Elizabeth y Lucifer llegaron a casa. Ella se notaba cansada y frustrada; estaba enojada, y sus pisadas fuertes, junto con la forma en que apretaba la mandíbula, lo dejaban claro.
—Señorita Elizabeth —habló Gilbert al verla—. Qué bueno que está de regreso; parece que sí entró la pequeña Marie.
—No pude despedirme de ella —Elizabeth se arrojó a los brazos de su amigo. Con un tono protector, sin importar que Lucifer estuviera ahí, él la abrazó con fuerza.
—Tranquila, señorita. Sé que Marie estará a salvo ahí, y cuando pueda verla, estará feliz de hacerlo —acarició su cabeza, sonriendo. Sus ojos verdes brillaban con ese extraño sentimiento que nunca se atrevía a nombrar.
—Basta —proclamó Lucifer, viéndolos abrazados—. Debes respetar a tu rey, Gilbert, y serás castigado por esto.
—¡Estoy harta! —bufó Elizabeth, con dolor y enojo. Su mente estaba agotada—. ¡No puedes decidir lo que haré!
—¡Claro que puedo! —su voz fue tan grave que incluso Gilbert tembló, pero Elizabeth no se inmutó—. ¡Soy yo, Lucifer! —se acercó de la forma más peligrosa posible—. ¡Gobernante de los infiernos y rey de los demonios! ¡No hay nadie sobre mí! —la tomó del brazo y la apartó bruscamente de Gilbert. Este tragó saliva, intentando estirar la mano hacia ella, pero sabía que Lucifer podría ponerse aún peor—. ¡Puedo destruir tu alma solo por gusto! —los rubíes de Lucifer se encontraron con las avellanas desafiantes de Elizabeth, como si libraran una guerra silenciosa que él estaba dispuesto a ganar—. ¡Eres mía!
Elizabeth tembló, pero se zafó con un rápido movimiento.
—¡Yo no soy de nadie! —lo empujó—. ¡Soy libre! Tengo derecho y fuerza para elegir mi destino. ¡Estoy harta de ti, Lucifer! —caminó hacia el pelirrojo, que estaba detrás de ella. Gilbert la miró, y nuevamente esas piedras verdes se encontraron con las suyas. Cuando llegó hasta él, tomó su mano—. No tocarás a Gilbert, y me aseguraré de eso. Porque si lo haces, mi infierno no será nada comparado con el que vives. Ahora, Lucifer, te mostraré el verdadero dolor.
Tomó la camisa de Gilbert y, con toda la fuerza que pudo reunir, lo besó. Invadió su boca sin miedo. El pelirrojo, confundido, dudó en moverse, pero el sentimiento ganó. Correspondió el beso, y sus manos tomaron las de ella. El sabor de sus bocas se mezcló, y en ese instante él comprendió algo: todo el dolor que sentía al verla con Lucifer no era más que una ilusión. Sentía amor por esa mujer. Nunca había sabido lo que era el amor, pero esa necesidad ardiente debía serlo.
Lucifer comenzó a hervir de ira. Tomó el cabello de Elizabeth con fuerza, separándola de Gilbert. El pelirrojo tembló al verlo acercarse, y recibió un puñetazo tan fuerte que se escuchó crujir. Lucifer gritó, desesperado, como si el dolor fuera suyo, y volvió a tomar el cabello de Elizabeth para besarla. No pudo; sintió asco… y desapareció.
Gilbert quedó en el suelo, con el labio partido y el ojo izquierdo enrojecido.
—Gilbert… —Elizabeth tenía los ojos llenos de lágrimas y dolor. Estaba herida física y mentalmente—. ¿Estás bien? ¡Oh, maldición, mira eso! —tocó su labio y luego el ojo—. Voy a limpiarte.
Él tomó su mano con suavidad. Ese contacto, tan diferente al de Lucifer, la hizo estremecer.
—Elizabeth… —su voz, suave y dulce, llenó la sala—. ¿Qué fue eso?
Ella suspiró.
—Amor, Gilbert. Perdóname… Sé lo que siento por Lucifer, aunque preferiría no sentirlo. Pero mira esto —tomó su mano y la llevó a su pecho, para que sintiera su corazón—. Esto es por ti, no por él.
—Sabes que no sé lo que es el amor.
—Puedo mostrártelo —temblorosa, volvió a besarlo. Esta vez fue un beso tranquilo, lleno de cariño, tan distinto a la pasión dominante de Lucifer.
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Lucifer lanzó contra la pared un jarrón caro, y después una estatua.
—¿Cómo pasó esto? —bufó.
—Bueno… —Astaroth entró en la habitación—, te dije que Gilbert podría arruinarlo.
—Nuevamente tú…
—Déjame devolverle sus recuerdos.
—¡Olvídalo! Casi me traiciona por eso.
—Así se alejará de Elizabeth.
—Astaroth… —arrastró las palabras—. ¿Debería confiar en ti? Te he visto muy cerca de Belcebú.
—Él también es mi hermano y tu príncipe, pero soy leal a ti.
—Si Gilbert recupera sus recuerdos, tú serás el más beneficiado.
—No haré nada contra Gilbert, lo prometo.
—Ahora que lo pienso… debí escuchar a Leviatán. Matar ese amor no me haría débil.
—Satán, si haces eso, no recuperarás ese sentimiento.
—¡Me tiene atado a Dios! Por más que intente olvidar ese amor, siempre vuelve. Está encarnado en mí como una daga… —se quejó—, ¡una maldita daga que me tortura! —arrojó otro jarrón, esta vez contra un cuadro que Astaroth solía mirar.
—¡No! —gritó, interponiéndose. El jarrón dio contra él, pero no se inmutó—. ¿Realmente te quemarías por salvar ese recuerdo?
—Prometiste tenerlo siempre intacto, Satán. Sé que no rompes tus promesas. Daría mi vida para mantenerlo a salvo.
—Astaroth, llévate este cuadro a tu torre. Si se queda aquí, lo destruiré.
—Pertenece a tu castillo. Debe estar aquí, y no lo destruirás solo porque crees ser débil. ¡¿No lo ves?! Gilbert está ganando terreno mientras tú discutes con un cuadro. Lucifer… —ese nombre, dicho en el infierno, quemaba—. Aún amas a Dios. No hay negación que valga, aunque hayas sellado ese sentimiento.
—¡Aún hay una chispa! —confesó con dolor—. Me quema y me hace temblar cuando estoy con él. —Se dejó caer en el trono, exhausto.
—También amas a Elizabeth, pero tu amor puro está sellado. Solo queda el amor pasional, cruel, dominante… el que la lastima.
Lucifer suspiró, abrumado incluso por su propia fuerza.
—Prepáralo —golpeó el suelo, haciéndolo retumbar—. Prepara a Gilbert y devuélvele los recuerdos.
Los ojos de Astaroth brillaron; el violeta se volvió intenso.
—Como el rey ordene —se inclinó y desapareció.
Lucifer sonrió con un nudo en la garganta y suspiró con melancolía.
—Dios…
—Mi querido Lufer, siempre estaré para ti.
Sus recuerdos lo atormentaron, y se levantó con molestia. Podría iniciar una guerra en ese instante, solo por odio.