Elizabeth escribía mientras sus manos temblaban. Estaba a punto de romperse, de volver a llorar. Gilbert, firme a su lado, observaba cada uno de sus movimientos.
—Todo está bien, señorita Elizabeth. Lucifer ya ha arreglado esto.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —la voz de Elizabeth, aunque aún firme, amenazaba con quebrarse.
—Lo sé. Conozco a mi señor.
—Elizabeth —habló una voz fiera al entrar en la oficina.
—¡Lucifer! —exclamó ella, levantándose de golpe y corriendo a sus brazos—. ¡Estás aquí! ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Marie?
Lucifer la abrazó, cubriendo sus miedos con los suyos. Al hacerlo, ella sintió cómo su corazón comenzaba a calmarse. En cambio, Gilbert sintió su pecho oprimirse, como si ya no le perteneciera.
—Fue enviada a tu casa. Ya debe estar ahí. Le pedí a uno de mis criados que la cuidara y la mantuviera a salvo.
Ella se aferró aún más a él, sus brazos casi fundidos con los suyos.
—Gracias. Ahora... —suspiró—. ¿Qué haré con ella?
—Estuve viendo eso —dijo Lucifer, separándola un poco y moviendo un mechón de su cabello con tanta delicadeza que pareció una brisa—. Hay un instituto que no está bajo el resguardo de Tanrı... pero está regido por demonios.
—No —respondió firme Elizabeth—. No quiero que Marie esté vinculada con esto. ¡Es un tormento! —gritó exaltada—. ¡Tengo que lidiar con un Dios más cruel que el que predican en la iglesia, y con un Diablo que me confunde!
—Si Marie está en ese lugar, yo podría cuidarla. Nadie la tocará. En ese instituto están niños que fueron promesas de demonio.
"¿Promesas?" pensó Elizabeth. ¿Era una forma dulce de llamar a los tratos donde los niños estaban involucrados?
—No —aclaró Lucifer, mientras Gilbert salía de la oficina—. Promesas y ofrendas no son lo mismo. Una ofrenda es un niño entregado contra su voluntad, sin saber por qué. Una promesa es diferente: al niño se le explica, y tiene la libertad de elegir servir a un demonio. Un demonio sofisticado —un ángel caído, un guardián del infierno verdadero— solo acepta promesas. Las ratas que aceptan ofrendas y sacrificios... son lo peor. Incluso en el infierno.
—¿Marie será tomada como promesa? —preguntó ella, temerosa—. Ella es...
—No —interrumpió él nuevamente—. Marie será educada como la princesa del infierno... porque tú serás la reina.
—Eso suena a que yo soy la promesa. Y no es así.
—Elizabeth —susurró mientras acariciaba su cintura—. Eres mi más grande anhelo —tomó su barbilla con firmeza, obligándola a mirarlo—. Si no fueras importante... ¿por qué estaría yo aquí, trabajando como un secretario?
—Lucifer... —se perdió en la intensidad de esos ojos de rubí. Se acercó temblando, poniéndose de puntas para alcanzar sus labios. Lucifer sonrió antes de corresponder al beso. Fue un beso cálido, como si algo estallara entre sus pechos.
Entonces, Víctor abrió la puerta. Elizabeth reaccionó y empujó a Lucifer, quien lo miró con odio.
—La señorita Elizabeth está por salir —dijo Lucifer, con tono de dueño, mientras Elizabeth se arreglaba el maquillaje discretamente.
—Elizabeth —llamó Víctor con voz firme—. Vamos, la reunión está por comenzar.
—Señorita Elizabeth —insistió—. Me prometió una cena. Preparé el mejor restaurante.
—Lo siento... —respondió ella con el rostro entristecido—. Iré a mi cena con Lucifer.
Lucifer se sintió triunfante. Sonrió mostrando los colmillos.
—Elizabeth —replicó Víctor—, hablamos sobre este tipo.
—¡Basta, Víctor! —alzando la voz—. Prefiero a Lucifer. Él está haciendo algo que tú no... ¡no juzgar!
Tomó violentamente la mano de Lucifer y caminó hacia la puerta, pasando junto a Víctor, quien la sujetó del brazo.
—Elizabeth —la jaló, haciendo que soltara a Lucifer.
—¡Oye! —gritó ella, pero antes de reaccionar, Víctor tomó su rostro e intentó besarla.
—¡Alto! —la voz de Lucifer resonó como un trueno. Lo abrazó por la cintura y lo apartó. Lucifer se volvió gigante, ¿más de dos metros acaso? Víctor se paralizó, temblando. Lo que había hecho no solo era un intento, era un pecado frente al Diablo mismo.
—¡Elizabeth es mía! —bramó Lucifer, con ella entre sus brazos, tan pequeña ante su poder—. ¡No puedes tocar lo que no es tuyo!
La atmósfera se volvió tan densa que costaba respirar. Víctor sudaba y temblaba sin poder moverse.
—Lucifer —dijo Elizabeth, en voz baja—. Vamos a nuestra cena.
Lucifer la miró, su rostro aún cubierto por su cabello.
—Llévame lejos de aquí —susurró.
Víctor lo entendió. No era solo Lucifer... Elizabeth estaba enamorada. Y lo arruinó.
Lucifer volvió a su forma humana, sonrió y ayudó a Elizabeth. Gilbert llegó a la puerta y la sostuvo con cuidado.
—Víctor —dijo Lucifer con una voz más grave que nunca—. No solo llevo el nombre de quien llamas "Diablo"... —se acercó—. Yo soy el Diablo.
La sonrisa de Lucifer se torció, y su rostro se deformó. Víctor comenzó a convulsionar del miedo.
—La... la sangre de Cristo tiene...
Lucifer le tapó la boca sin perder esa sonrisa retorcida.
—Elizabeth es mía. Mi futura reina. No puedes tocar lo que ya he marcado: su cuerpo, su alma, su mente. Toda su existencia nació para mí. ¡No vuelvas a tocarla! —rugió con furia.
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Mientras tanto, Gilbert conducía a Elizabeth hacia el auto.
—Mi señora —susurró.
—Estoy bien —respondió temblando.
—Nuestro señor pondrá todo bajo control —acarició su cabello y limpió sus lágrimas.
—Gracias, Gilbert.
—No, mi señora. Usted es lo más importante para mí. Fue mi error no protegerla.
—Lucifer estaba ahí. Él siempre me protege.
—Pero también era mi responsabilidad.
—Gilbert... —suspiró—. Eres un gran amigo. Siempre estás cuando te necesito. Desde que te conocí, en estos meses con ustedes... no me he sentido sola.
Le tomó la mano. Gilbert sintió que su corazón explotaba... Espera, ¿Gilbert tenía corazón?