La Bruja

4

Me desperté.
El día anterior había sido un paseo inútil por el pueblito. Caminé hasta cansarme, y sin encontrar ningún “hilo de conexión”, volví a casa de la bruja.
Cené. Charlamos un poco, y me fui a dormir.
Dormí profundamente, sin sueños, con una calma extraña.
Al despertar, no tenía ganas de levantarme. Era mi último día allí. Me quedé en la cama hasta que llegó ese punto en el que el cuerpo empieza a protestar: “Basta ya. Levántate. Tenemos que ir al baño.”
Fui al baño, y después a la cocina, donde la anfitriona ya tomaba su té. Delante de mí, humeaba una taza de café aromático.
Me senté en el rincón más acogedor, tomé la taza entre las manos y, encogiendo las piernas hacia mí, comencé a disfrutar del calor del café, que entraba en mí llenándome de energía, con ese sabor ligeramente amargo que me encantaba.
—¿Buenos días? —preguntó la bruja, como dudando si de verdad lo eran.
—Buenos, —afirmé con una sonrisa tranquila.
Nos quedamos en silencio un rato. Pero luego empezamos a hablar.
Me di cuenta de que hablar con ella me resultaba fácil, natural, como si la conociera de toda la vida.
Sentía que estaba con mi abuela, mi madre y mi mejor amiga al mismo tiempo.
Ni siquiera me percaté de cuándo la charla se volvió enseñanza.
— Aprende a elegir tu propio camino. Lo primero que debes entender es que nadie más lo recorrerá por ti.
Aun así, mucha gente tratará de cambiarte para que vayas en la dirección que ellos quieren.
Eso no significa que debas llevarles la contraria a todos. Significa que, ante todo, tienes que descubrir qué es lo que TÚ necesitas.
Para ayudarte, puedes crear un “mapa de deseos”.
No ese tablero de Pinterest que todo el mundo hace ahora. Hablo de uno dividido en cuatro partes por líneas en cruz.
La primera parte es para lo que tus padres querían para ti (escríbelo en el borde del cuadrante), y cómo eso te afectó (escríbelo más cerca del centro).
La segunda: lo que espera de ti la sociedad —tu trabajo, tus amigas, tu pareja tal vez— (también en el borde), y cómo eso influye en ti (hacia el centro).
La tercera: lo que espera de ti la religión (o incluso la ausencia de ella), y cómo eso repercute en tu vida.
Y la cuarta: cómo te ves tú en el futuro (en el borde) y cómo esa imagen influye en la persona que eres hoy (más cerca del centro).
Así podrás trazar círculos desde el centro hacia afuera. En el centro estás tú —lo que tú realmente quieres— y hacia fuera está lo que los demás esperan de ti.
Tu tarea es encontrar esas pequeñas pepitas de oro dentro del barro: tus deseos verdaderos.
Hazlo desde tres ángulos:
Primero, desde el cuerpo —¿cómo te ves a ti misma físicamente? ¿Más delgada, más fuerte, más bronceada quizás?
Segundo, desde el alma —¿quieres llenar tu vida de color, conocer gente nueva, leer más, renovar tu casa?
Y tercero, desde el espíritu —eso puede ser una oración, una meditación, o un estado de consciencia entre el sueño y la vigilia.
Si es consciente, puedes volver a él siempre que quieras o lo necesites.
Pero no uses atajos como drogas o sustancias. Siempre cobran un precio, y suele ser demasiado alto.
La sociedad ya te enseñó a dividirte en partes.
Tu trabajo ahora es reunirlas.
Tomar fragmentos del mundo, conocimientos dispersos, y unirlos contigo. Con tu esencia.
Antes de buscar tu camino verdadero, necesitas cuatro cosas básicas:
un mínimo de protección, un ingreso estable, un poco de tiempo para tus pasatiempos y, por supuesto, fe... o ausencia de fe.
Porque no creer también es una forma de creer —solo que es creer en la no-creencia. Perdona la paradoja.
Teniendo eso, puedes cambiar tu vida cuando quieras, guiándote por tres cosas:
en qué te enfocas, cómo lo interpretas, y qué haces con eso.
¿Dónde está tu atención? ¿Cómo interpretas lo que pasa?
Si cambias el ángulo, cambia la situación.
Por ejemplo: llegas tarde a una cita importante.
En lugar de culparte, pregúntate: ¿era tan importante esa cita? ¿Lo era para la otra persona?
Si no te esperaron, quizás nunca fuiste importante para ellos. Tal vez solo cumplían con su deber.
Una puerta se cierra… y se abren dos nuevas. Y así...
Bueno, ya es de noche. Ve a dormir.
No te voy a echar a estas horas.
Mañana saldrás al mundo con ojos nuevos.
A buscar tu camino.
—¿Y cómo puedo agradecerte todo esto?
—El código de mi tarjeta está pegado en la nevera —respondió con una media sonrisa—. No es que sea materialista, pero es la forma más simple de mostrar gratitud.
—¿Y cuánto?
—Lo que tú creas.
Hablar de dinero es siempre delicado. Pero con eso te quitas el sentimiento de deuda.
No pongas demasiado, me harías sentir incómoda.
Pon lo que te parezca bien. Lo que te sea cómodo.
¡Y no te preocupes! Espera hasta la mañana.
Ahora… ¡a dormir! ¡Buenas noches!
Así terminó mi tercer día en casa de la bruja.



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En el texto hay: bruja

Editado: 01.07.2025

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