Godfrey se llevó el pequeño vaso a los labios. Sabina dormía a su lado, abrazada a su pecho, respirando tranquila. Sus cabellos rubios tapaban parte de su rostro, pero él no necesitaba verlo. Sabía que estaba feliz. Si tan solo él pudiera sentir lo mismo. Se moría de ganas por recostarse a su lado y simplemente descansar. Sin presiones, sin culpas. Sin embargo, la imagen de Maude y el futuro no dejaban de acosar su mente. No había tiempo para sentimentalismos.
Tragó el contenido del vaso y sintió cómo sus entrañas se quemaban por el licor. Un calor conocido se extendió, quitándole el frío y quizá el miedo. Acarició con cuidado la mejilla de Sabina, permitiéndose sentir su suave piel. “Ojalá las cosas fueran diferentes” pensó. Su corazón se debatía en su pecho. Sabía lo que quería.
Unas palabras antiguas, fantasmales, le recordaron que no era posible. “Protégela” le había dicho su madre. Con su último aliento le había condenado. Al principio, pensó que estaba bien. Cumpliría esa promesa toda su vida. Era una cuestión de honor.
Para un niño de ocho años era imposible imaginarse una vida sin su hermana. Era la única que amaba y estaba tan sola como él. Ocho años y ya estaba a cargo. ¡Vaya vida!
Esa misma tarde vieron cómo ardía su casa, las últimas huellas de una enfermedad insólita. Llevando a su hermana de la mano desaparecieron por un camino desconocido a un destino incierto. Días de hambre, miseria y limosna los esperaba. Fue quizá entonces cuando supo que su promesa había sido demasiado. Eran dos niños y nada más.
Siempre que creía que todo iría bien, que tendría tiempo para una vida propia, la vida le recordaba su promesa. Encontraron una casa, pero también esclavitud. Tenían comida, pero su hermana era prisionera. Él robaba, ella sufría. Ahora ni siquiera eso tenían. Sin casa, sin futuro. Él, de nuevo solo y a cargo.
—Lo estoy intentando —susurró a su madre. Deseoso de alguna respuesta, alguna palabra de ánimo. Estaba cansado y tenía ganas de llorar.
Decidió darle otro trago al licor, intentando sentirse fuerte. Entonces el mundo se sacudió.
El trago se quedó en su garganta. La tos se apropió de su cuerpo. Sabina se despertó de golpe y se quedó sentada. Los gritos no tardaron en aparecer. “Nos atraparon” fue lo primero que pensó Godfrey. Se imaginó a los Inquebrantables atacando a su hermana.
Soltó el vaso como pudo y se arrastró fuera de la cama. Se vistió con rapidez y salió corriendo por el pasillo. Afuera todo era humo y gritos. Godfrey no podía distinguir nada.
—Maude —gritaba desesperado.
Buscaba con sus manos apoyarse en la pared. El suelo quemaba y el humo le obligaba a entrecerrar los ojos. Varios huéspedes lo empujaron. Alguna mujer le gritó en el oído. Varias puertas se abrieron de golpe y ninguna era la de Maude.
“Por favor” rogaba Godfrey cuando llegó a la que suponía era su habitación. La puerta estaba hecha pedazos. Los trozos de madera salpicaban el camino. Las astillas se le clavaron en los pies, pero él siguió adelante. En cuanto cruzó el umbral, Godfrey sacó del bolsillo el cristal luminoso.
La habitación estaba completamente calcinada como si un gran fuego hubiera ardido por horas. El espejo estaba roto, la cama y todo material de madera como el escritorio y los veladores eran sombras negras. El olor recordaba al azufre y a la muerte. El calor era tan intenso que Godfrey sudaba. Grandes gotas de sudor resbalaban por su frente y pegaban su pantalón a la piel. Los vellos de su pecho se consumieron y de su cabello comenzó a salir humo.
—¡Maude! —volvió a gritar buscándola entre las sábanas y el suelo.
El suelo crujía amenazante. Iluminó un bulto en una de las esquinas. Sabía que era ella. Avanzó más rápido, aunque sus pies ardían y el piso se quejaba. Apenas llegó a su lado se arrodilló y buscó su cuerpo.
Estaba cubierta de ceniza. Estaba sobre su costado con el pelo azul brillante y sus manitas estiradas. Todo su cuerpo estaba rojo como si le hubiera quemado el sol. No parecía respirar. Godfrey colocó sus manos sobre su pecho. Nada. Acercó su oído a sus labios y nada. ¡No estaba respirando!
—Maude, por favor —gritó él, sacudiéndola. Necesitaba que despertara. Necesitaba verla viva.
Abrazó su cuerpo contra su pecho, una especie de exhalación salió de entre sus labios. ¿Quizá un quejido?
—Maude. Despierta.
Sus manos viajaron a su quijada. Le volteó la cara, quizá con demasiada brusquedad. Los tatuajes en sus mejillas ardían como fuego azul. Con solo verlo le produjo un escalofrío. Una mezcla de asco con miedo. Estaba ardiendo como si ella misma se estuviera consumiendo.
Godfrey apretó sus dedos contra su cuello. Necesitaba saber si tenía pulso. Sintió una ligera presión en sus dedos. Un tono lejano que marcaba un ritmo. Un corazón débil que luchaba por hacerse oír.
—¡Oh, Maude!
Ella estaba viva. Cualquier miedo desapareció y las lágrimas que amenazaban soltarse se liberaron. Lloraba de agradecimiento. Su vida era una condena, pero perder a su hermana lo haría peor. Intentó cargarla, pero sus rodillas flaquearon. Respiró profundo para intentarlo de nuevo y entonces la vida le recordó que las cosas podían siempre ser peores.
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Editado: 02.11.2025