—Su Majestad...
Aquellos tacones llamaban la atención.
—¿Qué hizo con Leviatán?
Se detuvo. Sus finas facciones representaban lo hermoso. ¿Acaso de verdad eran demonios si su belleza solo estaba por debajo de la que poseía Lucifer? Su piel blanca brillaba con un dorado que resaltaba cada centímetro. Sus ojos, de color lila, parecían tener dos tonos; en ciertos momentos, ambos relucían al mismo tiempo. Su cabello largo, casi platinado, caía hasta media espalda. Y esos labios, azules, parecían ahogados en frío. Era hermoso. Y se veía joven.
—Fue enviado a reencarnar en la Tierra, como humano. ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno... es obvio. Fue por no estar de acuerdo con Elizabeth. Esa mujer que Dios le preparó.
—Astaroth, yo no soy como ustedes. Nunca hice algo que realmente me condenara al infierno. Y aun así, estoy aquí, siendo el Rey.
—¿Satán está cambiando por una mujer? —dijo otro, acercándose junto a Astaroth.
Era un hombre hermoso. Cejas pequeñas, pestañas largas, piel blanca como el mármol. Su cabello y ojos dorados resplandecían. Su aura oscura contrastaba con su brillo. Vestía como si fuera a una gala.
—Belial... ¿Ahora estarán en mi contra? ¿Un levantamiento?
—Jamás me atrevería —afirmó Astaroth—. Mi única dicha es servirle.
—Bien. Debo volver al Medio.
Y desapareció.
Belial caminó, marchitando las flores del jardín.
—Sabes que eso molestará a Satán. Eres igual a Leviatán. No pueden entender que atacar desde la lealtad es mejor —suspiró.
—¿Sientes eso? —miró hacia arriba, con una sonrisa torcida—. Él está ahí.
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Elizabeth salió de la habitación. El vestido rojo corto resaltaba su figura: era como un volcán a punto de erupción. Lucifer la miró, y una sonrisa se formó en su rostro.
—Oh, querida Elizabeth —canturreó—. Como una reina. Siempre.
Su cabello, recogido en una coleta alta, dejaba ver sus ojos maquillados en tonos neutros. Los labios, protagonistas, brillaban con un gloss cereza. “Ganas de morderlos y hacer un nudo con su lengua”, pensaba Lucifer, recorriéndola con la mirada.
—Lucifer —lo llamó, haciéndolo volver de sus pensamientos.
Ella lo examinó de pies a cabeza. El traje elegante en tonos negros realzaba su belleza y lo volvía aún más imponente.
—¿Nos vamos? —preguntó Lucifer, ofreciéndole el brazo.
Gilbert, al otro lado de la sala, la observaba. Cada movimiento de Elizabeth era una danza elegante y suave. ¿Cómo él, Gilbert, podía sentir dolor y peso en el pecho? ¿Acaso tenía un corazón? No lo sabía. Pero cada vez que lo pensaba, el pecho le ardía y la cabeza comenzaba a doler.
Elizabeth tomó el brazo del azabache y ambos caminaron hacia la puerta, listos para su velada.
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—Astaroth —una voz vibrante llamó su atención—. ¿Otra vez pensando en la rebelión contra Satán?
—Belcebú —jadeó Belial, mientras Astaroth sonreía.
—¿Acaso el gran príncipe Belcebú no lo hace? —respondió Astaroth, con burla.
—Lo hago —afirmó el de piel ceniza—. Pero desde el silencio. Planeo. Y luego ataco. ¿No lo notan? Ahora Leviatán está ahí arriba... con su poder demoníaco sellado.
Sus ojos negros eran abismos. Si los mirabas con detenimiento, descubrías que eran miles de iris diminutas. Un zumbido frustrante emanaba de ellos.
—Eso fue problema de Leviatán. Pero... ¿lo sienten, verdad? —preguntó el de ojos dorados.
—Leviatán encontró una forma de llamarnos.
—No se desesperen. Si Satán pierde el trono, el infierno será mío.
Así que esperemos.
Será más divertido quitarle a esa mujer cuando ya no haya vuelta atrás.
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El auto se detuvo frente a un restaurante brillante, de gran puerta. Lucifer salió y ayudó a la mujer a bajar. La pareja perfecta, pensaban algunos. La belleza de uno combinaba con la del otro.
Un mesero los guió hasta su mesa.
—Mi nombre es Caleb, seré su mesero esta noche. No duden en pedirme lo que quieran —dijo, cortés.
Elizabeth tomó asiento con ayuda de Lucifer, y él se sentó frente a ella.
—Primero —habló Lucifer, con voz fuerte y territorial—, una botella de vino de la mejor calidad.
—Este —dijo, señalando uno en la carta rápidamente.
—En un momento —respondió el mesero, retirándose.
Elizabeth sonrió, con amabilidad y curiosidad.
—Este restaurante es hermoso.
—Pensé que te haría bien un lugar tranquilo —dijo Lucifer.
—Después de todo lo que pasó hoy... —suspiró con resignación—, la verdad es que lo necesitaba.- Su corazón se sentía cansado, su mente aún revuelta por los recuerdos. —Quisiera no tener que volver a casa.
—No tienes que hacerlo —dijo él, con una sonrisa coqueta—. Hay un gran hotel cerca.
—Olvídalo —las mejillas de Elizabeth se tornaron rojas. Bajó la voz cuanto pudo—. Aún quiero seguir virgen.
Suspiró, mirando a otro lado. Lucifer soltó una risa divertida.
—No haré nada~. Debes ser virgen para mí~. Si pierdes tu pureza antes de decidir ser mi reina, ya no habrá vuelta atrás. No podremos estar juntos.
El estómago de Elizabeth se volvió hueco y ardiente. Sintió un dolor.
—Entonces... no puedes tocarme. Hasta que nos “casemos” —sonrió ella.
—Técnicamente —respondió él, con frialdad.
Ambos rieron al mismo tiempo que llegaba el vino.
—Ya vengo —dijo ella, con su voz seductora—. Voy al tocador.
Se levantó y caminó rápidamente al baño. Casi estaba allí cuando su hombro chocó con otro.
—Discúlpame —dijo una voz masculina—. No te vi, estaba distraído.
Ella lo miró. Ojos azules. Cabello rubio. Los conocía... pero no le prestó atención.
—No es nada. También fue mi culpa.
Siguió su camino, mientras aquel hombre la observaba con fascinación.
Ya en el baño, el estómago de Elizabeth estaba revuelto. Se sentía aprisionada y no entendía por qué.
Suspiró frente al espejo y regresó a la mesa. Lucifer había pedido su platillo favorito.