La Boda Del Diablo

CAPITULO 17: ELIZABETH REY, LOS RESTOS DE LA INFANCIA

Recuerdo a Jeneth tararear canciones desde el baño, como si pudiera tapar con su voz el sonido de sus vómitos.

Algo no estaba bien, pero yo era una niña y no entendía qué pasaba.

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-Yo me iré -me susurró Jeneth aquella noche helada-. ¿Quieres venir conmigo?

Me sorprendí y solté un suspiro.
-Sabes que lo van a descubrir -murmuré con la mirada clavada en el suelo-. No es buena idea.

-Lilibeth... -su voz sonaba rota, cansada-. Estoy mal. -Respiró hondo-. Creo que... puedo estar embarazada.

Sentí un vacío en el estómago. No quise mirarla.

-Lilibeth -insistió.

-No -le contesté casi de golpe-. Estás diciendo tonterías. No puedes estar embarazada, eso les pasa a las mujeres grandes, no a ti.

-Escúchame -repitió con calma, aunque le temblaba la voz-.
-Estar embarazada es un pecado. Eso dice la hermana Carlota: solo los esposos tienen hijos.

-Elizabeth -me cortó de golpe, más fuerte, con un tono que imponía-. Yo lo amo. -No entendí a quién se refería, pero hablaba en serio-. Por él me voy a ir de aquí. Seremos felices. Vente conmigo.

-Jeneth... -le dije con un nudo en la garganta-. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?

-Mamá y papá querían que estuviéramos juntas.

No supe qué decir. Sentí que me hundía. Al final suspiré.

-Entonces vamos. Si es un embarazo... nos iremos.

-Gracias, Lilibeth. -Me abrazó con fuerza, con los ojos brillantes.

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Ahora que lo pienso, tal vez fui demasiado débil con Jeneth. Pero era lo único que tenía.
Solo mi hermana.
Y alejarme de ella era peor que cualquier pecado.

Aunque, de saber lo que estoy me trairia hubiera luchado por qué.. todo cambiará...

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El hospital apestaba a cloro, a algo que quemaba en la nariz. Había mucha gente esperando, algunos con caras cansadas, otros con niños llorando. Yo solo miraba el piso, tratando de no pensar. Jeneth me apretaba el brazo, temblaba, pero no decía nada.

Cuando por fin la llamaron, entramos a un cuarto blanco. El doctor ni siquiera nos miró, solo hojeaba papeles.

-Está embarazada -dijo como si no fuera nada. Yo sentí un nudo en la panza. Jeneth me apretó más la mano.

El doctor pasó otra hoja.
-Tiene una cardiopatía congénita grave. El embarazo lo empeora. Su corazón no resistirá.

Yo no entendí todas esas palabras. Solo escuché "no resistirá".

Jeneth preguntó, bajito:
-¿Qué significa?

-Que no sobrevivirá al embarazo -respondió el médico, sin mirarnos.

Dijo después que "lo mejor" era interrumpirlo, que si no, ella moriría. Lo dijo como si hablara del clima, sin pausa, sin cuidado.

Jeneth no lloró. Solo bajó la cabeza y respiró fuerte, como si le costara. Yo quería gritar, pero la voz no me salía.

El doctor cerró la carpeta y dijo:
-Eso es todo. Siguiente.

Y nos echaron. Así. Como si fuéramos nada.

Yo me quedé con esas palabras en la cabeza, repitiéndose una y otra vez: no sobrevivirá.

Salir del edificio fue aún peor, los pasos lentos de Jeneth estaban aturdiendo los míos, no sabía que debía hacer, mi hermana estaba embarazada y enferma, ¿porque me pasaba esto? ¿Porque le pasaba esto a la dulce de mi hermana, tan amorosa y amable, porque era Jeneth quien lloraba en silencio ahora?

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Llegamos a un cuarto más pequeño que el que teníamos en el orfanato. Estaba sucio y olía a humedad. Las paredes tenían marcas de moho a la altura de mis hombros, y la "cama" no era más que un colchón viejo con una sábana mal puesta.

-¿Qué es esto, Jeneth? -pregunté. Traté de disfrazar mi disgusto, pero mi cara me delató. El rostro de mi hermana se encendió de rojo, y se giró hacia la ventana mugrienta para no verme.

-Él... no puede pagarnos más -susurró-. El bebé necesitará mucho, y me dijo que podíamos hacer de esta habitación nuestro hogar.

-Este lugar apesta -escupí.

-Lilibeth -me miró con dolor-. Es lo mejor para el bebé.

-No debes tenerlo -dije sin piedad. Sabía que sonaba cruel, pero no quería perderla.

-No digas eso. Yo... y su padre queremos a este bebé.

-¿Y cuándo lo voy a conocer? -la interrumpí con voz firme, intentando sonar mayor de lo que era-. Ni siquiera sé su nombre.

Jeneth bajó la mirada.
-Dice que es mejor que lo conozcas cuando el bebé nazca.

-No habrá ningún bebé -mi voz salió rota, pero fuerte.

-Lilibeth -me respondió con dulzura, como si yo fuera la niña-. Si es una niña, se llamará como su tía.

No quería escuchar más. Golpeé la puerta con tanta fuerza que la madera se resquebrajó.

-Olvídalo, Jeneth. ¡Si no te deshaces de esa cosa... olvídate de mí!

Y cerré la puerta de golpe.

Tenía once años y el corazón hecho pedazos. Esa noche me fui a un refugio... y también las siguientes sesenta.
Jeneth nunca me buscó.

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Cuando salí de ese lugar estaba a punto de cumplir doce años. Corrí sin parar. Querían llevarme de nuevo a un orfanato, pero en lugar de eso volví a esa habitación sucia donde vivía mi hermana.

La encontré allí. Su piel estaba blanca, sus ojos hundidos, las manos temblando. Cuando me vio, sus ojos se abrieron y me abrazó con fuerza… aunque apenas lo sentí. Su debilidad estaba en esas manos delgadas. Su vientre estaba abultado, no demasiado, pero el color de sus mejillas se había ido y su cabello se veía más fino, como si se estuviera cayendo.

—Jeneth… —susurré al verla. Un rayo de dolor me atravesó el pecho. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.




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