La Bruja

LA BRUJA

Imagen de Nanne Tiggelman en Pixabay

Año 1315, en una aldea del reino de Castilla.

Soy Beltrán y me desperté abrumado por la pesadilla que acababa de tener. Aún la recordaba en su totalidad y el sudor empapaba mi rostro, al rememorar la terrible experiencia.

  • ¿Te encuentras bien, hijo? –preguntó mi madre al haberla despertado.

  • Tan sólo era una pesadilla más, no te preocupes –contesté– ¡Ni siquiera me acuerdo ya de ella! –culminé como hacía para no inquietarla.

  • Debes ser más firme en tus oraciones por la noche, Beltrán. Pide a Dios que te ayude con esos terribles sueños –me sugirió– ¡Y ahora a dormir!, que mañana nos toca un duro día de trabajo en el campo –me ordenó.

  • Ya mismo, mamá. Procuraré seguir tu consejo, pese a que es algo que ya incluyó casi a diario antes de acostarme –respondí.

Era un chaval de trece años curtido por el duro trabajo en los cultivos familiares que eran nuestro sustento, no es que fuera el más guapo de la aldea. Pero no se podía decir que no impresionará, a alguna muchacha que otra, que lo disimulaba bastante bien ante sus padres. Y evitar que las castigarán por promiscuas. Mis progenitores eran unos simples agricultores, que trabajaban el terreno cedido por el rey Fernando IV para su explotación. Unas fértiles tierras que nos permitían pagar la renta y subsistir de la venta de lo que llevábamos al mercado semanal.

 

El canto del gallo nos despertaba a todos casi de inmediato, mis padres Álvaro y Leonor salieron de la cama. Y me indicaron que hiciera lo mismo, al tener ante nosotros un día con bastante trabajo. Ambos estaban por los treinta años de edad, las duras labores del campo había hecho mella en ellos, pareciendo más mayores de lo que en realidad eran.

Tras desayunar, empezamos los quehaceres que nos tocaban. Mi recoge la mesa, mientras que yo, con mi padre, salí al exterior a ayudarlo, en las tierras que cultivábamos alrededor de la pequeña casa.

  • Buenos días, ¿ya tan temprano trabajando? –preguntó el párroco en su paseo matutino al vernos.

  • Hay que ganarse el pan nuestro de cada día, ¡y además la renta no se pagará sola! –respondió Álvaro.

Mi madre salía de la casa para alimentar a los animales y saludo al hombre.

  • Buenos días, padre.

  • Lo mismo digo, hija. Os dejo que estáis muy ocupados y no deseo importunar en exceso. Adiós a ti también Beltrán, veo que estabas demasiado centrado en el trabajo para darte cuenta de mi presencia –dijo al empezar a alejarse.

Debido a lo especial de esas fechas, el trabajo se aceleró y mi madre, tras acabar con los animales, se nos sumó en las labores del campo, para terminar por la mañana con cuanto teníamos que hacer. Esa tarde, iríamos al bosque, a recoger los adornos navideños para la casa. Se convertía en una pausa festiva, que se disfrutaba entre todos los habitantes de la aldea. Pasando una agradable velada en el bosque, y culminaba después merendando.

"¿Qué voy a hacer con respecto a mi sueño premonitorio? No puedo desvelarlo, sin que se me tache de brujo, y pasar a ser sospechoso de la santa inquisición. Pensé mientras seguía trabajando con ahínco."

Entre los tres, terminamos con facilidad con todo lo había que hacer, ya fuera en el campo o dentro de la casa. Y nos dispusimos, con algunas viandas, a ir al bosque cercano a recoger los adornos navideños de ese año. Lo que debíamos buscar, era acebo y hiedra, que junto con unas velas, consiste en la habitual decoración por esos días en las casas.

 

Llegando a nuestro destino, nos encontramos con los demás habitantes de la aldea. No tardo en ver a la familia de mi sueño con su hija de mi edad. Era la chica que me gustaba del pueblo, y eso me hacía más difícil, el guardar silencio sobre el terrible sueño premonitorio.

Entre la gente, observó a una bella mujer, que enseguida parece también estar interesada en mí. Esta logró quedarse a solas conmigo, cuando todos se separaron al comenzar a buscar.

  • Has soñado con lo que voy a hacer, ¿no es así? –me preguntó– ¡Te aconsejo que no interfieras en absoluto! –me amenazó al empujarme hacia un árbol.

  • ¿Cómo sabe eso?, ¡ni siquiera a mis padres les cuento esas cosas! –respondí sorprendido.

  • Tienes los poderes de un brujo, chico. Me he percatado de ello, al momento, al igual que tú, no has podido evitar fijarte en mí, al sentirme –aclaró– Tengo mis cuentas pendientes con esa familia. ¡Y será mejor para ti no mezclarte en mi venganza! –insistió al apretarme aún más.

  • ¿Y quién eres tú?, nunca antes te he visto en la aldea –replicó a la par que intentó zafarme del agarre de la joven.

  • Puede decirse que fui alejada por conveniencia. He hecho uso de mis poderes, al obligar a mis padres a que me trajeran este año –me informó– Tan solo he regresado para vengar un agravio. Y nunca más volverás a verme en la aldea tras estas fiestas –culminó diciendo al soltarme.

  • Tampoco es que lo pudiera impedir sin delatarme a mí mismo. Solo es que su hija me gusta mucho, y en parte desearía evitar su muerte, de algún modo –respondí suplicando con la mirada.

  • Eso puede arreglarse. ¡Y tampoco le resultas indiferente del todo! –replicó la mujer– Si no interfieres, seré generosa contigo en ese aspecto. ¿Te parece un trato justo? –propuso ella después.

Lo medito un rato antes de contestar, era consciente que perdería en ambos sentidos, si decía a los demás, lo que sucedería el veinticinco de diciembre. Y, en cambio, podía salir ganando algo prometedor si colaboraba con esa bruja.

  • Hay trato, tampoco es que esa familia goce de una fama muy buena entre nosotros. Aunque mis padres, parecen no querer ser demasiado explícitos. –Respondí sin pensarlo dos veces.




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