La bruja de porcelana_inicio

IV

Godfrey miró a ambos lados de la calle. Todo estaba muy oscuro y silencioso. Llevaban caminando durante horas. Maude se aferraba a su brazo cansada y especialmente callada. Cuando estaban en el bosque ella parecía libre. Saltando y dando vueltas por ahí. Sin importarle el barro en su pelo o el peligro en que se encontraban. Sin embargo, su semblante se fue oscureciendo, quizá por el cansancio, quizá por la pena.

Toda su vida se quedó tras esos muros. Godfrey se había hecho la idea de que serían perseguidos. Pero jamás se imaginó que sería por los “buenos”. “Este es el camino que escogí para salvarnos” se dijo a sí mismo. Había sido un niño cuando tomó esa decisión e irónicamente no se arrepentía.

Godfrey esperó unos minutos, atento a cualquier sonido. Con cuidado observó a las ventanas y a las puertas. Nada. Toda la ciudad dormía. Tomó de la mano a su hermana y se escabulló por el callejón. Gracias al cielo, conocía los caminos secretos en Mosika.

—Vamos, preciosa. Ya mismo llegamos —susurró Godfrey guiándola por un laberinto de callejuelas olvidadas.

—¿A dónde vamos? —preguntó ella. Él reconocía el miedo en su voz. —¿Estaremos seguros?

Esa era una respuesta que él desconocía. Quizá nunca estarían seguros. Quizá vivirían perseguidos siempre. Regresó a mirar a su hermana. Bajo la luz de la luna era más pálida de lo normal. Sus labios casi blancos. Su cabello seco por el barro, escondiendo su color, al igual que sus mejillas que medio tapaban sus tatuajes.

Godfrey suspiró y maldijo tres veces a Regina. En unas pocas semanas, convirtió a su hermanita en una Magic, condenándola.

—Estamos cerca. —respondió ignorando la pregunta.

Caminaron en silencio otro rato hasta que Godfrey llegó a una callejuela con unos cuantos borrachos tambaleantes. Maude agarró con más fuerza su mano. Él quería jurarle que todo estaría bien, pero ya le había mentido demasiado.

—La gente nos ayudará a ocultarnos—le aseguró para motivarla a continuar.

—O para denunciarnos —respondió ella e intentó jalarlo. Evitar que continuara.

—Maudy… —dijo él suavemente.

—Debimos quedarnos en el bosque. Ahí estaba segura.

—No… no… Sé que no lo recuerdas, pero ya vivimos allí —respondió Godfrey negando con la cabeza.

Desde los ocho años que no vivían en el bosque, pero Godfrey lo recordaba muy bien. Lleno de peligros invisibles que amenazaban su subsistencia. Él jamás volvería allí. ¡Jamás!

—¿Crees que los Inquebrantables no nos encontrarán? —dijo Maude entre susurros. Soltó por primera vez su mano y se abrazó a sí misma. Godfrey no soportaba verla tan asustada. Quería… que todo terminara.

—Solo será una noche. Descansaremos y pensaré en una solución. Te lo prometo. —selló sus palabras con un beso en la frente.

Maude gimió y rato después asintió. No es que tuvieran mucho que hacer tampoco. Volvió a tomar su mano y Godfrey la llevó por calles cada vez más atestadas de gente.

—Solo no me dejes sola

—Jamás.

Caminaron hasta encontrar una puerta blanca media desmoronada que tenía colgado un tablero de metal con las letras: B, G, T. Godfrey no tenía idea que significaba. Nadie lo sabía, salvo el dueño, pero no se molestaba en explicarlo. Maude se pegó más a él y ambos cruzaron el umbral.

Dentro estaba caliente. El calor abrigó sus rostros helados y los abrazó con cortesía. Una noche más y hubieran muerto de frío. “Estaremos bien” pensó Godfrey buscando con la mirada a sus amigos.

Algunas mesas y sillas estaban ocupadas por uno que otro borracho. Otras con jugadores de cartas y muchachas que buscaban monedas de hombres desesperados. Una mujer bastante guapa barría el suelo, ignorando los silbidos aduladores de un cliente. Un viejo alto y con sobrepeso se encontraba detrás de la barra examinando una botella a la luz de una vela. Al verlo, Godfrey sonrió.

—No deberías acercar tanto esa vela, Bertram. — le gritó —Ya sabes podrías quedarte sin cejas.

Apenas escuchó esa voz, el hombre soltó la botella y le regresó una sonrisa enorme. No tardó en ponerse de pie y abrazarlo cariñosamente.

—¡Muchacho! —exclamó dándole palmadas en el hombro. —De saber que venías hoy te habría guardado un trago. Hace… —. Se detuvo y observó a uno de los borrachos que roncaba ruidosamente —. bueno, mucho tiempo que se acabó.

—Eso no importa. Hoy tengo hambre y sueño. Una cama blanda me ayudará —respondió amablemente. Bertram asintió y ladró unas órdenes a la cocina.

Una mujer delicada y rubia no tardó en salir. Al verlo una sonrisa muy dulce iluminó su cara. Por unos segundos, Godfrey se olvidó de todo. El mundo se vació convirtiendo a ellos en los únicos habitantes.

—Siempre con pedidos, nunca con regalos — dijo ella con fingido enojo.

—Claro que no, querida. Yo siempre soy el regalo. — le contestó burlón abriendo los brazos para recibirla. Ella frunció sus delicados labios. Se acercó decidida y Godfrey esperó sin saber que esperar.

— Tal vez… —dijo dándole un beso en la mejilla —. Tengas razón.

Un calorcillo delicioso inundó su pecho. Cualquier rastro de frío desapareció. Rodeó con sus brazos a Sabina y la apretó contra él. Estaba tan emocionado que la hizo girar como a una muñequita. Escuchaba su vestido rozando el piso de madera y su risa risueña. Cuando la soltó en sus ojos azules brillaba algo maravilloso.




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