La boda de mi mejor amiga

Capítulo 5

Me despierto por los ruidos raros que escucho provenientes de la cocina. No tengo ni idea de qué hora es en Inglaterra, pero en New York seguro que aún es de noche. Intento volver a quedarme dormida al no escuchar nada más, pero es imposible teniendo dos inquilinas como Rose y Penny hospedadas en casa.


 

—No hay nada para desayunar. Nada. —Ambas irrumpen en mi habitación. Penny vestida con ropa de deporte, y sudada, mientras que Rose aún lleva su pijama y se cruza de brazos. Ya estoy comenzando a arrepentirme de permitirles quedarse aquí.


 

—Vayan al mercado, y compren comida. —Me tapo la cabeza con la almohada, e intento olvidar que están en mi cuarto.


 

—Aquí no hay mercado, solo la tienda de Mr. Bruce. —Me corrige Rose.


 

—Sí, sí, eso mismo. Vayan allí. —Les hago una señal con la mano para que se marchen, pero me ignoran.


 

—La tienda no abre hasta las nueve. —Penny arroja mi almohada a un lado, al igual que mi edredón, pero yo me muevo rápido, y los vuelvo a recuperar tapándome de cuerpo completo para evitar que me levanten de la cama.


 

—Esperen a que abra. —Les aconsejo mientras me acurruco aún más en el colchón.


 

—Venga, Jess, queremos desayunar contigo. April viene también, vamos a ir a Bar Bells. —Rose se detiene a mi lado tratando de empujarme para que me anime.


 

—No, la última vez que estuve allí me bañaron de cerveza. —Además, puede que a Arthur le toque trabajar hoy. Hace una semana que no le veo y espero seguir así.


 

—Eso fue mala suerte, ¿a esta hora quién pediría una cerveza? Es muy temprano. —Penny vuelve a quitarme la almohada.


 

—Que lástima, April nos dijo que compró polos de menta con chispas de chocolate. —menciona Rose.


 

—Júralo. —Me espabilo al momento, y la señalo con el dedo. —¿Sabes que es pecado mentir sobre los polos de menta? Irás al infierno si no dices la verdad.


 

—Sí, lo hizo, o por lo menos eso fue lo que me dijo ayer. Sabe que eres fanática a ellos. Es tu regalo de bienvenida después de tantos años sin venir al pueblo.


 

—¿Qué están esperando? Vámonos, no hay tiempo que perder. —Me levanto de la cama del tirón y me apresuro a tomar una ducha.


 

¿Cómo un simple sabor te transporta al pasado? Aún no logro comprender eso. Los polos de menta con chispas de chocolates tienen esa magia. El recuerdo de un verano insuperable, o la dicha de comerlos frente al lago. La medicina para alegrar el alma, y encontrar la felicidad de la manera más fresca, y dulce posible. Una combinación que guarda el secreto del perdón. Sabor a familia y a infancia, a campo floreado y a gato gruñón. La tarde en la que leí un libro mientras los comía, o el día en que miraba por la ventana a que pasase mi amor.


 

Me arreglo para salir, y recuerdo que le prometí a April que buscaría el contacto de algunas empresas distribuidoras de comida y de flores para la boda. Cargo mi portátil en mi bolso, y guardo mi agenda de notas. Tan mala es mi memoria que tuvo que ser Penny la que me recordara que en el único lugar donde hay internet en el pueblo es en el Bar, así que igual tenía que ir.


 

Salimos de casa con el pie derecho, o por lo menos yo me fijo en si lo hago. Sigo a las chicas por el sendero, y nos encontramos con April justo al frente de su casa.


 

—Hola. —saludo más que contenta, y me fijo en si trae algo en las manos, pero no lo hace. —¿Y mis polos? —termino preguntando.


 

—Oh, chicas, era una sorpresa. —Regaña a mis inquilinas.


 

—Si supieras el trabajo que nos costó sacarla de la cama, estuvieras agradeciéndonos ahora. —Se defiende Rose, y yo sigo esperando mis polos de menta.


 

—Los polos están en el Bar. —¿En serio? ¿Tengo que seguir esperando para comerlos?


 

—¿Por qué están allí? ¿Ahora venden polos? —pregunto por curiosidad, quiero saber dónde puedo comprarlos.


 

—No. Arthur siempre los compra todos, y los lleva a casa. Le pedí que guardara algunos para ti. —Me cuenta April mientras caminamos hacia el pueblo. Saber que son de Arthur me quita las esperanzas de probar los polos. Estoy segura de que al enterarse de que son para mí no me los va a querer dar.


 

—Pero ¿todos de ese mismo sabor? —Penny, y su espina curiosa.


 

—Todos, convenció al señor Bruce para que se los guardara siempre que tuviera. Es un sabor difícil de encontrar. —No recuerdo que a Arthur le gustaran tanto los polos de menta con chispas de chocolate. Siempre decía que su favorito eran los de fresa.


 

—¿Desde cuando trabaja de camarero en el Bar? —Necesito saber, Arthur siempre fue muy estudioso e inteligente, nunca creí que terminaría sirviendo bebidas.


 

—No es un camarero, es el dueño. Es solo que los días en que hay mucha gente suele ponerse a ayudar a servir las mesas. —Genial, siendo el dueño del Bar tampoco me dejará usar su internet gratis. Todo son buenas noticias hoy por lo que veo.


 

Llegamos a nuestro destino, y para mi sorpresa está lleno de gente a esta hora de la mañana. Al parecer se ha hecho costumbre en los pobladores el venir a desayunar aquí. Nos acomodamos en el mismo sofá donde nos sentamos la semana pasada, y esperamos a que nos tomen la orden.


 

No veo a Arthur por ningún lado, y eso hace que me relaje. Un chico flacucho que no aparenta tener más de 20 años, nos atiende con gran amabilidad. La oferta de desayunos es bastante variada y me sorprende que puedan realizar tantos platos en un solo menú. Termino decidiéndome por ordenar unos panqueques con mantequilla y sirope de miel. Mientras que Penny se debate en si probar la macedonia de frutas o el yogur con agrego de frutos rojos. Todo muy sano para mi gusto. Rose y April no lo pensaron dos veces y pidieron dos desayunos americanos.




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