La bruja de porcelana_inicio

V

Maude esperó a que el sonido de pisadas desapareciera. Por un momento, pensó que se trataba de su hermano. Sin embargo, las pisadas pasaron de largo. Se levantó de nuevo de la cama y se acercó a la puerta. No estaba segura de hizo o qué haría.

Se deslizó lentamente por la puerta hasta tocar el suelo. Se sentía tan sola y desdichada que no tenía sueño. Solo un gran deseo de llorar. Parpadeaba rápido intentando que las lágrimas no se le escaparan. Ya había mostrado demasiada debilidad. Debería estar feliz. Se había escapado.

Ya no habían Magics en su futuro, ni bodas no deseadas. Era libre y, sin embargo, ahí estaba. Con el cabello lleno de barro, en una habitación solitaria, perseguida y asustada. Cerró los ojos imaginándose a su madre.

La había perdido muy joven y su mente no la recordaba. Sin embargo, ella se la imaginaba. Una mujer amable y poderosa que la protegería. Con sus brazos evitaría que cualquier peligro se abalance contra ella. Con suficiente esfuerzo podía ver su rostro, solo un par de segundos y después se desvanecía.

Hizo ese ejercicio por algún tiempo. Cuando sus piernas se entumecieron y sus lágrimas se secaron, Maude encontró la fuerza para ponerse de pie. Giró varias veces sobre sí misma como si estuviera bailando. A veces hacía eso. Imaginándose en otro lugar, en otro momento. Dio vueltas y vueltas y extendió los brazos. Lamentablemente, siempre fue tan descoordinada que sus dedos golpearon contra una superficie dura.

De inmediato abrió los ojos y se encontró mirándose en el espejo. Ni siquiera sabía que había un espejo. La imagen que se reflejó no era ella. Regina se había encargado de eso. Su rostro se veía avejentado, era pálido, con esos horribles tatuajes. Enfadada comenzó a refregarse la piel, clavándose las uñas en las mejillas. Barro y piel arrancó, pero ahí permanecían, burlándose de ella.

Maude se apartó furiosa y se arrojó a la cama. Un objeto tintineante cayó de su bolsillo. En medio de la oscuridad brillaba. Redondo y perfecto. Recordándole que la magia todavía estaba con ella.

—Esto es magia pura. Un objeto del Caos que sellará su alianza —le dijo Regina cuando se lo entregó. Maude había jugueteado una tarde con ese anillo hasta que Cassian vino a visitarla.

Esa visita la hizo sacudirse con asco. No era eso lo que quería recordar, sino lo otro. Había probado varios hechizos, pero había uno que le gustó. Le ayudaba a cambiar su apariencia. Recordaba verse en el espejo con el cabello negro y la piel perfecta. Todo era tranquilidad. Era el último momento feliz que recordaba.

Eso le hizo pensar algo. Una idea… descabellada. Sonrió y sintió la tentación de reírse. Miró una vez a la puerta y nada. Ningún sonido. Su hermano debía estar todavía abajo. Quizá no la buscara hasta la mañana. Se agachó y tomó el anillo.

Se preparó frente al espejo. Acomodó un pequeño taburete. Buscó un peine de madera y se imaginó la apariencia que quería. Sin tatuajes, sin palidez anormal, sin barro en el pelo. Sería como antes. Se colocó el anillo que no tardó en refulgir de azul. Un cosquilleo recorrió su cuerpo y en un parpadeó ya era otra.

Ahora tenía el cabello negro largo y lacio. Piel de porcelana suave y rojiza. Mejillas sonrosadas y labios rojos. No era una belleza, pero era ella quien le devolvía la mirada. Cualquier ira o miedo desapareció en ese momento. Ahora era alguien normal. Una adolescente que se cepillaba el cabello con un hogar.

Cuando terminó se acostó en la cama, sin cambiarse de ropa, sin abrir las sábanas, solo sintiéndose ella.

Durmió unas tres horas cuando algo comenzó a arderle. Se despertó creyendo que era una pesadilla. Sin embargo, le dolía. Algo. Sin saber que era, buscó con sus dedos, palpando partes de su cuerpo. El dolor se intensificaba. Ella apretó los labios y entonces lo vio. Su dedo anular hinchado, apretado por el anillo de oro. Maude intentó sacarlo, pero estaba atorado y quemaba.

Desesperada intentó sacarse con los dientes. Se quemó los labios y la desesperación aumentaba. Simplemente no podía sacarlo. Comenzó a gritar buscando ayuda. Sus pies tropezaron en la oscuridad y la manija no cedió a sus esfuerzos. Volvió a gritar y se sujetó el dedo y jaló. Jaló con furia como si buscara arrancarse con todo y dedo. Entonces se soltó.

Cayó dando unos saltitos en el suelo. Estaba al rojo vivo y sacaba humo de la madera. Maude lo miró detenerse. Cayó a un lado como una moneda y entonces explotó.




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