Había una sombra, soplaba el viento, los susurros no tenían ningún sentido. Ella se moría de frío, algo no estaba bien. Todo era oscuridad, salvo por la silueta enmarcada en azul. “Magics” murmuró Maude.
Ya le había pasado varias veces, Cassian y ella estaban inexplicablemente unidos y él siempre la encontraba. Jamás se había sentido tan vulnerable como ahora. Las cadenas sostenían sus brazos y sus manos estaban cubiertas por hierro. No podía mover un solo dedo. La mordaza apretaba su boca y la hacía babear como un perro. Por más que intentaba escupirla, era imposible. En ese estado la encontraba su prometido. De rodillas, encadenada, indefensa.
El fuego azul brilló a su lado y pronto le siguió su risa macabra. Maude se había prometido no temblar, pero su cuerpo actuaba por sí solo. La risa se intensificaba por momentos. Entonces lo sintió, fue una presión ligera que comenzó en su espalda. Pronto lo distinguió como un dedo que se deslizaba por toda su columna hasta llegar a su cabello y entonces su mano la sostuvo. Maude intentó escapar, no quería que la toque. Las cadenas se clavaron más en su piel.
—Ya muéstrate —gritó Maude, o al menos lo intentó. Su voz apenas se escapaba por la mordaza, pero sabía que en alguna parte Cassian la escuchaba.
Pronto apareció. Justo frente a ella. Su nariz pegada a la suya. Su aliento olía a muerte y Maude intentó apartarse, pero él la sujetó fuerte por el cabello.
—Shh —le dijo para acallarla. Su dedo se posó en sus labios —. ¿No te gustan mis visitas?
Maude volvió a gritar. Haría lo que fuera para deshacerse de él. Su sola presencia la repugnaba y aterrorizaba a partes iguales.
—No es una buena característica para una esposa —dijo Cassian y se alejó.
Otra vez la miró con esa mezcla de compasión y diversión. Maude intentó hacerle frente, fingiendo que no le afectaba su mirada, pero no era cierto. Su cuerpo comenzó a temblar y otra vez intentó soltarse. De nuevo, las cadenas se clavaron más en su carne. No tenía visible sus muñecas, pero sentía el escozor.
—He estado pensado… —dijo Cassian sentándose frente a ella —. Quizá te ayude a escapar, después de todo, no me gusta que jueguen con mis cosas.
Un grito masculino y burlón, la sacó de su tortura. Su mente volvió al lugar sombrío y oscuro en el que está encerrada. Justo a tiempo para ver a un guardia malencarado que la miró cruzado de brazos.
—¿Te duele algo Magic? —preguntó fingiendo preocupación. Entonces se dio la vuelta y de improvisto gritó —. ¡Ya cállate! — y golpeó varias veces la reja con su porra.
Maude lo enfrentó. Sus ojos ardiendo con rabia. Varios de sus visitantes le habían tenido miedo. Solo un gruñido fingido y saldrían corriendo. Él hinchó el pecho y dio varios pasos al frente.
—No te tengo miedo, bruja —dijo y le dio la espalda. Desapareció por el oscuro pasillo y no volvió a molestarla.
La joven buscó a su alrededor, Cassian se había ido. Dejándo en ella solo repugnancia y miedo de que volvieran. Así era él, siempre encontrándola cuando ella estaba más débil. Él en cambio se aparecía más poderoso. Ella lo notaba por la forma de mover sus manos, por el tono de su voz e incluso por esa expresión avinagrada de su rostro. Cuando se acercaba a ella olía a magia, más de lo que ella jamás tendría. Además, estaba el hecho de los susurros.
Cuando él no se aparecía, lo hacía su voz, viajando por un plano invisible y llegando a todos los brujos del caos. Los llamaba, los instaba a abandonar sus palacios y buscarlos. “La magia cambiará”, decía. “Sígueme y cambiarás con ella”.
Después de que se acallaba el mensaje, ella siempre sentía que las cosas estaban peor. Tenía miedo, temblaba y se asfixiaba. La respiración le faltaba y la mordaza no ayudaba. Sentía que el mundo no era lo suficiente grande como para esconderla.
Pasó varios minutos esperando, respirando profundo y sintiendo que se moría. Su celda era muy pequeña. Sus manos estaban colgadas por sobre su cabeza y no sentía los brazos. Sus pies no llegan al suelo y todo su peso recaía en sus hombros. Las primeras horas, pensó que moriría por el dolor. Ahora ya estaba acostumbrada, incluso sus costillas quebradas y los golpes le eran indiferentes.
Se refugiaba en su mente, creando lo que en clases no pudo. Cuando Regina le enseñaba, era un desastre. Demasiado temerosa como para entender. Las miradas de enfado e impaciencia tampoco ayudaban. Sin embargo, en la oscuridad, era más fácil.
Comenzó en su casa, en esa choza media derruida que aparecía en sus sueños. Su piso era de tierra y sus paredes de barro. El techo era solo paja y a veces tenía alguna que otra gotera. Era una sola habitación y ahí estaba la estatua de su madre. Poco a poco comenzó a reunir las piezas. Recordar esas pequeñas frases, casi olvidadas y las fue integrando a libros. Objetos que solo existían en su mente y en su llamado palacio de la memoria.
Estaba ahí cuando todo se sacudió. Sus cadenas se zarandearon y todo su cuerpo le siguió. La presión fue tan extrema que creyó que su escápula al fin se rompería. El estruendo le recordó a su huida y el pánico la reclamó.
¡No podía hacerlo! No quería ver de nuevo la destrucción, mucho menos a los Inquebrantables. Esos soldados le daban más miedo que cualquier brujo, incluso los Magics.
Luchó contra su mordaza e intentó hacer más presión en las cadenas de sus muñecas. El dolor fue horrible, pero ella no se detendría.
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Editado: 20.12.2025