo negro, los viejos estantes negros que simulaban la textura de la madera, empezaba a desquebrajarse y flotaba hacía arriba perdiéndose en la infinita oscuridad del techo.
Lucas temblaba ligeramente mientras tomaba a Mia, intentaba darle un poco de su inexistente seguridad mientras caminaba por ese pasillo. No quería volver a la literatura lovcraniana. Ese pasillo tenía monstruos que no quería ni siquiera relacionarse con ellos.
Pero aquel pasillo tampoco era el mejor, porque lo primero que vimos mientras caminábamos por aquellos horribles pasillos, fue un globo rojo que flotaba solo. No quería parecer un lector morboso, pero conocía esa referencia. Mientras corríamos y pasábamos por los diferentes pasillos podía sentir un denso olor, casi como si el oxígeno fuera destruido en sólo unos segundos. Y ese olor era de sangre…O algo parecido, espeso como pintura que inmediatamente salpicaba contra una superficie, hasta que las ligeras gotas chocando contra la piel sucia de Luca, lo hizo correr más rápido.
Aquella sección quedó atrás, una esperanza floreció en Lucas. Emocionado por poder alejarse y logran escapar, pero… el silencio por parte de Mia.
De hecho, incluso sentía que era ligeramente más ligero… apretó su mano que sostenía aquella mano, pero de pronto se detuvo. Sintió como el miedo lo acobardaba, llenaba sus ojos de lágrimas mientras apretaba desesperadamente la mano que sostenía, porque este cuento era con un final feliz.
«¿En verdad era con un final feliz?»
Con ese pensamiento se giró sólo para confirmar lo que su joven mente hace mucho ya había imaginado. Lo único que sus dedos sostenían era el brazo cercenado de aquella niña que había jurado proteger, el rastro de sangre que había dejado le cortó la respiración. Ni siquiera podía pensar en que parte de su recorrido había perdido a su amiga. Ni siquiera quería pensar en eso. Le dolía, hasta el punto en que su corazón sentía que bombeaba el doble de lo necesario.
Me encontré con los que quedaban, mis amigos… tiré el brazo a un lado, caminé hasta ellos y supe que no les fue de lo mejor. Habían tomado el terror psicológico, ahora que lo pensaba bien. La pregunta real era ¿cómo sabía eso? Ni siquiera le gustaba leer, bueno… no le gustaba tanto.
—¡¿Lo sabías?! —gritó uno de ellos antes de empujar a Lucas y tirarlo al piso.
—Si, uno de esos sujetos dijo que tú los conocías, ¿no?
—Tu… —gritó uno de ellos antes de patear el estómago de Lucas—. Bastardo, tú conocías este lugar, sabías lo que iba a pasarnos.
La acusación para Lucas era infundada, pero el horror no podía cambiarlo, volvía a la realidad cuando sintió un golpe terrible en su pierna, que lo hizo gritar aunque no tuviera voz, fue solo una tensión dolorosa en su garganta, mientras su boca era sellada por la punta de una bota negra de talla 36. La sangre era tanta que ni siquiera entendía si se mezclaba con la saliva, o los mocos que chorreaba, incluso las lágrimas desconocidas que destruían más la salud mental que se le escapaba por cada segundo que pasaba en esa biblioteca.
—Quédate aquí, y muere —dijo uno de los que llamaba como su mejor amigo, antes de escupir en su dirección e irse. Luca se arrastró un poco, debajo de unos escritorios, mientras veía correr a quienes fueron sus amigos.
No tenía voz para pronunciar todo lo que le invadía, pero aquel sonido le caló en lo profundo de su espíritu. Se giró sólo para ver ansioso y asustado cuando vio que aquel escritorio no tenía un buen fondo, tenía una larga extensión con varias patas…
«Oh no, no, no, no, no, no» se repetía mentalmente mientras escuchaba unos pasos torpes y erráticos, un golpe en la mesa y un ruido incómodo que su mente lo reconoció y registraba justamente como aquella vez.