La bruja de porcelana_inicio

VII

Un guardia de la ciudad caminaba orgulloso por la calle. Hacía algunas semanas había jurado su espada al servicio de la ciudad. Su más grande sueño se había cumplido. Hoy marchaba feliz como todas las noches, en sus guardias largas y cansadas.

El hombre era muy joven y soñador. En noches tranquilas como esas, se dedicaba a imaginarse cientos de aventuras. Hoy, por ejemplo, se imaginaba encontrándose con un Magic y embarcándose en una lucha a muerte. El brujo le atacaba con toda clase de hechizos, pero él era ágil, astuto y le daba estocada tras estocada.

Para hacer más real su imaginación, corría por las calles, saltando entre los basureros e intentando correr por las paredes. Cualquiera que lo viera, lo juzgaría de loco. Quizá estuvieran en lo cierto, pero a Emil no le importaba. Su sueño apenas había comenzado. Su objetivo era llegar a ser un héroe.

Todos conocerían su nombre. Colgarían carteles por toda Mosika con la leyenda “Emil, el caballero de oro” Le pedirían autógrafos y le respetarían. Viejos y niños contarían sus hazañas. Tal sería su afama que estaba seguro de que el rey Tristan lo armaría caballero.

Emil estaba enfrentándose a una bolsa de basura cuando un fuerte sonido lo sobresaltó. Por un momento, pensó que había causado un desastre. Aquello no sería la primera vez. Sin embargo, el sonido se repitió una y otra vez. Se trataba de una especie de hechizo que disparaba a todos. El guardia asustado se lanzó al suelo y se resguardó la cabeza con las manos. Cerró los ojos y esperó a que todo terminara.

Cuando el estruendo desapareció varios pasos resonaron por el callejón.

—Auxilio

—¡Por Dios!

Los gritos casi le dejaron sordo. Sus músculos se pusieron rígidos y su corazón latía a mil por hora. Estaba asustado. Sus instintos le rogaban que escapara. Tuvo que respirar muchas veces hasta controlarse y lograr ponerse de pie.

Lo primero que vio fue humo. Se elevaban columnas negras sobre el cielo. Salió corriendo hacia el centro donde varios de sus compañeros ya se repartían. La ciudad parecía presa de un incendio múltiple.

—Señor —dijo Emil al encontrarse con su capitán. El hombre casi lo ignora por lo desesperado que estaba, pero al reconocer el uniforme le gritó.

—¡Corre a la taberna! Ahí hay heridos.

Emil no tuvo que escucharlo dos veces. Recorrió las calles a máxima velocidad, esquivando personas heridas y asustadas. La columna de humo se convirtió en su brújula. La primera gran aventura estaba por empezar.

Al llegar, la puerta estaba abierta y algunas personas se arrastraban fuera. Entre toses y gritos, un hombre gordo observaba incrédulo el incendio. Emil llegó hasta él para pedir información.

—Señor —dijo, llamándole la atención —. Soy un guardia.

—¡Ah! —el hombre giró al verlo y entrecerró los ojos —. Todo se está quemando —dijo como si fuera lo menos obvio.

Emil estaba por contestar cuando una chica rubia asomó de la nada y le agarró de la manga.

—Ayúdeme, por favor.

—¿Qué pasó? ¿Está herida?

—¡No! Es mi novio. Está arriba. ¡Atrapado!

Él no tuvo que escuchar más. Alguien lo necesitaba. Tomó aire y cruzó la humareda y las llamas rojas que se extendían. No dio ni dos pasos cuando se pegó contra una mesa. El dolor hizo que se quejara y perdiera todo el aire que tenía. De inmediato comenzó a toser y a ahogarse. Ahí dentro estaba tan caliente y oscuro que no podía ver. Para caminar era necesario extender los brazos y sentir más que ver.

Desesperado, buscaba las escaleras. Había ido unas dos veces a la taberna y sabía dónde quedaban. No había preguntado a la chica, pero sospechaba que el atrapado estaba en las habitaciones. Un golpe en la canilla le avisó que las había encontrado. Subió a gatas, quemándose las palmas de las manos y golpeándose las piernas. No había tela que consiguiera resguardarlo. Su piel se quemaba por todas partes.

Subir fue una tortura y peor encontrar la dichosa habitación. Por más que intentaba gritar no lograba hacerse oír. Emil se levantó como pudo y comenzó a verificar cada una de las puertas. Revisó tres cuando se dio cuenta que una a la derecha era diferente. Era la única que no expulsaba humo. Guiado por la intuición, se dirigió ahí.

Apenas metió la cabeza supo que algo muy raro pasaba. La habitación estaba iluminada por alguna clase de magia que permitía reconocer fácilmente al hombre en el interior. Intentaba cargar a otra persona.

—¿Estás bien? —gritó Emil para llamar su atención. El hombre al verlo se asustó.

—He venido a ayudar. ¿Está bien?

El hombre intentó hablar, pero el humo se introdujo en su boca haciendo que solo la tos le respondiera.

— Voy a entrar. —advirtió Emil

—¡No, no lo hagas! —gimió el hombre medio ahogado —. El piso es demasiado inseguro; si caminas, se romperá.

Emil evaluó la situación. El lugar dónde él estaba parecía sólido. Claro que no había prestado atención al piso. Dio un paso cerca de él y entonces lo escuchó. Un crujido de advertencia. Era cierto.

—No pienso dejarte aquí —dijo. El hombre sacudió la cabeza.




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