La Boda Del Diablo

CAPITULO 25: LA ESTRELLA MAS BRILLANTE DE BELIAL

Se dice que la eternidad es más cruel cuando estás solo.

Belial caminaba por los pasillos del castillo, sus pasos resonando como ecos viejos entre las paredes ennegrecidas. Sus ojos, casi sin quererlo, se desviaban hacia los cuadros distorsionados que colgaban a cada lado: fragmentos rotos de la historia de los príncipes y del rey, recuerdos que parecían retorcerse para evitar ser vistos.

De pronto, se detuvo.

Frente a él, un lienzo cubierto de ceniza y polvo. Algo en su pecho se tensó, como si el aire se volviera pesado. Belial alzó la mano y, lentamente, pasó los dedos por la placa dorada. El nombre apareció bajo la suciedad, claro como un golpe.

"Evangeline"
"Príncipe Belial"

Una punzada le atravesó el pecho. Una sonrisa amarga, casi rota, curvó sus labios.

-Qué ironía... -murmuró.

Inspiró hondo. Su mano tembló apenas cuando la alzó frente al retrato, reuniendo en su palma un fragmento de su antigua gracia, esa chispa que aún quedaba oculta bajo siglos de rencor.

Chasqueó los dedos.

La ceniza cayó al suelo como un suspiro viejo. El retrato comenzó a recomponerse frente a él, como si la pintura despertara de un sueño impuesto. Los trazos se acomodaron, las líneas se ordenaron... y poco a poco, la imagen apareció:

Evangeline sonriendo con esa luz que el cielo no pudo destruir.
Él mismo, a su lado, con alas blancas y ojos llenos de algo que ya no sabía si podía sentir.

Belial tragó saliva.
El peso de aquel recuerdo cayó sobre él como una sentencia.

-Mi caída empezó contigo -susurró, aunque sabía que ella no podía escucharlo-. Y aun así... no me arrepiento.

Su voz se quebró apenas, inaudible para cualquiera excepto para los muros del infierno.

Alzó la mano una vez más para tocar el rostro pintado de Evangeline, pero se detuvo a medio camino. Retiró los dedos, temblorosos.

Porque incluso un demonio sabía cuándo un recuerdo podía quemar más que el fuego eterno.
Bajó la mano, y el retrato volvió a convertirse en lo que era: una mancha sin forma, devorada por la ceniza.
Belial se alejó sin mirar atrás... pero con el corazón arrastrado, como si cada paso fuera un recordatorio de lo que ya no podía recuperar.

Se dice que el dolor más grande no es herirte...
Es que te hieran.
Y quizá es aún peor cuando lo que más duele proviene justamente de quien más confianza tenías.

Mi nombre es Amatsiel.
¿El significado? "El que porta el valor divino".
Una ironía, supongo, considerando que lo único que he portado desde entonces es silencio... y pérdida.

Has escuchado la historia de Lucifer.
También la de Asther.
Y ahora... ¿vas a seguir con la mía?

Te advierto algo desde el inicio:
en mi historia no existe un posible final feliz.

Satan tiene a Elizabeth.
Asther tiene a Gilbert... que, aún es Milo.
Ellos, al menos, tienen a alguien a quien aferrarse, alguien que los jale de vuelta a la luz o a la oscuridad, pero a alguien.

En cambio yo...

Para mí, Evangeline...

Ella murió.

No.

Ella desapareció.

Sin más.
Sin una señal.
Sin una explicación.
Sin futuro.

El eco de su nombre todavía me persigue.
Y aunque la eternidad es larga, créeme... hay ausencias que pesan como si fueran eternas.

---

Nací muy pronto, cuando el Reino Celestial aún era joven.
Dios me creó en la época en la que todavía era sabio, cuando conversaba con Lucifer como si fueran uno solo, cuando la vida era apenas un concepto recién moldeado entre sus manos.

Me convertí en el encargado de los ángeles recién nacidos...
y aprendiz directo de los arcángeles.
El arte de enseñar y aprender era lo más sagrado para nosotros.

Hasta que escuché esa risa.

Una risa ligera, brillante, como si la primera chispa del amanecer hubiera tomado forma.
Una joven ángel caminaba junto a un arcángel que la guiaba hacia su grupo. Su sonrisa... encantadora. Sus alas, aún nuevas, parecían hechas de luz líquida.

Me acerqué, tratando de mantener la compostura, y sonreí.

-Bienvenida. Como ángel de nuestro benevolente Dios, debes comprender la esencia del Reino Celestial -dije, intentando no perderme en esos ojos que parecían conocerme desde antes de existir.

-Amatsiel -pronunció mi nombre con una calidez que me desarmó-. Lucifer me habló de usted. Dijo que es el encargado de enseñarnos lo que significa ser ángeles.

Mi garganta se tensó.

-Tu nombre... -pregunté, esforzándome por evitar que mi voz temblara.

Ella sonrió aún más, una sonrisa tan pura que parecía crear vida a su paso.

-Evangeline.

El nombre cayó sobre mí como una bendición y una sentencia al mismo tiempo.

-Ven -le hice espacio entre los demás-. Únete al grupo.

Sentí mi corazón saltar cuando pasó a mi lado, rozando apenas mi ala con la suya. Algo en mí cambió ese día.
Y aunque entonces no lo sabía... ese cambio sería mi condena.

Evangeline dio un paso más, tan cerca que pude sentir el calor de su gracia rozar mi pecho.
Su luz temblaba, como si el cielo entero dudara con ella.

-Amatsiel... -repitió-. ¿Qué se siente amar?

Respiré profundo, inútilmente. Los ángeles no lo necesitábamos, pero en ese instante... yo sentí que sí.

-No deberías preguntarme eso -susurré.

-¿Por qué?
-Porque temo la respuesta.

Evangeline inclinó la cabeza, sus alas suaves rozaron las puntas de las mías.
Ese contacto... fue como caer y elevarse al mismo tiempo.




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