Nací con la eternidad.
Soy la promesa de un amanecer cada día y quien espera a la luna cada noche.
Soy paz y redención.
Soy lo eterno y lo corrosivo.
Soy un ser omnipotente. Estoy en todos lados, incluso en tu mente.
Soy aquello que no aprendió a gritar.
Soy aquello que susurra a tu oído.
Y aquello que te impulsa.
Soy Dios, creador de todo y de todos.
Cuando estaba solo, creé mi mundo.
Cuando me sentí vacío, me hice un cuerpo.
Hombre, mujer… no importaba.
Solo importaba lo que sentía.
Elegí un cuerpo femenino: cabellos rubios, ojos azules.
Tez blanca que resaltaba la belleza de ese cuerpo que, aunque no delgado, tenía forma.
Estaba solo, y aun así vivía feliz y pleno, como solo yo conozco.
Aunque la eternidad pasaba, mi razón estaba firme.
Hasta que un día, ya no pude más.
Y como quien trabaja la arcilla, me puse manos a la obra.
Moldée el cuerpo perfecto:
Cabellos blancos.
Ojos rojos como rubíes.
Manos perfectas y grandes.
Labios pálidos.
Piel blanca.
Una sonrisa encantadora, capaz de capturar hasta al más fuerte.
Por nombre…
—Mi querido Lucifer.
Aquel hermoso y adorable beso en la frente le dio vida.
Le dio paz.
Solo me miró.
Su sonrisa fue un susurro a mi corazón, una oración.
Y por primera vez en mi larga existencia…
No estaba solo.
Por primera vez, experimenté la compañía.
No creé a Lucifer para ser mi subordinado.
Lo creé para ser mi igual.
Aquel que siempre pudiera decirme: “No”.
Soy Dios.
Creé a Lucifer por algo que no podría explicar.
Fue mi idea.
Yo soy salvación…
Pero, ¿quién me salva a mí?
La eternidad es un largo tiempo cuando esperas o estás solo.
El abismo del dolor y la soledad está justo detrás.
Un paso en falso… y caes.
Como en un vacío que nunca acaba.
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—Querido Lucifer, habló Dios con esa voz dulce que hipnotizaba al joven, quien siempre miraba con admiración a su deidad.
—Dime.
Un susurro como tornado salió de su boca. No era sumiso. No temía.
Era igual. Y eso era justo lo que Dios deseaba.
Lucifer tomó la mano de Dios con delicadeza.
Como un ala de ángel, acarició el dorso de su mano.
Tal vez Dios no habría sentido nada si Lucifer no hubiera pasado años con Él.
Si Dios no hubiera dicho aquellas palabras que lo condenarían:
“Su sonrisa encantadora, capaz de capturar hasta al más fuerte.”
Sin saberlo, sin esperarlo, sin temerlo…
Lucifer lo había capturado.
No como su creador.
No como un Dios.
Como un ser.
Como cualquier ser que siente.
Eso, aunque hermoso y placentero,
Comenzó a asustar a la única divinidad que nunca había temido a nada…
Dios tenía miedo.
Sus manos temblaron y se alejó de él. Su mente estaba en otro lado. Ya no estaba con su querido Lucifer, aunque volvió; su cariño por él lo hizo regresar.
—Lufer —habló Dios, mirando al hombre que, sobre un árbol, cortaba peras y comía despacio. No tardó en bajar de un brinco y, como un caballero, se inclinó ante él. Tomó delicadamente su mano y besó su dorso, como una lluvia húmeda.
—Querido Dios —habló con la voz gruesa que siempre caracterizaba a Lucifer.
—Creé algunos ángeles —dijo, alejándose distraídamente de Él—. Ya no necesitas estar todo el tiempo a mi lado.
La hermosa y encantadora figura de él, de ojos rojos, siempre estaba presente, no se desvaneció.
—Me da igual. Quiero estar junto a ti. Sin importar cuánto quieras alejarme, fui creado sólo para ser tu compañía.
—Lufer, mi querido, te creé para ser libre, no para estar atado a mí. Eres libre de ser y hacer. No quiero que estés atado a mí.
—No me siento atado, Dios. Yo siento que estando a tu lado soy libre. La forma en que mi corazón late no es normal. Siento que todo lo que hay en mi pecho va a salir disparado. Es como si nuestro destino fuera estar juntos. Como si, inconscientemente, hubiera sido creado para complementarte.
—Lucifer —su sonrisa llamaba internamente a ese glorioso ser creado—. Eres un ángel, mi ángel más cercano. Aquel que creé no como mi subordinado, lo creé como mi igual. Esos sentimientos… no son dignos.
Dios caminó hasta aquel hogar celestial. Entró a su salón, donde todo estaba bellamente acomodado.
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Soy Dios. Creador y destructor. Escucho tus oraciones como quien ama a sus hijos sin miedo. No soy sólo perfección. Cometo errores. Pero soy Dios. Debo esconder lo que no me hace perfecto. Tal vez por eso me aterraba el amor de Lucifer. Él era un ser perfecto, creado para amar de la forma más sincera. Y yo… yo fui el elegido para recibir ese amor.
Tal vez por eso decidí esconderme y negar todo lo que mi amado Lucifer quería darme. No era odio. Era amor disfrazado de pecado.
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—Dios —habló Lucifer al entrar al salón—. Quiero hablar.
—¡Lucifer! —Se acercó a él y sus manos fueron a las mejillas del ángel. Estaba ocultando el dolor que sentía. Tenía miedo, y eso no era normal en Él. Fue acariciado y suspiró para sí mismo.
—Yo…
Fue interrumpido por los ojos tan profundos y tristes de Dios. No sabía que podía ser la última vez que miraba los ojos brillantes de Lucifer. Como rubíes. Puros, pasionales, amorosos… amándolo.
—Amar no es digno de lo celestial —declaró Dios, aunque podía verse su amargura en la mirada.
—Dios —habló Lucifer, con dolor.
—Incluso si mi corazón está latiendo por ti —afirmó, aunque no sabía si tenía corazón. Sólo sabía que le dolía el pecho.
—Dios —habló nuevamente, apartando un cabello rubio de su rostro mientras se acercaba peligrosamente—. Si esto es verdad, tú y yo somos uno para el otro. Me creaste completamente perfecto para ti.
Trató de besarlo. A unos centímetros, Dios se apartó y jadeó, un poco desorientado.
—¡Lucifer! —subió su voz, mientras sus ojos mostraban dolor—. ¡Por tu insolencia, te destierro a los infiernos, donde pasarás el resto de la eternidad!
La mirada de Lucifer se volvió pesada, mientras sus cabellos blancos pasaban a un negro azabache, y sus ojos brillaban con dolor y rencor.
—¿Me destierras? ¿Me traicionas sólo por sentir esto? ¡Tú me creaste! ¡Soy imperfecto porque tú así me creaste! ¡Estás temblando de miedo! ¡Voy a destrozar todo lo que tú me has dado!
El cielo se abrió y jaló a Lucifer, haciendo que sus alas blancas y perfectas se volvieran negras. Las puntas se desgarraron, y de esas alas salió un olor a azufre. El destino de Lucifer fue sellado.
—Te llamarán Diablo, y estarás en el infierno por la eternidad —su voz, serena y poderosa, ocultaba su dolor.
—¡Dios! ¡Te aseguro que te arrepentirás de esto!