Witchwood era un pueblo antiguo, conformado por casas humildes. La mayoría de las estructuras estaban construidas con madera, y aunque algunas eran de ladrillo, estas pertenecían a las personas más adineradas del lugar. Era un sitio poco poblado ya que la mayoría de habitantes emigraron hacia otros parajes por miedo a lo que estaban enfrentando. Días atrás habían llegado rumores sobre una mujer que vivía en la cumbre de la montaña, a pesar de que se creía que en lo alto de los cerros, debido a las bajas temperaturas, los humanos morirían congelados.
Ella no se dejaba ver por mucho tiempo, nunca la veían salir y alejarse de su chiquero. Las únicas veces que se divisaba era cuando estaba de pie bajo el marco de la puerta observando al pueblo. Los woodeanos contaban a los demás habitantes sobre luces saliendo de la morada de la mujer. Nadie entendía el significado de esos destellos, ni qué era lo que los causaba. Sin embargo, había personas que afirmaban escuchar risas maléficas provenientes del interior del lugar.
Tiempo después, las cosas empeoraron. Las siembras de los campos de cultivo comenzaron a morir lentamente, así que eran arrancadas y reemplazadas por nuevas, pero estas no crecían, y si lo hacían, se podrían al poco tiempo. El ganado se perdía y después de buscarlo, lo que encontraban era piel y carne de animal en altares ubicados en varias partes de la montaña. ¿Sacrificios? ¿Esa misteriosa mujer era la responsable de todo lo sucedido? ¿Era una maldición plantada por ella en el pueblo?
Los woodeanos, habitantes de Witchwood, siempre trataban de interactuar con ella para averiguar su identidad y saber si era la culpable de esos brillos en lo alto del monte vistos todas las noches o de las desgracias que estaban ocurriendo; nunca lograban conseguirlo.
Siempre que subían en su búsqueda, la pocilga en la que vivía se hallaba vacía. A los woodeanos les parecía muy extraño que la mujer siempre anticipara su llegada y lograra esconderse, pero esto no los hacía detenerse en su insistir: localizarla y capturarla.
El interior de la casucha era bastante pequeño, el techo medía menos de dos metros, hacía que las personas tuvieran que ingresar encorvadas porque de otra manera no cabrían. Además, el aire se sentía pesado y la oscuridad emanada desplegaba un ambiente turbio ¿Cómo se podría vivir en un sitio así de incómodo? Tenía una cama pequeña ubicada en una esquina y solo una ventana colocada en la pared que daba al pueblo; estaba acomodada de una manera que hacía que los rayos de sol no entraran, por lo que nunca había luz en el interior. El lugar parecía que se quería derrumbar por sí solo.
Los pueblerinos registraron el íntimo espacio y los sitios cercanos de la pocilga sin éxito alguno. Al no saber el paradero de la mujer, decidieron volver a sus hogares.
—¿Han logrado averiguar quién es la mujer? —preguntó un hombre que se hallaba sentado en un taburete en la barra de la taberna.
—Anoche escuché que un grupo de hombres subieron a la cumbre de la montaña, fracasaron como de costumbre —respondió otro que estaba sentado en el taburete de al lado.
—Es imposible que siempre revisen todo el lugar y no encuentren ningún rastro de ella.
—Es bastante extraño.
Los presentes en la taberna contaban lo que sabían acerca de la Dama de la Cumbre, así la llamaban. Para todos era un tema importante, esta mujer estaba causando temor en los habitantes de la zona y nadie tenía información relevante sobre ella. Las historias sobre brujas siempre fueron simples mitos que contaban algunos para entretener a los demás, pero aquello que acontecía en la montaña y en el pueblo no tenía una explicación lógica.
—Hace unos días yo iba de camino hacia la casa de mi madre, cuando de repente logré escuchar a unos caballeros susurrando acerca de la pronta llegada de un forastero al pueblo —añadió una mujer mientras servía las bebidas a los dos hombres sentados delante de ella.
—Y se puede saber ¿a qué se debe la llegada de ese tipo?
—Los escuché mencionar algo sobre un cazador de brujas.
—¿Un cazador? —interrumpió un anciano, mientras se sentaba y se unía a la conversación—. ¿Creen que esa mujer sí sea una bruja?
—Correcto, un cazador —afirmó la joven—. Nadie ha visto a las brujas. Se dice que no existen, y si existieron, debió de ser hace mucho tiempo —se agachó, sacó una jarra de madera de la gaveta de la barra y le sirvió una bebida al anciano—. Los oí decir que es hábil. Es probable que él logre encargarse de la Dama de la Cumbre.
—Esperemos que lo logre.
—Ya está causando bastante incomodidad en la villa, por culpa de ella muchos se han largado hacia otros sitios. Para ser honesto, también pienso irme de aquí —admitió—. No quiero ser parte de un pueblo maldito.
—¿Aún no se sabe qué causa las luces que destellan en la cumbre del monte? —interrumpió de nuevo el anciano—. Esas luminiscencias no son naturales y todo lo que ha pasado con el ganado mucho menos.
—No sabemos con certeza qué está sucediendo, no podemos descartar la posibilidad de que sea una bruja —inquirió la joven—. Estoy casi segura de que es ella la que provoca todo.
Las conversaciones continuaron a lo largo de la noche en la taberna. Cada persona añadía la poca información que tenía acerca de la mujer. Aun así, nadie lograba comprender lo ocurrido.