La bruja de porcelana_inicio

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Lo último que vio fue una estela azul. Cuando el piso bajo sus pies se rompió todo fue oscuridad. Era como si todo el abismo se lo hubiera tragado. Pensó que ese era el fin y que pronto se encontraría con su creador. Antes de ese momento, toda su vida pasó frente a sus ojos. Eso implicó traer de vuelta a su hermano.

Había sido el principal personaje de su vida. Volvió como siempre con ese hermoso rostro y su sonrisa amistosa. En cuanto lo vio volvió a cobrar vida. Lo envolvió en sus brazos y le aseguró que todo estaba bien. Fue en ese momento cuando lo envolvió la estela azul y entonces vino la paz.

Fue una enorme sorpresa cuando la paz se reemplazó por el dolor. El respirar se volvió un suplicio y fue difícil aceptar que ese cálido espacio había desaparecido y con ello su hermano. Cuando intentaba abrir los ojos, la luz era tan fuerte que se le cerraban. Durante algunos momentos volvía el calor y después el dolor. Así pasó mucho tiempo hasta que sintió unas manos frías sobre su frente.

El frío le trajo calma y le ayudó a recuperar la consciencia. Justo a tiempo para divisar los primeros rayos de luz. La enfermera que lo atendía lo recibió con una sonrisa. Había sido uno de los afortunados sobrevivientes.

Horas más tarde, estaba solo. Parpadear le costaba mucho y pensar todavía más. Se sentía incómodo sobre esa dura camilla del hospital. Su vista no ayudaba, solo veía sombras borrosas que se quejaban y zumbidos que no sabía si eran de su cabeza o de las moscas. De vez en cuando, escuchaba a las enfermeras pidiendo agua, medicinas o vendas. El olor era lo peor, olía a muerto como su hermano.

Conrad, así se llamaba. Era el más magnífico de los caballeros, el hombre perfecto e inteligente. Muchos lo recordaban por su apuesto rostro, pero Emil no. Él solo veía el rostro sanguinolento e inerte que regresó en una caja.

Al sentir que sus ojos se humedecían decidió que era hora de marcharse. Se levantó lo más lento que pudo, pero su cabeza dio muchas vueltas y tuvo que aguantar las náuseas. Perdió de vista el suelo y después lo tuvo muy cerca. Intentó detener su caída, pero jamás tocó el suelo. Alguien le había sujetado por las axilas.

—Cuidado, amigo —escuchó una voz conocida.

—Conrad —murmuró.

Era tan lógico pensar que él estaba de nuevo protegiéndolo. Siempre ahí cuando lo necesitaba.

—No, Emil. Soy yo.

El desconocido que le conocía le ayudó a volver a la camilla y tras varios parpadeos su vista se aclaró. Ahora ya reconocía al ayudante. Era su compañero de guardia, Rob.

—Decido descansar una noche y casi te matas. ¿Qué desconsiderado eres? —dijo Rob cruzándose de brazos.

La verdad se le veía muy agradecido de verlo vivo.

—Ayer fue una locura —explicó sentándose al pie de la camilla —. El jefe estaba furioso. Dicen que perdió el control y casi mata a la bruja.

—¿La bruja? ¿De qué demonios hablas? —respondió Emil sintiendo que había perdido la mitad de la información en segundos. Su amigo llamó a una enfermera para que le trajera un vaso de agua.

No hablaron más hasta que Emil se tomó un refrescante brebaje que calmó un poco su dolor y aclaró su mente.

—Bruja, ¿dijiste?

—Sí. Estaba en esa taberna, en la misma en la que te heriste. Era una Magic. La atraparon a ella y a su hermano.

¿Una bruja del Caos? Vaya suerte que había tenido. Él había estado ahí y se lo había perdido. No se había dado cuenta que había uno de ellos. Solo se había enfocado en salvar a ese hombre.

—Rob, ¿qué pasó con el hombre?

—El cómplice fue llevado a prisión. Emil, escuchaste, te dije una bruja. No deberías enfocarte en el desgraciado.

—No, no. Antes de caer la taberna, yo intentaba sacar a un hombre y a una chica herida. Estaban atrapados en una habitación.

La frente de Rob se arrugó y se quedó pensando un momento. Después sus ojos se iluminaron un breve segundo y después se abrieron con terror.

—Emil… ¡Eran Magics!

—¿Quiénes?

—Magics, Emil. ¿Estabas con ellos?

Rob lo sostuvo de los hombros y por poco lo zarandeó, pero se acordó que estaba convaleciente. Sin embargo, apretó más sus dedos tanto que le hacía daño.

—Yo solo vi a dos personas atrapadas.

—Eran ellos. A la chica le brillaban los tatuajes.

—¿Brillar?

—Sí, eran tan azules que todos lo vieron. Dicen que era como un fulgor que provenía de ella misma.

¿Azules? ¿Fulgor? Era una extraña coincidencia. ¿Sería posible? Las dudas le asaltaron el resto de la mañana. Buscaba algún indicio que le indicara que esos dos eran malvados. Recordaba el miedo en los ojos del hombre, prefería morir a que él se acercara. Era como si estuviera protegiéndole.

Mientras más lo pensaba más raro se volvía. La rubia llorando por él. Diciendo que se quedó en la habitación. Según Rob, la bruja había provocado las explosiones, pero no tenía sentido. ¿Por qué se quedaría atrapada en su propia magia? ¿Por qué el otro hombre había vuelto por ella? ¿Por qué intentaba protegerla? ¿Por qué un escudo justamente azul le salvó la vida?




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