Glash Village, es un pueblo muy colorido del sur de Inglaterra. Conocido por sus impresionantes campos de flores, calabazas, y su maravilloso entorno. Con una población menor de 500 personas, y un lago espectacular a la vista de todos, atrae de vez en cuando a poco más de mil turistas al año, y hoy, yo me había convertido en uno de ellos.
Mi antigua casa se encuentra en las afueras del pueblo, algo alejada del centro. Mis padres habían decidido mantenerla durante todos estos años. Aún tienen la esperanza de volver, pero supongo que nunca han encontrado una excusa para hacerlo. Ahora están bien en New York. Mamá tiene su propia florería, y papá aún trabaja como ingeniero agrónomo en uno de los mayores Viveros de la ciudad. Además, Joan ya tiene una familia. No creo que a mi hermano mayor le guste la idea de alojarse nuevamente aquí.
El autobús se mueve más despacio de lo que desearía. Estoy ansiosa por llegar de una vez a casa. Las chicas prometieron que nos veríamos en el Bar Bells una vez que pusiera un pie en el pueblo. La última vez que tuve señal en el teléfono, Penny había llegado sana y salva, y me pedía que no tardase. Si supiera que mi transporte no va a mayor velocidad que la de un caracol.
Al leer el cartel de bienvenida no puedo evitar que se me pongan los pelos de puntas. Glash Village, guarda más que mi simple infancia, esconde entre sus calles los suspiros de mi corazón, colecciona las lágrimas de mis ojos, y el dolor de mi primer amor. Un secreto que solo este pueblo y yo sabemos, y que no estamos dispuestos a revelar.
Mi última parada, y la que un día fue mi primer destino. Aún me sorprendo como pasan los tiempos. Si antes sus calles desprendían alegría, ahora no dejan de gritar a los cuatro vientos que este es el sitio perfecto para encontrar la felicidad. La mía no, de eso estoy segura.
Desciendo del autobús con mi maleta en mano. Más de 9 horas de viaje te hacen plantearte si de verdad vale la pena todo esto. —Piensa en April. Hazlo por ella. —me repito en mi mente para no cometer la locura de volver a New York. ¿Tan malo es volver? —No, no, hace años que no sientes lo mismo.
Retoco mi maquillaje antes de salir en busca del Bar. Necesito por lo menos dar una buena imagen de la nueva Jess. Aunque estoy segura que la mitad de los habitantes no se acuerdan de mí, y los que lo hacen, no creo que sea porque yo les agrade.
Camino por las calles casi desiertas, y trato de ubicarme para encontrar la dirección correcta. Si mal no recuerdo en la 16th Street, se encuentra el único y centenario Bar Bells. Perteneciente a los Pratts, grandes amigos de mis padres. De aspecto tosco y rural, con estructura de piedra y adornos de madera, se alza frente a mí, el famoso lugar. La de domingos que pasamos en familia disfrutando de las delicias de la casa. Son de los pocos recuerdos felices que me quedan del pueblo.
Me interrumpo a inspirar el perfume de pino tan característico de la zona. Es la primera vez desde que volví que me detengo a olerlo. Es relajante, natural y adictivo. Sin dudas, mi fragancia favorita.
Después de lo que parecen ser cinco minutos, me dejo de tonterías por una vez, y me lleno de valor para entrar por fin.
Está repleto de gente, y no reconozco a nadie. Ha dado un gran cambio desde la última vez. Tiene un aire juvenil, y despreocupado. Ya no parece un restaurante para familias. Esto es un lugar de recreación y diversión. Con una mesa de billar en el centro; unos sofás muy acogedores en una zona mucho más privada, las típicas mesas de café para aquellos que vienen solo de paso, y una barra que es lo único que me parece que estaba desde antes.
—¡Jess! —Oigo a Rose gritar desde algún lugar que aún no logro descifrar, y camino por donde creo que podría estar.
—¡Aquí! —Veo a April agitando sus manos, y me apresuro a su encuentro.
Casi creo estar a salvo del caos cuando una bandeja cargada con jarras de cervezas se interpone en mi camino, y termino estrellándome con ella. —Estamos bien ¿no? Nada peor nos puede pasar...
Humm... si que nos puede pasar.
—¡¿Qué demonios?! —Hace seis años que no escucho su voz, pero sin ver su rostro, estoy 100 % segura de saber de quien se trata, y aún no estoy preparada para hablarle.
—Lo siento. —susurro. Estoy empapada, mi blusa está hecha un desastre, y huele a cerveza con demasiada potencia. Esquivo al camarero, tratando de huir de su lado con la intención de que no me preste más atención.
—Tú, vuelve. —Le escucho decir, pero no me detengo a voltearme. No llevo ni dos minutos en este sitio, y ya estoy haciendo el ridículo.
—¿Jess, estás bien? —Penny se acerca a mí para tratar de ayudarme a limpiar con una servilleta mi atuendo, pero no sirve de mucho.
—¿Jess? ¿Eres Jess? —No, esa voz otra vez no.
—¡Arthur, mira lo que has hecho! Tienes que tener más cuidado. —April reprende a su hermano mayor, y yo sigo sin encontrar el valor para voltearme a verlo.
—Yo... no te vi. —susurra y casi no logro escucharlo. Sí, lo sé. No es la primera vez que no me ven. Ya estoy adaptada.
—No pasa nada. —respondo con sequedad, y trato de sentarme en el sofá junto a Rose que rebusca en su maleta, para después ofrecerme una de sus camisetas. Le agradezco con la mirada, y trato de controlar mis nervios. Que desde el pequeño incidente parecen haberse disparado sin intensiones de volver a lo que eran antes.
—Jess, ¿Qué haces aquí? —Me pregunta sorprendido, pero no como una linda sorpresa, sino como una no deseada. Me debato en si contestarle groseramente o por fin mirarlo a la cara, pero cualquiera de las dos opciones me parecen demasiado.