La bruja de porcelana_inicio

XII

Sabina no podía controlar el temblor de su cuerpo. Su canasta se mecía de un lado a otro y ella luchaba con la tentación de arrojarla lejos. Era el segundo día que intentaba visitar a Godfrey, pero no pasaba del umbral. Sentía demasiado y lo único que sabía era que quería volver a casa.

Cruzó la calle, sin revisar si alguien le seguía. El día anterior se encontró con un guardia joven que le miró largamente, incluso lo encontró siguiéndola un buen tramo. Hoy, no tenía tiempo para eso. Abrió la puerta casi de un portazo y se deshizo de la canasta arrojándola sobre la mesa. La comida que llevaba voló por los aires y varios huevos se rompieron.

Sabina se dejó caer en la silla y se cubrió con sus manos el rostro. No quería llorar, pero el ardor en su garganta la vencía. Llevaba más de 8 años trabajando en la taberna y había creído que tenía una vida. Jamás pensó perderlo todo en una noche.

—Al fin llegaste —escuchó la voz de Bertram.

No se sorprendió de verlo parado frente a ella. Tenía las maletas listas y esa mirada que le decía todo. Ya nada podía hacer. Colgarían a Godfrey y a la bruja. Incluso ellos podían estar en peligro. Podrían argumentar que eran cómplices al darles posada.

—Ya es hora de irnos.

Bertram había sido como un padre para ella desde que dejó su hogar en el campo. La había protegido todo este tiempo y habían formado una especie de familia, incluso ahora intentaba protegerla. Quería irse con ella, le había invitado a vivir en su casa, en algún lugar lejano que ella no recordaba. No tenía de que quejarse y, sin embargo, siempre había sido una malagradecida.

Había abandonado a sus padres porque pensó que merecía más, que la ciudad le daría una vida glamourosa. ¿Qué se imaginaba? Había sido una niña tonta y lo continuaba siendo.

Bertram esperaba una respuesta, casi le rogaba. Con él no tendría miedo, pero irse significaba renunciar a Godfrey. Era una tontería, pero cuando pensaba en él... su mundo parecía más cálido. Desde que lo conoció, vivía soñando con él, imaginando el día en que armarían una familia. Solo imaginarlo era suficiente para pintarle una sonrisa en los labios, para limpiar las mesas con más energía y servir el licor con buen humor. Jamás se imaginó que él… que él estaría condenado.

—No puedo —murmuró a Bertram sin poder mirarlo.

El tabernero respiró profundo y entonces se acercó. Su rostro era la viva imagen del amor. Cuando habló, lo hizo con voz suave y comprensible.

—Él no vale la pena. No destruyas tu futuro, por favor.

El problema era que sin Godfrey el futuro no valía la pena. Era tan tonto, pero no podía ignorarlo. Su corazón le dolía horriblemente y el mundo parecía romperse en pedazos. Imaginarse a él pendiendo de una cuerda la mataba. Abandonarlo sería peor.

—Tengo que intentarlo.

Esas palabras cambiaron a Bertram. Cualquier rastro de comprensión se esfumó, reemplazado por la decepción. Por el deseo de que ella cambie de opinión.

—Puede ser culpable —dijo casi gritando.

—¿De qué?

—Su hermana es una Magic. ¡Él podría ser un asesino!

Las palabras del tabernero quedaron resonando en la habitación. Los ojos de Sabina se llenaron de lágrimas. Había pensado eso, se lo había imaginado matando, torturando y disfrutando de la violencia, pero esas imágenes no eran compatibles con él. No podía ser. Ninguna clase de monstruo habría actuado como él. Rogando por la vida de su hermana. De rodillas llorando por una violencia que ahora parecía tan injustificada.

—¿Te irás? —preguntó ella parpadeando rápido en un intento para cambiar de tema. No quería que su despedida estuviera llena de odio y gritos. Ella quería recordarle con amor.

—¿Tú no?

—No puedo.

Un gruñido casi animal salió de Bertram. Maldijo en voz baja y levantó su pesado saco de viaje con brusquedad. Se volvió una sola vez a mirarla, sus ojos brillaban con ira, casi con odio. Él se había dado cuenta demasiado tarde lo que ella era. Sabina quería decir que lo lamentaba, tirarse al suelo y suplicarle que no la dejara. Quería poder decirle que lo amaba y que olvidaría a Godfrey, pero no era cierto. Sabina apretó los labios para evitar que cualquier palabra escapara de su boca.

Durante un segundo se miraron, él respirando profundo, permitiendo que sus narinas se inflaran y ella firme. Entonces, él se colgó la maleta al hombro y abrió la puerta con fuerza, casi sacándola del marco.

—Adiós, niña —murmuró y salió dando fuertes pisadas.

Se fue sin mirar atrás, dejando la puerta abierta para tentarla a correr tras él. Sabina se clavó las uñas en la palma de su mano y sollozó. No se rendiría. Encontraría la forma de salvar a Godfrey o al menos de despedirse.

Le tomó mucho tiempo recuperar la fuerza para cerrar la puerta. La tomó del borde y se dedicó a ver al horizonte. Ni huella de su amigo, solo el brillante cielo azul que la invitaba a salir. Era como si el universo se burlara de ella. Enojada bajó la mirada y se encontró con un soldado.

Ambos se quedaron inmóviles. Era el mismo del otro día, el que se había detenido a mirarle. A Sabina se le ocurrieron un montón de terroríficas ideas. Pensaba que ese soldado la atraparía. Si eso sucedía, irónicamente, terminaría al lado de su amor.




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