La bruja de porcelana_inicio

III

El dolor era tan intenso que no podía dejar de temblar. Se apretaba la mano contra el costado. Sentía la sangre caliente y pegajosa que seguía fluyendo. No sabía dónde estaba o a dónde se dirigía. Hace rato había dejado de escuchar la lucha, pero las imágenes se repetían en su cabeza.

La noche estaba cayendo y sus solitarios pasos se perdían entre los callejones. Los ebrios lo evitaban, quizá oliendo su poder. Algo ridículo, pues los que no le conocían, solo veían a un joven de catorce, tembloroso y débil.

Él no sabía cuánto más soportaría. Necesitaba curarse, pero no podía utilizar su magia. Podía haber Inquebrantables en la ciudad. No lo soportaría. Ni siquiera tenía fuerzas para caminar, no se diga luchar.

Una botella de vidrio se enredó entre sus pies, fue inevitable su caída. Su cabeza rozó el muro y se torció la muñeca. Estaba entre restos putrefactos de verduras y orinas de fracasados. “La caída de un príncipe”, pensó amargamente.

No quería pensarlo, pero era inevitable. Había pasado mucho ese día. Tanta sangre y pérdida. Sabía que era una posibilidad que los encontraran. Después de todo, su hogar había sido el último bastión de los Magic.

La imagen de su madre bailó entre sus recuerdos. El cabello pelirrojo ondeando a su espalda, la sonrisa malvada que siempre le devolvía el ánimo. Su madre era a la única que amaba. La que le había contado su verdadero origen. Podría haberse refugiado en ella. Sin embargo, el recuerdo comenzó a transformarse.

Los ojos negros le miraron sin ver y de sus labios salió un chorro de sangre. Sus manos todavía se aferraban a sus hombros. Usó el último aliento para transportarlo lejos. Cassian jamás la hubiera abandonado. ¡Jamás!

Su mamá le había criado para ser fuerte, inteligente y perseverante. Hacer lo que ella hizo era inadmisible. Se había quedado ahí, sola. Sin nadie para defenderla. Sus ojos comenzaron a arderle y simplemente los dejó llorar.

Lloró como nunca en su vida. Con gemidos y puñetazos al aire. El esfuerzo hacía que le doliera más la herida, pero no importaba. Todo se había acabado. Sin su madre nada tenía sentido. Ella era la más poderosa de los suyos.

Entre tantas lágrimas, Cassian escuchó algo. Un roce en la pared, un salpiqueo de agua, una posible pisada. Medio se incorporó y movió su muñeca. Le dolía, pero no sería un impedimento para hacer un hechizo.

Una sombra se asomó al callejón, Cassian apuntó mejor con su dedo.

—Será mejor que no lo hagas. —le advirtió una voz.

Cassian se tensó más. Ladró una advertencia que sonó débil, incluso para él. La figura prendió un candelabro. Dejándose ver.

Era una chica. Llevaba un vestido sencillo y una capucha. Estaba asustada. Lo notaba por la tensión en su cuello y labios.

—¿Qué es lo que quieres? —gritó, apretándose más la herida. Cada vez que hablaba sentía que la vida se le escapaba.

—Solo ayudarte —dijo ella tímidamente.

—¿Por qué?

La joven se movió lentamente. Mostró sus palmas y poco a poco se fue subiendo la manga del vestido. Unas líneas negras se fueron revelando. Cassian dio un respingo y el dolor se agudizó. Se quejó quedándose casi sin aire.

La luz del fuego le daba un brillo especial a la tinta negra. La figura se destacaba sobre la piel. Romboidal y con dos medias lunas a cada lado.

—Es la marca de mi madre—dijo medio ahogado— ¿Quién eres?

—Mi nombre es Edme. Fui elegida por tu madre. Yo te cuidaré —dijo ella intentando una media sonrisa.

Cassian no iba a confiar tan rápido. Esa niña no era una Magic. Solo una mortal común y corriente. Además, no le gustaba nada su tono. ¿Cuidarlo? Él no lo necesitaba. Solo necesitaba tiempo y a su madre.

—¿Qué quieres?

—Ya te lo dije, ayudarte.

—No necesito tu ayuda.

—Ah, ¿no? Te ves un poco pálido.

Él quería desmentirlo, pero al intentar mostrarse intimidante, una luz brillante lo cegó. El rostro de Edme se volvió borroso como todo lo demás. Su cuerpo cansado y herido era jalado hacia abajo. Todo se volvió confuso y oscuro. Cuando recuperó la consciencia algo le sujetaba bajo el brazo, ayudándole a mantenerse de pie.

Cassian gruñó. Sin embargo, no hizo nada para resistirse. Se dejó llevar por el oscuro callejón hasta que llegaron a una pequeña fachada. Edme abrió la puerta y le condujo hasta un sillón, al menos, medio cómodo.

Él se recostó con varios gemidos hasta acomodarse. Sentía su mano pegada al costado. Llena de sangre. Su cuerpo comenzó a sacudirse más y más. El frío era demasiado. Quizá si estaba muriéndose.

Apenas fue consciente de cómo Edme le ayudaba. La joven le quitó los restos de su camisa. La tela se había pegado a la piel y sacarlo no solo era asqueroso, sino doloroso. La sangre salía todavía dificultándolo todo.

Edme no era una experta médica, pero no dudó en meter la mano por la herida. Se trataba de una especie de puñalada a la altura de la última costilla. Buscó entre los tejidos, el lugar de la fuga. Tardó en encontrarlo, pero lo logró.

Coserlo ya era más fácil. Ella misma se había suturado varias veces y a sus hermanas también. Después lo dejó descansar. Cada cierto tiempo le ponía un paño húmedo sobre la frente para controlar su fiebre.




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