La Boda Del Diablo

CAPITULO 23: LOS SUEÑOS DE ELIZABETH

Su respiración era tan tranquila...
Las máquinas seguían su ritmo, ajenas a lo que pasaba en su mente, ajenas a cómo sus sueños jugaban con ella, ajenas a cómo su vida pasaba frente a sus ojos.

Todo era blanco.
Las escaleras habían desaparecido, y ella estaba sola.

-Lilibeth... -la voz tranquila llamó su atención. Entonces pudo verla: sus ojos brillantes, sus labios curvados en una hermosa sonrisa, su cuerpo sereno y sus manos adorables- Mi adorable Lilibeth.

-Así solía llamarme mi hermana -dijo con pesar.

-Lo sé -respondió la voz cantora que resonaba en su corazón.

-Tú eres... Jeneth -dijo con duda y miedo- ¿Verdad?

La joven asintió lentamente, sin dejar de sonreír.

-Creí que no lo supondrías nunca -rió suavemente- Te he extrañado, hermana.

Elizabeth se quedó helada. En un destello, recordó el día en que su hermana murió.

-¡Jeneth! -chilló ella- Perdóname... Perdí a Noel.

-Él está bien. Aún vive y es amado -dijo la otra, tomando su mano- Sé que hiciste todo para proteger a mi hijo, pero eras solo una niña. Perdóname por poner esa carga sobre ti... y gracias por cuidar de Melody.

-Yo quería ser como tú -se aferró a sus manos con fuerza.

-Pero, Lily, no puedes. Tú eres la promesa de Dios... yo soy el sacrificio. No debiste aprender eso. Sé que, sobre todo, tú, mi hermosa hermana, aún tienes brillo en tu interior. Verás a Noel cuando sea el momento adecuado, aunque su nombre ya no es Noel.

-¿Cuál es su nombre? -preguntó Elizabeth en voz baja.

La sonrisa de Jeneth no se borró; por el contrario, sus ojos brillaron con ternura.

-Aún es pronto, Lilibeth. Pero cuando lo veas... sabrás que es él.

-¿Por qué me dejaste? -la miró con debilidad, casi con dolor.

-Creo que eso era lo que Dios quería... Él es tan sabio.

-Lo es -susurró con tristeza. En su memoria distorsionada, jamás había perdido su fe- Pero estaba dispuesta a todo por ti.

-Mi niña... -la abrazó y sonrió- Mi hermana amada, escúchame bien.

-¿Cómo podré disculparme por haberte abandonado primero? -Elizabeth se frotó los ojos con fuerza, tratando de secar las lágrimas que aún no caían, pero se acumulaban con dolor.

-No, jamás he querido que me pidas perdón -acarició su cabello con dulzura- Soy yo quien te pide perdón. Debes seguir adelante sin miedo. Y cuando abras los ojos... mira al frente, sin temor.

Elizabeth cerró los ojos y sintió cómo el calor y el olor de su hermana se desvanecían, dejando en su lugar un frío profundo.
Entonces entendió una cosa: Jeneth, por fin, estaba en paz.

Abrió los ojos.
Estaba sola otra vez. Miró a los lados, respiró hondo... y comenzó a caminar de nuevo.

Caminó por largo rato, hasta que escuchó un tintineo cruel.

-Melody... -susurró.

-Jamás puedo engañarte, ¿verdad?

-¿Qué haces aquí?

-Ely, estaba lista para volver por Marie... y llevarla a vivir conmigo.

Una punzada le atravesó la cabeza. En su memoria distorsionada, Marie había quedado huérfana de bebé cuando Melody se suicidó.

-Busca dentro de ti -dijo la joven con voz suave- La realidad de lo que pasó. No solo fui yo... Yo amé a Marie.

La punzada volvió, más fuerte, y como un golpe, recordó la verdad.

-¿Por qué lo olvidé? -la miró con angustia- Melody... Marie te extrañaba demasiado.

-Yo también las extrañaba. Por eso quería volver a vivir juntas, las tres... pero Dios tenía otros planes.

-Nuevamente Dios.

-Es el guía de todo.

-Me ha hecho sufrir. Te ha quitado a ti. A mi hermana...

-Basta -Melody habló con calma profunda- No culpes a Dios por todo. Busca dentro de ti. Encontrarás la verdad.

Elizabeth guardó silencio un largo rato. Luego, con una sonrisa suplicante, murmuró:

-¿Puedes perdonarme?

-No tienes que pedirme perdón. Eres casi mi hermana... y te amo, Elizabeth. Sin importar nada.

-Melody... -se abrazó a ella y comenzó a llorar con fuerza.

-Es hora de que nos dejes ir. A todos.

-No puedo... -se aferró más.

-Sí puedes -Melody besó su frente- Cuídate, Elizabeth.

-Lo haré. Cuidaré de Marie con mi vida.

-Lo sé. Dile que la amo.

Y como un susurro, desapareció.

Elizabeth no se movió. No avanzó. Perdió la fuerza en las piernas y cayó de rodillas, consumida por el dolor.

---

-¿Por qué? -bramó Lucifer con molestia- ¿Qué es lo que hace que aún no te des por vencido con Elizabeth?

-Lufer... -Dios se acercó a él y tomó sus manos- No pienses mal. No lo hago por odio. Ni porque me aferre. Tú y Aminta deben estar juntos porque así debe ser.

La forma en que hablaba no calmó a Lucifer; al contrario, lo hizo morderse el labio y apretar los puños.

-Esto no es normal. ¿Por qué te empeñas?

-¡Porque Elizabeth solo pudo seguir sin su memoria! ¡Porque te amé! ¡Porque ella es la reencarnación de mi propio amor por ti! ¡Porque no puedo permitir que ese amor no sea tuyo! ¿No has visto a Nathaniel? Es como tú... ¡Es tú si alguna vez hubieras sido joven!

-Pero ella es libre -interrumpió Lucifer- Dijiste que era libre de aceptar su destino. Lo sé -se acercó a Dios de forma amenazante- Es porque aún me amas.

Dios se mordió el labio y bajó la mirada. Abrió la boca apenas, como si le costara respirar.

-Sí -soltó en un susurro.

-¿Sí qué? -exigió Lucifer- Una sílaba no responde nada.

-¡Te amé! Es verdad. Pero ese amor ya no me pertenece. Me lo arranqué... y lo reencarné en Elizabeth.

-¿Qué? -la voz de Lucifer se quebró en furia- ¿Qué demonios estás diciendo?




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