-Lucifer salió de aquella casa suspirando, mientras veía a su sirviente. -Vamos -dijo, dando unos pasos, seguido de aquel otro hombre-. Encárgate de comprar lo que necesito, debo ir con la protegida de la reina.
Se inclinó y desapareció rápidamente. Por otro lado, Lucifer se tomó su tiempo en llegar al instituto. Caminaba a paso lento, como si no quisiera ir. Y en realidad, no quería. Pero lo había prometido. Estaba cansado de hacer cosas por esa mujer, pero aun así, las hacía. Si hablamos de eso, entonces tiene sentido todo lo que ha pasado desde que Elizabeth cumplió todos los requisitos. El último, la muerte de su mejor amiga, Melody, la madre de esa niña que ahora estaba por hablar con Lucifer. Y sí, todo comenzó incluso antes de que Elizabeth siquiera naciera; es más, antes de que Elizabeth siquiera fuera un pensamiento. Como aquellos que atacaban su cabeza, el eco de un recuerdo que aún calaba.
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-Señor Lucifer -habló aquel ángel, que miraba con tristeza a ese hombre-. Nuestro Dios llama su presencia.
-Olvídalo -se levantó de aquel trono y se acercó a él-. Aun si nueve rayos me partieran, no volvería a verlo. Para mí, ahora es solo un susurro que no aplica a mi razón.
-Señor Lucifer, escuché...
-¡Escucha tú! -dirigió su mirada hacia arriba-. ¡Y tú también! Soy el rey de este imperio -volvió su mirada al ángel-, y todo gracias a Dios. El siempre recto alguna vez dijo que seríamos iguales -llegó hasta él, amenazante-. ¡Largo de aquí!
-Señor...
-Basta, Gabriel -aquella voz celestial calmó a Lucifer y aplacó aquello que iba a decir el ángel.
-Te dije que no quería verte -Lucifer miraba con odio y dolor a Dios, que estaba frente a él. Aquella figura majestuosa se mostraba no como rey de los cielos, sino como igual a Lucifer.
-Sé que te he hecho daño, pero no puedo ni voy a cambiar mi decisión. Eres fuerte y valiente.
-¡Me desterraste de tu cielo! -interrumpió-. ¡Solo por tu propio ego!
-No fue egoísmo, Lufer. Pero es mejor que estés aquí, que nuestros caminos estén opuestos -Dios entregó aquella esfera pequeña, parecida a una perla-. Esa parte que no puede dejarte fue enviada a la Tierra. En algún momento, esto te llevará hasta ella.
-¡No me llames así! -bramó Lucifer. Sus ojos rojos brillaron con intensidad, coraje y melancolía. Volvió a caminar hacia su trono, sentándose en él de forma despreocupada, como si las palabras de Dios no tuvieran peso en su corazón... si es que tenía uno. Aquel dolor y la presión que sentía tal vez no existirían si no tuviera uno.
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Lucifer llegó al internado donde estaba la pequeña Marie. Fue recibido por la encargada, y no tardaron en dejarlo ver a la niña, aunque parecía que estaba usando sus encantos infernales. Marie llegó, luciendo impecable como siempre. Su sonrisa vaciló al verlo, pero se restableció rápido.
-Señor -se acercó a él-, no es que me moleste verlo -su sonrisa se hizo incluso más linda-, pero la señorita Elizabeth...
-Elizabeth está ocupada. Es una mujer ocupada, como siempre. No puede venir solo porque tú lo quieres. No deberías ser tan exigente, niña.
-Lo siento -susurró la niña, quieta y sin fuerza.
-¿Cuál es tu nombre?
-Marie -volvió a hablar, tan bajo que apenas se escuchó-. Marie Brown.
-Bueno, si recuerdas, mi nombre es Lucifer. Soy amigo de tu querida cuidadora Elizabeth.
-Recuerdo que vino con ella -esta vez su voz no parecía un susurro.
-Bien, entonces, no necesitaré volver a presentarme.
-Si no quería venir, ¿por qué lo hizo?
-No fue por ti -afirmó-. Elizabeth es lo único que me importa, aunque ni siquiera sé por qué.
Esas palabras eran confusas para esa niña. Aún era pequeña y Lucifer, con esa cara de mal genio y esa condición, no entendía por qué hablaba tan fluidamente con ella.
-La señorita Elizabeth siempre es muy amable. Su corazón brilla, al igual que sus ojos cuando algo le gusta. Su mente divaga mucho y suele hablar dormida. Dice cosas que no debería -una sonrisa se escapó de Marie, como si recordara algo divertido-. No cocina muy bien, pero si lo hace desde su corazón, la comida es deliciosa.
Lucifer no había prestado atención a nada de lo que la niña mencionaba. Estaba intrigado, molesto, y su cara se deformó en una mueca tosca solo para mirar con algo de enojo a esa niña.
-Ah, ¿si?
Fue corto, pero Marie pudo notar su molestia.
-Tal vez pueda ver sus facciones más de cerca ahora que lo sabe, señor Lucifer.
Él rodó los ojos y los puso en blanco, como si eso fuera suficiente para que la niña pensara que no le importaba.
Al final, no tardó en despedirse y se fue. No hablaron mucho más. Marie solo habló de sus calificaciones y de una presentación que tendría dos semanas después.
Lucifer caminó hacia la casa de Elizabeth, nuevamente ansioso por lo que había dicho la niña. Estaba esperando notar esas señales. Su mente nuevamente comenzó a divagar, como si no supiera más. Esos ecos de su memoria traían algo más profundo y doloroso a su memoria.
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-Bien -dijo, ajustando suavemente aquel cinturón en el cuerpo de ese hermoso ángel-. Mi querido Lucifer -habló Dios, con sus ojos azules apuntando a los rubíes de eso que parecía un maniquí.
Después de sacudir los hombros del ángel frente a él y acomodar su cabello blanco, le dio un suave beso en la frente. Aquel muñeco parecía tomar vida.
Una sonrisa hermosa se formó en Lucifer, aquel ángel que apenas había nacido. -Dios -habló sin miedo.
-Lucifer, te he creado como mi igual, para que me acompañes, para que seas importante, para que no mires atrás. Eres un ser casi perfecto.
Lucifer, sonriendo, se acercó a Dios y asintió.
Lucifer, como el ángel más cercano a Dios, pasaba tanto tiempo con el que pronto comenzó a sentir algo más que respeto y admiración, aunque siempre lo ocultaba, distraído y disfrazado.