La Boda Del Diablo

CAPITULO 2: NUESTRAS MASCARAS

—¿¡Una cita!? —gritó sorprendida la mujer—. ¿Estás hablando en serio? No creo que sea buena idea. Me gusta pasar el poco tiempo libre que tengo en casa.
—Sí, bueno —respondió el azabache con serenidad—. Desde que llegué a este lugar solo he visto estas paredes. Dios dijo que puedo salir y ver a más humanos, pero solo si tú me acompañas. No puedo ir solo. Además, tengo demasiado trabajo todos los días como para tomarme ese tiempo sin una razón válida. Esta sería nuestra primera cita… Vine aquí para conquistarte, después de todo.
—Jamás creí que tú harías lo que Dios dijera.
—Tengo mis propios motivos para hacerlo —le lanzó una mirada tan intensa que la hizo temblar hasta los huesos.
—Está bien —suspiró con resignación—. Iremos de paseo. Pero no significa que sea una cita. Solo un paseo. Nunca tendría una cita contigo.
—Sí, sí… Anda, ve a alistarte. Te estaré esperando aquí. No tardes.
—¡Calla! Soy una mujer —respondió girándose—. Debo tardarme.
—Dicen que si una mujer tarda es porque le gusta la persona con la que saldrá —añadió Lucifer en tono burlón.
—Estaré lista en unos minutos.
Subió los escalones con paso firme hasta su habitación. Buscó entre sus vestidos, eligió algo sobrio pero elegante y se arregló el cabello. Al terminar, se acercó a la ventana. La luz entraba débilmente, filtrándose con timidez entre las cortinas. Suspiró antes de bajar a encontrarse con él.
—Quiero ir al internado de Marie. ¿Vienes conmigo? —dijo apenas llegó.
Le sorprendió ver lo bien vestido que estaba el azabache: camisa negra abotonada hasta el cuello, pantalón del mismo tono y un lazo rojo que resaltaba el brillo feroz de sus ojos.
—Claro —respondió sonriendo—. Solo espero no tardar demasiado. Gilbert me dijo que hoy habrá un baile de máscaras. Me gustaría ir contigo.
El leve sonrojo en el rostro de Elizabeth fue evidente, aunque trató de ocultarlo desviando la mirada.
—¿Un… baile de máscaras? —preguntó al tomar su bolso—. ¿Está bien que yo vaya a un baile contigo?
—Qué tonterías dices. Será divertido estar juntos. El auto nos espera. Gilbert será nuestro chófer. —Le abrió la puerta con caballerosidad—. Podemos ir primero al internado, luego a comprar un vestido, y alguien traerá las máscaras.
—Sí, sí —asintió mientras veía a Gilbert junto al elegante auto negro.
—Adelante —dijo Lucifer empujándola suavemente de la cintura—. Se nos hará tarde si seguimos aquí parados.
Subieron al auto. Lucifer le indicó al chófer:
—Gilbert, la señorita Elizabeth quiere visitar a Marie. Llévanos ahí.
El trayecto fue tranquilo. Elizabeth miraba por la ventana, contemplando la serenidad del día. El sol brillaba sin agobiar. De pronto, sintió el peso de una mano sobre la suya. Era Lucifer. Sus miradas se cruzaron. Él sonrió, y ella soltó un suspiro antes de retirar su mano lentamente.
Al llegar al internado, Marie la recibió con un abrazo efusivo.
—¡Señorita Elizabeth!
—¡Marie! —la abrazó con ternura—. Te extrañé, mi hermosa princesa.
—Yo también la extrañé, señorita.
Lucifer observaba desde una esquina, en silencio, mientras Elizabeth reía con la niña. Se preguntaba si todo lo que haría valía la pena solo por verla sonreír así.
—Elizabeth —interrumpió con suavidad pero firmeza—, debemos irnos. Recuerda que tenemos otra cita.
—Oh, es verdad. —Le acarició la cabeza a Marie—. Lo siento, querida. Le prometí al señor que iría con él. Debo marcharme.
Marie bajó la mirada. Sus ojos se humedecieron y su rostro adoptó una expresión triste.
—Sí está bien, señorita Elizabeth… Me gustaría pasar más tiempo con usted, pero entiendo…
—¿Marie, verdad? —intervino Lucifer con voz cálida—. Me presento. Soy Lucifer. Elizabeth no tuvo la amabilidad de hablarte de mí —bromeó, intentando sonar amigable.
Su sonrisa fue extrañamente tranquilizadora. Aunque su aura era imponente, la niña dejó de llorar. Lo miró con curiosidad y asintió tímidamente.
—Espero que vuelvan pronto —dijo la niña con una pequeña sonrisa—. La próxima vez, con más tiempo.
—Lo haremos, Marie —prometió Elizabeth antes de abrazarla por última vez.
De regreso al auto, Gilbert ya los esperaba. Lucifer ayudó a Elizabeth a subir, luego se acomodó a su lado. Pronto llegaron a una tienda de alta costura.
—¿Aquí compraremos el vestido? —preguntó la castaña—. Es demasiado caro… incluso para mí.
—Gilbert encontró el mejor lugar. Aquí vas a comprar tu vestido. Mi traje ya está listo. Las máscaras también están por llegar. Solo falta que tú estés perfecta.
Dentro de la tienda, Elizabeth no encontraba algo que le convenciera, ni a Lucifer. Hasta que un joven de cabello rubio y ojos azul profundo se acercó con un vestido rojo intenso.
—Creo que este es el indicado, señor —dijo—. Luce perfecto para la señorita Elizabeth. Además, combina con usted.
—Vincent, justo a tiempo —dijo Lucifer—. Es exactamente lo que buscábamos.
Le entregó el vestido a Elizabeth. Ella lo llevó al probador. Cuando salió, el vestido caía perfectamente sobre sus hombros. Tenía escote en corazón, sutil pero elegante. El color rojo evocaba sus sueños. Se miró al espejo y sonrió.
—¡Me encanta! Este tiene que ser.
—Lo es —afirmó Lucifer—. Justo lo que buscábamos.
Vincent también había traído las máscaras.
—Estas son nuestras máscaras —dijo Lucifer mientras entraba al auto con ellas en la mano—. Esta es la tuya —le entregó una con detalles dorados y encaje—. Y esta es la mía.
Elizabeth, ya peinada y lista para el baile, tomó la máscara y la sostuvo con una sonrisa.
—Si todo esto es real… Espero que este día valga la pena.
Lucifer sonrió. Una sonrisa real. Triunfante. Sin que ella lo notara, acababa de ganar una batalla en su conquista.




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